Todos los días los precios de los alimentos tocan el cielo, pero al día siguiente hay un más allá. Este jueves, ese techo era de Bs. 2,4 millones para el kilo de carne; Bs. 2,2 millones para el cartón de huevos y Bs. 2 millones para el kilo de queso. “No hallo qué comprar por los precios, porque ni pollo ni carne podemos comprar, lo que más comemos es sardina y nos estamos enfermando”, expresó Ana Estanga, de Francisca Duarte.
Graciela de Azócar camina, exhausta, por las cercanías del mercado de San Félix. Lleva dos bolsas, visiblemente pesadas, pero no está satisfecha. La carne en el mercado municipal rodeado de revendedores llegó a Bs. 2,4 millones este jueves, el pollo supera el millón y los huevos subieron a Bs. 2,2 millones. “No llevo ni una presita, el pobre es el que pasa trabajo en esta situación”, dice, en el territorio que concentra los estratos sociales de menores ingresos en Ciudad Guayana.
La crisis económica es reconocida por decenas de consultados como su principal preocupación en la actualidad. Ni un salario mínimo, ni dos, ni tres, alcanzan para sobrevivir en un contexto de hiperinflación sin precedentes, que hace que los precios en la petrolera Venezuela suban a diario sin referencias ni perspectivas de freno.
En el primer trimestre del año, los precios subieron 453,7%, de acuerdo con las estimaciones de la Asamblea Nacional que desde el año pasado calcula las variaciones, debido a la política del Banco Central de Venezuela (BCV) que no difunde estadísticas oficiales desde 2015. El ocultamiento propició el miércoles una declaración de censura contra Venezuela, por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI), que proyecta una inflación superior al 10 mil por ciento al cierre de 2018.
“Todo hoy está baratísimo, aunque sea caro. Todo está muy barato con respecto a mañana”, dice insistente una cajera de un supermercado de Puerto Ordaz, que prefiere no identificarse. En los últimos días ha visto no solo los aumentos pronunciados que han llevado un envase de lavaplatos líquido a más de un millón de bolívares, sino enormes colas de compradores en un intento de ganarle a la hiperinflación, una carrera en la que no todos pueden competir.
«Lo que compré fue para hacer tetas y estaba pensando que debía venderlas más caras porque ya no rinde el dinero. Antes uno venía y compraba carne, pollo, jamón, queso, ahora no se puede comprar nada”, expresa Graciela de Azócar.
Azócar se da por vencida en la contienda. En su casa vende helados en tetas para subsistir y su hija, que antes vendía empanadas y jugos, se quitó el delantal para irse a trabajar en las minas del sur de Bolívar, una labor riesgosa que ha crecido exponencialmente. “Mi hija siempre me ayuda o me manda algo, pero carne comemos poco, solo a veces”, dice, mientras expresa la preocupación propia de familiares de quienes recurren a las minas como última opción de subsistencia. “A mí me da pánico que se haya ido a las minas, pero no le digo nada. A un muchacho del barrio le cayó un barranco y no camina”, lamenta.
La crisis la perciben los comerciantes a quienes, a diario, llegan personas pidiendo las cabezas de sardinas, “las más aporreaditas”, los desechos de verduras o frutas o menudencias de pollo. “¿Qué son tres sardinitas”, dice la comerciante María López, a quien recién un joven le pidió unos filetes regalados, cuyo precio es de 70 mil bolívares el kilo, pero que remata en Bs. 55 mil “para que se lo lleven”. “La venta está pesada, porque la gente no tiene efectivo. Hay mucha necesidad”, dice la joven, quien se graduó, pero no pudo continuar la universidad por los altos precios.
“Hay hambre”
A dos puestos de López, Aracelys Marcano vende el bagazo de la yuca, conocido también como ripio, y usado principalmente para la alimentación animal. “Es lo que puedo comprar con lo poquito que llevo, porque el saco de yuca está en 900 mil bolívares”, precisa. La mujer tiene un año en el puesto en plena calle, luego de que una vecina se lo dejara para irse de cocinera a las minas del sur de Bolívar.
La venta de ripio ha sido una opción frente a los altos precios, comenta. “El kilo lo vendo en 10 mil bolívares, pero a veces vienen viejitos con 5 mil bolívares nada más y se los doy porque hay hambre”, indica. Para comprar el medio saco de ripio, al menos, Marcano hace una cola desde la 1:00 de la madrugada, en una faena que llega a su fin al mediodía cuando con los ingresos del día medio come”, admite.
