En apenas unas horas se va a cumplir un año de aquella farsa electoral que el régimen, junto a su aparato de propaganda nacional e internacional y esa dupla ilegítima y vergonzosa conformada por el TSJ y el CNE no pudieron venderle al mundo.

El parapeto del 20 de mayo de 2018 es el punto de origen que convierte a Nicolás Maduro en el usurpador de un cargo que, además, sólo ha utilizado para saquear y destruir al país.

De modo que creo necesario repasar y entender qué ha pasado y dónde estamos parados hoy.

Empecemos por asumir que eso que hubo el 20 de mayo no fueron unas verdaderas elecciones. No lo digo en sentido figurado ni metafórico. Hablo muy en serio y de frente. En el mundo académico existen unos índices de integridad electoral que, a partir de cincuenta indicadores en once áreas específicas, determinan si unas elecciones tienen credibilidad o no.

Recuerdo que en su momento el abogado Juan Manuel Raffalli supo explicarlo muy bien y paso por paso, pero el hecho es que, cuando se miden esos parámetros en el evento del 20 de mayo del año pasado, lo menos que se puede sentir es vergüenza al ver cómo el CNE permitió tal bajeza.

¿Cómo llegaron a aquella payasada? Después de un significativo camino de victorias obtenidas por las fuerzas democráticas. Victorias políticas que no podemos olvidar. En especial aquella pela que recibió el PSUV en las elecciones parlamentarias de 2015, donde salió electa una Asamblea Nacional en la que las fuerzas opositoras al régimen sacamos dos tercios de las curules en disputa.

¡La oposición tenía mayoría calificada! Estaba claro que el régimen se había apoltronado desde el 2013 y no lo vieron venir. Jamás pensaron que con tanta trampa, tanto guiso y tanta amenaza, la gente se iba a atrever a votar en su contra. ¡Era tanto lo que habían robado y decepcionado a sus militantes que en sectores donde era impensable ganarle al partido de gobierno unos años antes se les ganaron todas las curules!

Y ya sabemos lo que pasó después de eso: el CNE de Tibisay Lucena y compañía no iba a permitir que el PSUV corriera el riesgo de competir en igualdad de condiciones que las fuerzas democráticas, anularon la expresión democrática del pueblo de Amazonas y les robaron sus diputados (una deuda que tienen hasta el sol de hoy) y, además, se aseguraron de que un Tribunal Supremo de Justicia electo de manera viciada ratificara a las rectoras en sus cargos. Le negaron a los venezolanos la posibilidad constitucional de un referéndum revocatorio y así fueron preparándolo todo para en 2017 inventarse esa maroma inconstitucional que decidieron llamar “asamblea nacional constituyente”, que hoy define el totalitarismo y la vileza de toda la usurpación.

Esa inconstitucional asamblea paralela fue la que se inventó adelantar siete meses unas elecciones que correspondían a diciembre de 2018. También se aseguraron de que el CNE inhabilitara políticamente a las principales fuerzas opositoras a esta jugarreta y a los candidatos que podrían aglomerar el respaldo suficiente para derrotar, en igualdad de condiciones, a Nicolás Maduro en su intento de reelegirse siete meses antes de tiempo.

Y por si alguno de los extranjeros que siguen apoyando a la dictadura se está enterando de todo esto ahorita, se trataba de un año en que la hiperinflación en Venezuela sobrepasó un millón por ciento. Sí. Leyeron bien, estimados lectores que todavía creen que por ser de izquierdas tienen que apoyar a este destructor: un tipo que mantenía políticas públicas capaces de generar una inflación de 1.000.000% quería ser reelecto, después de haber recibido una apaleada en 2015 y con una popularidad de una cifra cuesta abajo. ¡Y no iba a esperar diciembre!

Montó su farsa electoral, pero desde la oposición organizada nadie le compró el embuste. Y así llegó el 20 de mayo de 2018: sin filas en los centros de votación, sin reconocimiento de las fuerzas democráticas y con una Asamblea Nacional que había decidido encabezar la lucha para restablecer los derechos, la libertad y la democracia en Venezuela.

Y entonces Nicolás Maduro simuló su propio “Good bye, Lenin” y en su casa y en su partido le siguieron el cuento de que se había reelecto. Mientras tanto, la legítimamente electa Asamblea Nacional se mantenía en la lucha por reestablecer el orden constitucional desde el Poder Legislativo.

El 5 de enero de 2019, Juan Guaidó y la nueva Junta Directiva de la Asamblea Nacional tomaron los cargos del período correspondiente a este año. Aquí hay que recordar una cosa importante: demostrando un enorme desprecio por la democracia, los diputados que habían sido electos por el PSUV y sus fuerzas aliadas abandonaron la legítima Asamblea Nacional para unirse a la inconstitucional constituyente, dejando sin representación a un pueblo que había decidido que ellos formaran parte de la discusión política.

