La emergencia del Hospital Pediátrico Dr. Jorge Lizarraga en Valencia –ciudad ubicada en el centro de Venezuela– es laberíntica. Dos pequeñas puertas representan el portal de (al menos) 175 niños y niñas que semanalmente buscan ayuda. Es difícil caminar por aquí. La movilidad es tan preciada como un par de guantes quirúrgicos. Los sábados y domingos los roles de guardia –grupo de médicos, enfermeras y estudiantes de medicina– deben atender de cinco en cinco a los pacientes. Este número no es arbitrario, es la cantidad de asientos disponibles frente a la puerta del consultorio.

Muchas veces esta regla no se cumple, y tienes hasta treinta personas en una sala de espera que no supera los 25 metros cuadrados. Niños con fiebre, infecciones, traumatismos y patologías graves se entremezclan con los familiares que piden atención de inmediato. Todos quieren ser atendidos primero. Todos quieren la misma oportunidad para curar a sus hijos.

Entre paredes pintadas con colores pastel y figuritas de dibujos animados que se han desdibujado con el tiempo el hospital pediátrico, en su inauguración, contaba con 200 camas para hospitalización. Actualmente, sólo tiene 25% operativas. Cincuenta camas que se tienen que rotar entre los pacientes con cuadros de alta –que pueden ser enviados a sus hogares en poco tiempo– y los que requieren de observación constante. Cuando están llenas, las camillas se improvisan como lechos de cuidados intensivos y se distribuyen a través de los pasillos de la emergencia. Tenemos entre dos y tres niños por camilla. Los familiares de los pequeños hacen piruetas para no tropezarse o tumbar alguna de las vías que le colocan al paciente vecino. Es un laberinto.

Todos estos recintos de salud, a nivel nacional, son custodiados como si fueran bóvedas bancarias. Tienes hasta tres entradas y cada una es vigilada por diferentes cuerpos de seguridad. Este hospital no es la excepción. La entrada principal está resguardada por la Guardia Nacional, y las internas por la Policía Nacional Bolivariana y los Milicianos. Sin embargo, esto no impide que la inseguridad muerda. Y muerda duro. En lo que va de año, al menos una decena de médicos fueron robados o amenazados a punta de pistola o con armas blancas. Y también está las incontables denuncias de material médico-quirúrgico que ha sido robado del almacén. El límite de tolerancia con el hampa rebasó cualquier límite, y en muchas de las puertas de emergencia los doctores pegan carteles improvisados con las hojas de sus cuadernos. El mensaje es claro y sencillo: “ya no más inseguridad”.

Entre la terapia y las billeteras vacías

Las áreas aledañas al hospital pediátrico parecen un bazar. Rebosan de gente y vendedores. Entre los que ofrecen plátanos fritos hechos en casa y medicamentos. Estos últimos se acercan sigilosos y como si susurraran preguntan: ¿qué necesitas? Su negocio se basa en la necesidad de los demás y están pendientes de los que salen corriendo después de ver al doctor con prescripciones en sus manos.

Pegados a los árboles y a las paredes externas de la emergencia, hay papeles con precios y una lista de medicinas. Anexo a eso, un número de contacto. Las soluciones de dextrosa se venden en dos mil bolívares, los yelcos en 700 cada uno, las soluciones rondan los 2.500 y dependiendo del antibiótico, se monta por encima de los 10 mil.

Javier Velásquez tiene a su hijo en la unidad de cuidados intensivos desde hace quince días. Su hijo tiene una deficiencia respiratoria que debe ser tratada fuera del país. “Sencillamente, los medicamentos y equipos que necesita mi hijo para su operación no están en Venezuela. Pero, mientras no consiga cómo llevármelo, debo mantenerlo aquí para que no se muera”.

Tiene más de doce bolsos pegados a una de las hamacas que alquila desde hace dos semanas. De ahí saca bolsas y bolsas llenas de medicamentos. “Los he comprado a los bachaqueros. No me queda de otra si quiero que mi hijo se mantenga vivo. Vendí un carro, todos los electrodomésticos y una mercancía de construcción. Los médicos nos dicen que debemos hacer un esfuerzo para conseguir las medicinas, pero parece que ellos no entienden que no tenemos dinero. La mayoría de los que estamos aquí, no tenemos dinero”.

FUENTE: EL ESTÍMULO

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