“Es que el sueldo no alcanza para nada”, señala Ana Estanga, residenciada en Francisca Duarte. La ama de casa salió de su hogar con 300 mil bolívares en efectivo y un millón en la cuenta bancaria “y no hallo qué comprar por los precios, porque ni pollo ni carne podemos comprar, lo que más comemos es sardina y nos estamos enfermando”.
El esposo de Estanga gana salario mínimo, ajustado por decreto presidencial hace unos días a Bs. 1.000.000, monto que sumado al bono de alimentación resulta en Bs. 2.555.500 a partir del 1 de mayo. El ingreso mínimo legal alcanza para apenas un kilogramo de carne en estos días. Mañana las estadísticas de variación de precios asoman que no.
El ingreso es el componente que más pesa como causa de la pobreza, advertía en febrero la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), correspondiente a 2017, que identificó -después del ingreso- la precariedad de los servicios a la vivienda, las condiciones de la vivienda y el empleo y la protección social como las causas de la pobreza. El mismo estudio dio cuenta de que 9 de cada 10 venezolanos no puede pagar su alimentación diaria.
Huesos blancos y pellejo
El desplome en la demanda de proteínas actualmente costosas, como la carne, ha achicado la oferta. Las cavas refrigeradoras del desolado pasillo de las carnicerías del mercado de San Félix exhiben contadas piezas de carne. Los clientes también son contados. Los locatarios venden la proteína en Bs. 2,4 millones en promedio el kilo, tras el brinco que pegó el alimento hace apenas tres días. “La gente compra un poquitico e, incluso, los huesos blancos que antes se regalaban ahora se venden en Bs. 60 mil”, dijo.
El kilo de pellejos también es comercializado en Bs. 80 mil el kilo, mientras que el kilo de hueso rojo se comercializa en Bs. 1,2 millones, precisan los carniceros, sin que ningún comprador llegue a la vitrina a comprar o si quiera preguntar precios.
Todos resiente el desplome de las ventas. “El año pasado vendía 30 pollos diarios y ahora unos 10 y cuesta para que salgan”, comenta Carlos Jiménez, un vendedor de pollo de los alrededores del mercado de San Félix, en donde el kilo de proteína ronda el millón de bolívares cuando el pago es electrónico.
El queso y el cartón de huevos también escalaron por encima de los dos millones de bolívares, un monto que se acerca al total que un asalariado venezolano recibe por el trabajo de un mes en el país. “El nuevo salario integral en Venezuela equivale a $ 40 a la tasa de cambio Dicom (oficial) y a $ 4 a la tasa paralela. El problema es que los dólares Dicom es para la cúpula en el poder. Por tanto, tenemos el salario más bajo del universo”, explicó el economista y diputado a la Asamblea Nacional, José Guerra.
Efectivo, la ruta para rendir el dinero
En medio de la velocidad al alza que han tomado los precios, la opción de pagar en efectivo se presenta como la más atractiva, aunque las dificultades para conseguir el papel moneda son supremas. En los últimos dos meses el diferencial de precios entre los pagos en efectivo y por transferencia se ha ampliado en más del 100%.
Más de un comprador debe regresar a casa con sus billetes de Bs. 500 que no aceptan en algunos puestos por el problema que genera manejar grandes volúmenes del papel moneda
Mientras un cartón de huevos, cancelado por punto de venta o transferencia, supera los 2 millones de bolívares, en efectivo se consigue alrededor de los 600 mil bolívares, a menos de la mitad del precio de los establecimientos formales. El medio kilo de margarina Mavesa es comercializado en Bs. 230 mil; la harina de maíz PAN en Bs. 180 mil; la leche Campestre en Bs. 800 mil; la crema dental Colgate mediana en Bs. 160 mil y el kilo de azúcar en Bs. 70 mil.
Un pollo en efectivo ronda el millón de bolívares, mientras que por punto de venta supera los 2,5 millones de bolívares. Cancelando en papel moneda, el kilo de pollo cuesta Bs. 450 mil. Esta modalidad, sin embargo, no se salva de la inflación.
“La semana pasada el kilo estaba en 380 mil bolívares, aun con el precio siempre vendo todo, 10 pollos diarios”, precisó Dixon Ramos, un vendedor de los alrededores del centro de compras.
Pero ni el pago en efectivo es una opción para Carmela Zúñiga, una ama de casa de 65 años residenciada en Los Alacranes. “En eso de ganarle a los bachaqueros y a la inflación, voy todos los días al banco pero si me dan 20 mil bolívares o 100 mil bolívares al día, ¿qué compro con eso? Nuestro dinero no vale nada y hoy en día nos hace más pobres, esa es la verdad que el gobierno no ve”, puntualiza.
Publicado por Correo del Caroní
04/05/2018