La supervivencia ha puesto a los niños, niñas y adolescentes a lidiar con una crisis económica que los supera en peso y tamaño. Para solventar la falta de alimentos en el hogar recurren a la vía ilegal: el hurto. El despojo de meriendas escolares se hace frecuente en un contexto de restricciones.
Especialistas señalan que esto constituye un problema que los maestros deben atajar para evitar que en la escuela se repitan los patrones de violencia que se ven en las calles. Se trata de un verdadero desafío, pues no hay apoyo oficial para remediar las carencias.
Las manos de José buscan en el salón lo que pocas veces tienen al alcance en la nevera de su casa. A las 10:00 am sus compañeros de tercer grado sacan sus meriendas. Sin nada para unirse a ellos, extiende las palmas vacías: “Dame, dame”. Con esa frase inicia la ruta del hambre que cumple desde el año escolar anterior en una institución privada en Valle Abajo.
Para sus 8 años de edad, no tiene ni la estatura ni el peso que debería haber alcanzado. Las maestras saben que desayuna en casa porque su hermana de 12 años –que estudia en el mismo colegio– lo ha mencionado. En total son cuatro hermanos. Académicamente es un alumno solvente. “La mamá siempre está trabajando, es el único sustento de la casa. Nos ha dicho que tiene que administrar la comida para que le alcance. En ocasiones José se ha robado los alimentos, aunque él lo niega. Entonces lo regañan y le pegan”, explicó la psicopedagoga del plantel, que prefirió no revelar su identidad.
Resulta difícil para los padres resguardar a sus hijos de la crisis, realidad que empuja a los escolares a entrenarse en el delito.
José está atento a las sobras, está acostumbrado a recibirlas. Y cuando no obtiene nada, toma los restos cuando nadie se da cuenta. “Él ya sabe que algo quedó en el envase y lo busca. Está como un radar. Hemos hablado con él para corregirlo, y ya no lo hace. Pero no deja de velar. Se acostumbró a pedir. Puede llegar a presionar para que le den comida”, dijo la psicopedagoga.
El suyo no es el único caso en la institución. La crisis económica que impide satisfacer las demandas del estómago también ha obligado a Asdrúbal, de 7 años de edad, a esperar los descuidos del receso para quitar meriendas. La maestra debe estar atenta para que eso no suceda. Ya los padres y representantes han puesto quejas en el colegio.
“Una de las cosas que están produciendo estos robos es el estrés al que está sometido el niño porque no tiene comida en la casa y trata de resolverlo por la vía ilegal. Es un estrés crónico ante la falta de alimentos”, afirmó Olga Ramos, miembro de la Asociación Civil Asamblea de Educación.
Asdrúbal cursa un grado menos que José. No vive con sus padres, hace tres años emigraron. Él está al cuidado de su hermano de 17 años de edad, quien además se encarga de otro niño que cursa quinto grado. Viven solos en un apartamento, y aunque la abuela es la actual representante, está residenciada en otro piso.
El informe del Observatorio Venezolano de Violencia de 2017 indica que la inaccesibilidad de alimentos y medicamentos “ha llevado a que personas sin trayectoria delincuencial sustraigan productos en los anaqueles de los comercios, al robo de productos en los lugares de trabajo y hasta al despojo de las loncheras de los niños más pequeños en las escuelas”.
“Hay que tratar de que el niño comprenda que es un acto ilegal, independientemente de la causa. Eso forma parte del proceso formativo. Y no tener lástima es importante. Se puede comprender la situación, pero no compartirla. Esa es la diferencia entre la sociedad alcahueta y la que promueve la probidad”, enfatiza Ramos.
En la Unidad Educativa Nacional Corapal, en la parroquia Caraballeda, estado Vargas, los docentes tomaron la medida de cerrar las aulas cuando los estudiantes salen a practicar Educación Física o a la biblioteca. Según una maestra, los robos se repiten a diario y desde octubre aumentó la frecuencia.
“Los adolescentes extrañan algunos alimentos que anteriormente consumían y que actualmente no pueden comprarse porque sus precios son muy elevados y/o no se consiguen en los establecimientos comerciales”, se lee en el documento. Los cereales en caja o en bolsa, las frutas, el arroz y la pasta son los productos más añorados.
La educadora Gloria Perdomo, coordinadora del Laboratorio de Ciencias Sociales, considera que hay dos factores en juego: primero, el acceso y disponibilidad de alimentos como garantía de derecho humano básico que el Estado está quebrantando; y segundo, la labor de los padres y la escuela en el trabajo de la formación de valores y el establecimiento de normas de convivencia, de la actuación honesta. “Quitarle la comida al otro literalmente es un hurto; es un tema que se debe debatir y dejar en claro las sanciones que corresponden. Si se hace por hambre, entonces hay que discutir opciones distintas a la de convertirse en antisocial”, expresó.
El Programa de Alimentación Escolar, que debería servir de muro de contención ante la crisis nutricional, se ha visto reducido.
“No hay PAE en las instituciones”, dijo Hernández. Y cuando llega algo “no cumple con los requerimientos proteicos que los muchachos necesitan; el ministro Elías Jaua sigue señalando que 4 millones de niños se alimentan, pero no sabemos adónde está llegando, a qué sectores; si llega a las escuelas dependientes del ministerio, las subvencionadas, a las municipales”.
Para Carlos Trapani, coordinador de Cecodap, el PAE no es en este momento una alternativa al hambre en la escuela. “Es una situación grave que atenta contra el derecho a la vida, de salud, integridad. Unicef reconoció niveles de desnutrición y la respuesta del Estado es negar la realidad”.
El Dato
El 26 de enero el portavoz de la Unicef, Christophe Boulierac, denunció “claros signos” de elevados niveles de desnutrición en la población infantil del país y la falta de datos que muestren la situación nutricional de estos. Boulierac citó el informe de Cáritas que revela que 15,5% de los niños examinados tienen peso más bajo del que deberían tener para su edad.
Publicado por El Nacional
27/02/2017