Con todo y eso, el 10 de enero Nicolás Maduro prefirió juramentarse delante del Tribunal Supremo de Justicia. ¿Se acuerdan de aquellos gobernadores a quienes quisieron obligar a juramentarse delante de la constituyente? ¡Pues a Maduro como que tampoco le gustó mucho la vaina, porque decidió juramentarse delante de Maikel Moreno y no al frente de la inconstitucional Constituyente!

Así la farsa y la inconstitucionalidad estaban claritas. Y aquí aparece un gran valor que se le debe reconocer a nuestra Asamblea Nacional: entre el 10 de enero y el 23 de enero nuestros diputados, en un trabajo articulado entre las fuerzas democráticas involucradas, generaron las condiciones para que tuviera lugar la juramentación que se hizo el 23 de enero de 2019.

Van a cumplirse cuatro meses de aquella decisión y, duélale a quien le duela, los avances a nivel internacional y nacional que se han logrado, gracias a un enorme compromiso del Pueblo movilizado en las calles, demuestra que el camino político estratégico pero conjunto, pacífico pero firme, claro pero con amplitud, ha generado un quiebre en el régimen que debemos analizar con generosidad.

Se han cometido errores, pero ninguno debe ocultar las victorias.

Hoy se ha logrado el reconocimiento de una emergencia humanitaria, pero también el reconocimiento de un presidente interino por parte de sesenta países, entre ellos las principales democracias plenas del mundo, que entienden que Nicolás Maduro no es presidente y que debe dejar de usurpar ese cargo para que Venezuela recupere la democracia. Haberle demostrado al mundo que el Pueblo está a favor del cese de la usurpación es una victoria enorme.

Hoy estamos más cerca que nunca de recuperar la Libertad en Venezuela. Y por eso aparecen ese montón de nubes grises y vendedores de humo, que cambian de opinión como una veleta, porque hay que ser mezquinos para criticar que en 2013 la gente no saliera y que hoy que se le pida a la gente que no salga a la calle. La movilización y la presión de calle han sido clave en cada victoria política y no debemos olvidar eso.

Hoy se ha logrado que los jerarcas de una economía corrupta hayan tenido que disolver su criminal control de cambio, que tanto asfixió y sigue asfixiando a nuestra economía, porque las acciones políticas han impedido que les llegue un dólar más que pudiera ser malversado y están desesperados porque no tienen de dónde sacar el billete. ¡Nuestros diputados están decididos a no dejar que les llegue ni un dólar más para ser malversado!

Hoy se ha logrado poner en evidencia la fractura en la Fuerza Armada, no sólo con la Ley de Garantías sino con acciones públicas concretas. Y eso sin contar con quienes desde adentro ya están ganados a la idea de recuperar la libertad y la democracia en nuestra Venezuela.

Hoy hay un quiebre en las policías políticas que se creían más leales al régimen. Ahí está la liberación de presos políticos para quienes quieran negarlo o no quieran creerlo.

De manera que aunque la usurpación pretenda “celebrar” un año de encierro cobarde en su palacio, afuera y en el mundo real, hay un Pueblo en la calle que sabe que la esperanza está viva y que recuperar la Libertad y la Democracia depende de nosotros, aunque haya muchos países decididos a prestarle el apoyo necesario a Venezuela cuando sea necesario.

Cada paso se ha dado con estrategia, táctica y medida. ¡No dejemos que a punta de propaganda nos borren nuestras victorias!

Hoy son los usurpadores quienes están buscando para dónde irse, donde no puedan agarrarlos y cuenten con la protección necesaria. Recuerden que ni Pinochet ni Videla se salvaron de esa, pero mientras tanto nosotros seguimos luchando para que nuestros hermanos exiliados, secuestrados e incluso asesinados tengan un país de justicia al cual volver con dignidad, para sacarlo adelante.

Y hay algo en lo que tenemos que poner mucho empeño como líderes responsables: hacer que el voto, esa institución que Maduro destruyó el 20 de mayo, vuelva a convertirse en una herramienta confiable para la libre expresión de los venezolanos en Democracia. Forma parte de una ruta clara y firme que nos conducirá a convertir la experiencia venezolana en un ejemplo histórico para el mundo: cómo salir de la dictadura con las fuerzas necesarias para construir una democracia ejemplar y sólida, basada en el voto y en la justicia.

¡Qué Dios bendiga a nuestra Venezuela! ¡Nuestra Patria será libre! ¡Hagamos que retumbe la verdad en cada rincón!

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