Un artículo publicado por la BBC consigue dar un ejemplo perfecto de lo que hoy quiero exponer aquí: el día 24 de agosto del año pasado, a cuatro días de que entraran en circulación los billetes del nuevo cono monetario, un kilo de aguacates costaba 27,50 bolívares soberanos. Esta semana, apenas un año después, en ese mismo local el kilo de aguacate está en 7.780 de los mismos bolívares soberanos. Es decir: 778.000.000 de bolívares fuertes. En el reportaje hacen el cálculo: se trata de un aumento de 283 veces.

Ejemplos como éste no faltan, pero como los cómplices de esa manada de corruptos que usurpa Miraflores son capaces de alegar que el aguacate no es un artículo de primera necesidad o que las sanciones inciden en el Wall Street de los vegetales y cualquier otra pendejada, vamos a un segundo ejemplo rotundo: el agua potable.

¿Saben cuánto cuesta tomar agua potable en Venezuela? Y recordemos que estamos hablando de un país donde beber agua del grifo (¡si es que hay!) es un riesgo sanitario, una irresponsabilidad. Hace un año el galón de agua potable costaba 136 bolívares. Atajen ahora esta cifra: está en 22.305 bolívares si lo consiguen.

¿Y entonces? ¿Van a decir que fueron las sanciones, cuerda de enchufados?

Ahora pongamos todo esto en contexto: cuando hace un año pusieron el salario mínimo a 1.800 bolívares, un obrero que ganara esa suma podía comprarse con toda esa plata 65 kilos y medio de aguacates o 13 galones de agua potable. Hoy, doce meses después, alguien que se gaste todo un salario mínimo de 40.000 en aguacates sólo podrá comprar 5 kilos en vez de 65 y que ni siquiera le alcanza para 2 galones de agua potable.

¿Nos vamos entendiendo?

Además de la inconstitucional usurpación que Nicolás Maduro está haciendo de la Presidencia de la República, él y sus secuaces están llevando adelante una despiadada violación de los derechos a la vida, a la alimentación y a la salud, porque han decidido aniquilar el poder adquisitivo de nuestro Pueblo.

Y su única intención que hay detrás de este crimen despiadado es hacer que quienes menos tienen cada vez dependan más de ese mecanismo de extorsión que son los CLAP, una cruel manipulación del miedo y el hambre.

Quizás alguno de ustedes no maneja este dato: un tercio de los trabajadores públicos gana salario mínimo. Se trata de personas, cabezas de familia en su mayoría, a quienes les han pulverizado su poder adquisitivo, su capacidad para vivir honesta y dignamente de su trabajo, su esperanza.

Según el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores, el mes pasado el salario mínimo en Venezuela sólo alcanzaba para el 2,4% de la canasta alimentaria de una familia promedio.

Eso es lo que gana un tercio de los funcionarios públicos. Y nosotros tenemos que aglutinar de inmediato el poder político de ese descontento.

¿Cuánto mal tiene que haber en alguien que es capaz de usar el hambre de sus subalternos, de sus compañeros de trabajo, de sus vecinos, como un instrumento de control político de la dictadura?

¿Cuánto mal tiene que haber en cada miembro de esa inconstitucional constituyente, en cada militar, en cada ministro, para poder salir a la calle y ver que por su culpa sus propios familiares, vecinos y seres cercanos se van del país a pie?

¿Cuánto mal tiene que haber en quienes toman las decisiones que complacen al dictador pero llevan a alguien que conoces a revisar en la basura al salir de la oficina, para apagarse el hambre?

Mientras tanto, en esta parte del cuento en la que el FMI calcula 10.000.000% de inflación para 2019, me aparecen algunas preguntas.

¿Cómo es que la FAO ignora que un dictador usa sus siglas para mentir, mientras los jubilados tienen que elegir entre comprar comida o comprar alguna de sus medicinas, porque tampoco les alcanza?

¿No debería pronunciarse el propio Papa Francisco, aparentemente tan enterado de la actualidad global, al saber que mientras en Argentina el salario mínimo estipulado (aunque casi todo el país esté por encima de esa cifra) sea de 230 dólares después de la reciente devaluación, pero en Venezuela es menor a los 3 dólares?

¿Es que acaso allá afuera no se dan cuenta de ese progresivo proceso de devaluación que el Banco Central de Venezuela ha estado llevando adelante, cuando no los ven y a la calladita, como las ratas, con el objetivo de seguir inventando bolívares donde no los hay para mantener las payasadas asistencialistas y demagogas que usan para empoderar malandros?

¿Cuál es la opinión de la ONU, de la Unión Europea, de la OEA, de las ONGs del mundo entero? ¿Todos se quedarán viendo unos hacia Barbados y otros hacia el Comando Sur, como si no existieran estos otros tableros donde un pronunciamiento que preceda a una acción concreta afectarían profundamente a la dictadura?

¿Aquí nadie piensa decir y hacer alguna vaina que no los haga ver como una esperanza inútil?

Cada una de las ONGs que defienden derechos humanos y las organizaciones de trabajadores, de transportistas, las verdaderas centrales obreras de toda la región, en especial en aquellos países donde alguna vez le compraron la mentira a Miraflores y hoy un montón de venezolanos dan testimonio de la verdad de Venezuela.

Un salario mínimo en 40.000 bolívares al mes, menos de 3 dólares por un mes de trabajo, no es sino una manera muy lenta de matar a quienes menos tienen o una manera muy rápida de empujarlos al delito, al desespero, al infierno.

Cuando en Alemania el Instituto Wirtschafts-undSozialwissenschaftliches compara los salarios mínimos del mundo y concluye que los mejores están en Australia (12,42 euros por hora), Luxemburgo (11,55 euros por hora) y Nueva Zelanda (9,91 euros por hora), así no expongan la gravedad de lo que se vive Venezuela sabemos que hay venezolanos en esos países, aprendiendo y testimoniando los beneficios de vivir en libertad.

Hoy es la diáspora venezolana la que le hace saber a su gente acá en Venezuela cómo es que se puede vivir dignamente con un trabajo humilde, cómo es que la libertad también incluye la posibilidad de escoger desde lo que quieres comprar hasta quiénes deben gobernar, cómo es que la vida no es ese padecimiento que tantas madres viven mientras extrañan a sus muchachos que se fueron con la intención de ayudarlas.

Nosotros tenemos la responsabilidad política y humana de entender este contexto. Y si las fuerzas democráticas hemos decidido jugar en cada tablero posible donde se pueda vulnerar a la dictadura, éste terrible escenario socioeconómico debe convertirse en uno de los más importantes. Ir de exigir pronunciamientos de todos cuanto deban hacerlo hasta preparar todas las políticas públicas de la transición y permitir que el Pueblo, nuestro Pueblo, pueda imaginar el futuro desde ya y así la esperanza nos ayude para que ese futuro llegue más rápido.

Es nuestra responsabiliad. Y es urgente.

¡Dios bendiga a tantos venezolanos que no tienen absolutamente nada y siguen con su esperanza intacta de ver un cambio positivo y que esta patria renazca!

Ir a la barra de herramientas