La degradación del servicio, explican médicos de guardia, estriba en buena parte en la incapacidad para procesar estudios de laboratorio, exámenes de serología, la ausencia de reactivos, equipos y de servicios básicos. En el lugar se anidan tres problemas fundamentales: la ausencia de insumos, la falta de mantenimiento a la infraestructura y las fallas de personal, entre los que se cuentan enfermeras, anestesiólogos y otros especialistas. El drama de la escasez se orquesta en el ala de Medicina, cuya capacidad es de ocho camas, y en la UCI y en Trauma Shock, con cinco y tres cupos, respectivamente.
La crisis empeora y con ello la salud de los pacientes. El diagnóstico del Hospital Clínico Universitario de Caracas se agrava y no hay signos de recuperación. La Emergencia, la bisagra del centro de atención sanitaria más emblemático de la ciudad, luce desahuciada. La imagen del servicio en terapia intensiva no es solo una analogía en la hora más funesta de los pacientes. La metáfora cobra todo el sentido para las familias que aguardan por una respuesta oficial. Quienes ingresan a sus familiares deben correr con todos los gastos, una práctica consabida por los que padecen el rigor de la escasez en un hospital de formación universitaria, donde el déficit de insumos descartables supera 90 %.
En ese centro, el calor espeso y el aire callejero que se cuelan por las puertas batientes rompen la gelidez característica de cualquier emergencia. Solo las camillas de metal desenfundado, sin colchones y ligeras de pacientes, parecen acaparar el frío. La atmósfera de la Unidad de Cuidados Intensivos es densa. Los pacientes intubados, acechados por moscas y de sueños profundos, son la prueba de la dejadez. Los médicos de guardia lo hacen todo para cumplir el Juramento Hipocrático, su deber de salvar vidas, pero tienen poco para hacerlo.
Corren los últimos días de 2018 y las cinco camas de la Unidad de Cuidados Intensivos están abarrotadas, ocupadas por pacientes que se juegan la vida. En el recinto no hay estudios de imagenología. Hace más de seis años que se dejaron de practicar resonancias magnéticas y las tomografías son ahora exámenes de primer mundo. Apenas tienen capacidad para practicar estudios de Rayos X, un examen que resulta insignificante para quienes ingresan por accidentes cerebrovasculares o emergencias vasculares.
El exjefe de la Emergencia de adultos, Ricardo Aguiar, asegura que muchos pacientes son remitidos a otros centros, pues el principal hospital universitario del país perdió sus facultades para atender a infartados o personas con padecimientos complejos. Pese a todos los pronósticos, señala el facultativo, han registrado un importante número de usuarios cuyas pólizas de seguros quedaron anuladas por la crisis económica. Es la mayor consecuencia de la hiperinflación: la migración de pacientes privados hacia la red de atención pública.
“Como los seguros no cubren (las emergencias), los pacientes ahora acuden a los hospitales, entre ellos el Universitario”, advierte Ricardo Aguiar, experto en emergencia. Con una capacidad para atender 34 pacientes, la Emergencia de adultos del Universitario, un hospital tipo IV, flaquea. En los últimos cinco años, señala el personal de salud, el servicio ha ido en detrimento y funciona al mismo nivel de un hospital tipo I, la menor categoría para los centros en materia sanitaria.
En el lugar se anidan tres problemas fundamentales: la ausencia de insumos, la falta de mantenimiento a la infraestructura y las fallas de personal, entre los que se cuentan enfermeras, anestesiólogos y otros. El Universitario no solo es un hospital docente, también tiene una connotación importante: solía ser la última opción en cuanto al nivel de atención, lo cual le confiere un valor adicional, en especial si se trata de pacientes crónicos que acuden en busca de una esperanza.
La escasez de insumos y material quirúrgico no solo compromete la atención clínica, también pone en riesgo la formación académica de los médicos. A juzgar por las carencias, las secciones de la Emergencia son una islas en penumbra. Los 10 sillones de nebuloterapia solo permanecen habilitados cuando hay broncodilatadores. Y las ocho camas de cirugías, ocupadas con pacientes quejumbrosos, con el espanto del dolor petrificado en la cara, se le quedaron pequeñas a un recinto que en los documentos oficiales presume de sus 1.200 camas arquitectónicas.
El drama de la escasez se orquesta en el ala de Medicina, cuya capacidad es de ocho camas, y en la UCI y en Trauma Shock con cinco y tres cupos, respectivamente. Mauro Zambrano, dirigente sindical de Hospitales y Clínicas de Caracas, asegura que las filtraciones se reproducen en el techo de la Emergencia y las aguas servidas corren por los suelos. “Los baños del servicio no funcionan, casi nunca hay agua y el suministro de insumos es irregular”, sostiene.
Con información de Crónica Uno