Zulianos pierden hasta 200 horas a la semana para cargar combustible en estaciones de servicio dolarizadas. Aunque el Gobierno ha prohibido pernoctar para el despacho de gasolina, la realidad es otra. Rafael Bastidas contó todos los desmanes que tuvo que pasar durante casi una semana, para poder surtir 40 litros del carburante.
El despacho de gasolina en la capital zuliana continúa lento. Cada estación de servicio, dolarizada o subsidiada, mantiene al menos 300 vehículos a diario formados en el hombrillo de las avenidas principales de Maracaibo. Cada uno de los conductores con necesidades diferentes, pero con un tiempo de espera igual de largo y peligroso.
Rafael Bastidas llegó a la estación de servicio del puente Unión, ubicada en el sector Sierra Maestra del municipio San Francisco, un lunes a las 3:00 de la tarde, luego de haber culminado su jornada laboral como camarógrafo de un medio nacional.
Primero pasó por su casa para prepararse, metió en el carro una sábana, una almohada y un envase con la cena, más un billete de 20 dólares que compró gracias a la ayuda que le envió su hermano residenciado en Chile.
A esa hora los «cuidapuestos» ya estaban al acecho:
El primero que se me acercó fue un malandro exigiendo 10 dólares por dejarme hacer la cola. Tenía miedo, porque uno nunca sabe lo que son capaces de hacer, pero me negué”, contó Bastidas.
Mientras Rafael discutía con el desconocido, tres hombres más que iban llegando a la cola lo apoyaron. “Estáis loco, chico, si estamos lejísimo, qué te vamos a estar pagando nada”. Finalmente, el cobrador se retiró, pero antes los amenazó.
Con el miedo vivo y a la expectativa de cualquier ataque, Rafael y sus compañeros vieron caer su primera noche sobre la autopista que va directamente al puente sobre el lago de Maracaibo. “Después llegó una señora con una niña de dos años, se formó detrás de nosotros y acostó a la niña en el cojín del carro. Eso me partió el alma”, recordó.
Ese episodio trastocó tanto a Rafael que le fue imposible conciliar el sueño, aunque fuera a ratos, sumado al calor y los zancudos.
Amaneció, y la primera noticia que recibieron fue que la gandola tampoco llegaría ese martes, en ese momento Rafael supo que la cosa iba para largo. “De una vez pensé: menos mal que me vine preparado”. Llamó a su esposa y le dijo que seguiría en la cola, así que su suegro tuvo que caminar dos kilómetros desde su casa hasta la bomba, para llevarle comida.
“En el día el calor era insoportable, los carros parecían hornos”. La situación unió a los más de 200 desconocidos en juegos de baraja, dominó y charlas interminables en un intento por hacer más llevadera la espera.
Fuente de trabajo
Las colas para el despacho de gasolina se han convertido en fuente de ingresos para otros ciudadanos zulianos.
Venta de desayunos, agua, café, cigarrillos y por un dólar permiten usar el baño de la casa en los barrios cercanos a la autopista. También alquilan cartones para proteger el vidrio delantero del vehículo o por 200.000 bolívares en efectivo alquilan un juego de mesa.
Otros colocan una botella de plástico en la acera simulando que venden gasolina por fuera, pero realmente son cuidadores. Pagar 10 dólares si se está entre los primeros 100 vehículos de la cola otorga como único beneficio la seguridad en la noche.
Si pagas, no te roban ni se meten con vos, es lo único. Porque ellos no hacen la cola por uno, ni te cuidan el carro si te vas, ni te dan más gasolina. Vos estáis pagando pa’ que no te roben o te jodan, eso es todo”.
También están los que aprovechan la cantidad de gente para paliar el hambre, como Nora, que pone un latón viejo de aire acondicionado frente a su casa y pide una colaboración al dueño del carro que vaya quedando estacionado ahí por días. “Yo le pregunté: ¿Cuánto cobra? Y me dijo: ¡No, mijo, lo que me déis!”.
