Ver morir a un niño por falta de alimento ya no es una realidad que solo afecta a los países africanos más pobres. En Venezuela está pasando, porque la hambruna nos sigue muy de cerca y quienes toman las decisiones en el país no hacen nada para impedirlo.
Una de las promesas del ocupante temporal de la silla de Miraflores en octubre de 2013, fue que en 2019 erradicaría la desnutrición y la pobreza, tres años y medio después la realidad está a la vista, porque lejos de disminuir, estas terribles condiciones han aumentado como en ninguna nación del mundo.
Es absolutamente repudiable y objeto de condena que en el país donde se percibió la bonanza petrolera más grande de toda su historia, haya cada vez más niños muriendo de hambre. En lo que va de año, al menos han ocurrido 13 muertes infantiles por cuadros de desnutrición y todos los decesos registrados fueron de pequeños menores de cinco años.
Nos imaginamos lo dramático que debe ser para un galeno venezolano, que por cierto esta semana vieron llegar el Día del Médico sin nada que celebrar, vivir de cerca este escenario de ver morir a un niño de hambre o porque no hay medicinas para curarlo. Tiene que ser una cachetada a la ética de salvar vidas. Sin mencionar el terrible dolor que es para una madre y un padre perder a sus hijos, sobre todo cuando es por negligencia de un gobierno corrupto que solo se preocupa por ver crecer sus arcas personales a costa del dinero de todos los venezolanos.
Y para que tengamos una idea de lo que estamos contando, en el hospital J.M. de los Ríos, que es el principal centro público especializado en pediatría en Venezuela, se atendió un promedio anual de 30 niños con desnutrición grave entre 2012 y 2013, pero para finales de 2016 la cifra se había triplicado.
Lo trágico de esto como país, es que la desnutrición inclina irreversiblemente al retardo de crecimiento y atraso escolar a corto plazo, pero también implica fragmentación familiar y, a nivel de la sociedad, aumenta la tensión social y la violencia.
Obviamente, es una nación donde comer se ha convertido en toda una proeza, por el acceso a una canasta básica reducida y a precios de producto importado o alimentos que se consiguen en el mercado de la reventa a más de 1000% del precio subsidiado, los más pobres no tienen alternativas.
Que 77,4% de los niños venezolanos hayan dejado de ir al menos un día a la escuela, porque tengan que ayudar a conseguir alimentos para su casa, y que 6 de cada 10 falte a clase, porque no hay suficiente comida en su casa, es completamente inaceptable.
El miedo a quedarse sin alimentos es una película de horror en la que se ven reflejados la mayoría de los venezolanos, en especial las madres y padres, porque 8 de cada 10 venezolanos afirma tener miedo de abrir la nevera y no tener qué preparar para el desayuno o no tener nada para darle de comer a sus hijos.
Hemos llegado a tal extremo, que actualmente 93% de los venezolanos no tiene suficientes ingresos para comprar alimentos. Eso se traduce en que 9 de cada 10 hogares esté en un estado de inseguridad alimentaria.
A pesar de que el artículo 305 de la Constitución Nacional reza: “El Estado promoverá la agricultura sustentable como base estratégica del desarrollo rural integral, a fin de garantizar la seguridad alimentaria de la población, entendida ésta como la disponibilidad suficiente y estable de alimentos en el ámbito nacional y, el acceso oportuno y permanente a estos por parte del público consumidor..”, esto no se cumple en Venezuela.
Naturalmente, porque lejos de beneficiar a nuestros productores, la política intervencionista del Gobierno de Nicolás Maduro, a través de leyes y procedimientos sino también en su participación directa en la producción, distribución y comercialización, destruyó el aparato productivo nacional.
Se llenaban la boca hablando de que con sus acciones Venezuela tendría seguridad alimentaria, y lo que se vive hoy en nuestro país es una terrible inseguridad y desigualdad en todos los aspectos.
En Venezuela no hay seguridad alimentaria, porque no hay disponibilidad de productos en cantidades suficientes y las personas no cuentan con recursos para adquirirlos debido a la galopante inflación, que solo en los dos primeros meses de 2017 fue de 42,5% y creo que nos quedamos cortos en el cálculo.
La tasa acumulada de inflación para este año está en 741%, la más alta del mundo. Estamos en presencia de una destrucción total de la capacidad adquisitiva de los sueldos, salarios, pensiones y jubilaciones de los venezolanos, hay un círculo vicioso entre el aumento de salarios y el incremento de los precios del cual no somos capaces de salir porque el aumento salarial no puede ser una medida aislada, debe ir acompañada de políticas serias que estimulen la producción nacional para combatir la escasez, la especulación y la inflación.
La canasta básica ha aumentado tan dramáticamente, que cuesta 104 veces más que hace cinco años. Cómo es posible que haya llegado a 832.259,95 bolívares en enero de 2017. El deterioro del poder adquisitivo del venezolano ha sido tal, que en enero de 2012, con el salario mínimo se cubría cerca del 40% de la canasta básica, mientras que para enero de este año alcanzaba para solo un 6,5%.
No hay fórmulas ni varitas mágicas para cambiar esta dura realidad que nos está llevando a todos los venezolanos a un estado de ruina total, pero nuestra Venezuela no está destinada a vivir esta hambruna a la que nos quiere acostumbrar un grupito de enchufados.
Estamos en presencia de un gobierno que viola las garantías constitucionales todos los días. El derecho a la alimentación es una utopía en Venezuela y el derecho a la vida tampoco está garantizado, porque la falta de voluntad política en el control de la seguridad ha traído como consecuencia que en nuestro país más que practicar la paz, prevalezca una cultura de muerte y violencia.
283.000 vidas se han perdido durante la mal llamada revolución y los enchufados invierten más recursos en el aparato comunicacional que en la seguridad ciudadana. Eso es imperdonable.
La lista de irregularidades cometida por el gobierno es larga y está en nosotros exigir la restitución de nuestros derechos. Cuando en un país se prohíbe el derecho a elegir, no hay democracia. Por eso hoy más que nunca debemos exigir elecciones y hoy más que nunca están todas las condiciones de quiebre democrático, violación a todos los derechos humanos para aplicarle a Maduro la Carta Democrática y cualquier otro tratado internacional que los obligue a respetar la Constitución y que vuelva la democracia a Venezuela.
Debemos sumar esfuerzos, está lucha es desigual, pero somos una clara mayoría que quiere cambiar. Esa mayoría debe imponerse y que Venezuela salga de este hueco.
¡Qué Dios bendiga a nuestra Venezuela!