Los venezolanos están pasando sus navidades más amargas. A la inflación del 2.000% se suma la falta de efectivo en los bancos, la escasez de productos alimenticios, medicamentos, gasolina y gas, los apagones y, peor aún, la ausencia de esperanza de un cambio.
Lola Aponte, una viuda de 62 años habitante de Las Palmitas, Estado andino de Trujillo, confiesa a ABC que no pudo preparar como es debido la hallaca, el tradicional pastel navideño de harina de maíz, porque no consiguió para el relleno pollo, carne de vacuno ni cerdo, ni mucho menos aceitunas, alcaparras o pasas españolas. Este plato venezolano, cuyo origen se remonta cinco siglos, incluye ingredientes de ambos lados del Atlántico, todo un símbolo de la fusión cultural de esta tierra, ahora devastada por la miseria bajo el régimen de Nicolás Maduro.
“Son las navidades más tristes que hemos vivido -asegura Aponte-. Antes podíamos comprar lo que queríamos, pero ahora no, porque no hay dinero en efectivo, ni productos que comprar, ni transporte público”. Cuando acude al banco a cobrar la pensión de viudez (277.000 bolívares) tras una cola de tres horas solo le entregan en efectivo 30.000 bolívares, cuando solo el transporte le cuesta 8.000, lamenta. Por no perder la tradición, en Navidad se coordinó con una vecina para hacer hallacas rellenas únicamente con caraotas negras (frijoles), sin carne. Para comer al menos algo caliente, en el pueblo se preparó para 200 personas un sancocho (sopa) con raíces y tubérculos.
El ingenio y la solidaridad de los venezolanos amortiguan las penurias de la crisis, aunque muchos coinciden en que lo peor vendrá en enero, cuando los comercios se vacíen sin posibilidad de abastecimiento inmediato, ya que las empresas se han declarado en vacaciones colectivas en diciembre y no hay reposición de los productos.
Enrique Vargas, un empresario que viajó a los Andes para pasar estos días, se queja por haber tenido que esperar ocho horas en plena Nochebuena para llenar el depósito de su 4×4. Mientras esperaba con su esposa en la carretera, encargó una hallaca, por la que le cobraron 100.000 bolívares, el tercio del salario mínimo.
El régimen ordenó el racionamiento de 30 litros de gasolina por vehículo en seis de los 23 estados. En las estaciones de la zona racionada, los “bachaqueros” (revendedores) compran envases de 25 litros de gasolina por 100 bolívares el litro y lo ofrecen en el mercado negro ocho veces más caro. El contrabando de combustible a plena luz del día provoca colas kilométricas. Venezuela tiene la gasolina más barata del mundo: con 250 bolívares se llena un depósito. En cambio, una botella de litro y medio de Coca-Cola cuesta 50.000 bolívares.
Sin Transporte Público
A Rosa Pacheco, vecina de Trujillo, no le importa el precio de la gasolina porque no tiene coche y ha de viajar en transporte público, pero ahora tiene que hacerlo en camiones improvisados, porque también ese servicio se ha paralizado por falta de repuestos para los vehículos. En su caso, a la escasez de alimentos, se suma el problema de la falta de suministro de bombonas de gas en las zonas rurales, por lo que ahora se las ingenia para cocinar con leña lo que tenga a mano.
Isabel Cristina Álvarez, una de los cientos de miles de venezolanos que se han visto forzados a dejar su tierra en los últimos años por la miseria y la persecución política, no se quita de la cabeza las imágenes de sus paisanos hurgando “en cada esquina” los desperdicios en busca de comida, incluso “peleando por las bolsas de basura”. Y se pregunta: “¿Qué va a pasar cuando se termine la basura?”. Álvarez, coordinadora de Foro Penal España, acaba de regresar a Madrid tras pasar unas semanas en Venezuela, a donde hacía algo más de un año que no iba, y el deterioro desde entonces la ha impresionado, informa Manuel Trillo.
“Me encontré un país gris, lúgubre”, donde “no hay comida ni medicinas” y “los niños mueren a diario por desnutrición”, señala, al tiempo que asegura que amigas de hace años han perdido entre 35 y 40 kilos.
A ello se suma la inseguridad y el silencio impuesto, ya que la gente tiene «miedo a decir lo que piensa”. “Hablar contra el Gobierno es tener una pistola en el cuello», señala. A su juicio, «el sistema colapsó», ya que “no funciona nada, ni los bancos ni los organismos del Estado ni los transportes», y teme un «estallido social inminente”. “Este año no ha habido Navidad”, resume.
Publicado por ABC de España
28/12/2017