Nora tiene más de 70 años, y hace dos meses perdió el contacto con sus hijos que están en el exterior porque se le dañó el teléfono. Ahí pide comida o algo de efectivo para subsistir.
La cola de la gasolina es como un salón de espejos, hay muchas caras de la realidad venezolana. Por donde vos veáis la gente lo que está buscando es la manera de sobrevivir a esto”, dijo Rafael.
Para el miércoles la cola ya pasaba los 500 vehículos, de los cuales los primeros 100 pagaron 10 dólares, lo que llaman el “obligaíto”, a los cuidapuestos por estar más cerca de la bomba, el resto solo pagó 5 dólares.
A todo el que esté haciendo cola le cobran. Son un ejército de 40 tipos que tienen un pranato. Te intimidan, te amenazan, hacen rondas, te miran feo. Es una presión constante mientras estáis ahí”.
El reportero gráfico contó que la policía hace patrullaje constantemente y ahuyenta a los cuidapuestos, pero solo en el día. “En la noche los malandros vuelven a tomar el control, es la cola del lejano oeste, porque nos quedamos solos”.
Para el jueves, el viejo Toyota Ávila de Rafael ya tenía el número 242 marcado con tiza amarilla en el parabrisas. La gasolina, según dijo un uniformado, llegaría el viernes. Para ese momento las ganas de tirar la toalla habían pasado por la cabeza del camarógrafo un par de veces.
Se crea una comunidad
Los hombres y mujeres, jóvenes y mayores, que hacen la cola terminan convirtiéndose en apoyos comunes. “Uno no conoce a nadie, pero al final tienes que crear comunidad por esos días. Intercambiamos nombres, números de teléfono y hacemos guardias de tres horas durante las noches para cuidarnos entre sí”.
La falta de alimentación juega en contra durante las más de 200 horas de estadía. Humberto, otro de los choferes de la cola, no pensó que iba a durar tantos días ahí y se quedó varado en la autopista porque no tenía gasolina para volver a su casa.
El señor está solo en el país, yo lo veía que se acostaba en el carro y le cambiaba el semblante hasta que le pregunté: ¿Maestro, ya comió? Y me dijo que tenía dos días sin comer. Yo pude compartir mi comida con él, pero hay muchas personas que hacen la cola a fuerza de agua solamente”, dijo Rafael, al que más tarde un vecino se ofreció a cuidarle el carro mientras iba a su casa para bañarse y ver a su familia.
Una noche de terror
La tarde del viernes un frenazo sacó a Rafael de una conversación con su vecino sobre la tardanza de gandola. Un hombre que conducía a exceso de velocidad por la autopista perdió el control y atropelló a un joven que pretendía cruzar la vía. Enseguida, los que estaban en la cola salieron corriendo para auxiliar al herido, en ese momento los cuidapuestos aprovecharon y se robaron seis baterías.
Los tipos se veían corriendo con la batería en las manos, así que la gente llamó a la policía y cuando llegaron les cayeron a tiros en el barrio, recuperaron las baterías y se las entregaron a los dueños. A los tipos se los llevaron presos. Esa gente está ahí esperando que uno se equivoque para robarlo”.
Caída la noche del viernes y con la esperanza de que el sábado a esa hora ya estaría con su familia, los gritos espabilaron el cansancio que ya sobrepasaba las fuerzas de Rafael. «¡Le llegaron a un carro de la cola por la curva del hospital!», gritó uno de los compañeros. Un hombre que manejaba borracho perdió el control e impactó el vehículo de una pareja que hacía la cola desde el día anterior. Sin embargo, esa noche no fue difícil dormir en su guardia de descanso. “Ya no me daba el cuerpo”, confiesa.
¡Llegó la gasolina!
A las 6:00 a.m. Un bombero quitó la guaya que impedía el paso a la estación de servicio. La marca final fue de 600 vehículos, pero solo surtieron 250 tanques, el resto de vehículos para el despacho de gasolina quedó para el otro día.
A las 12:35 p. m. del sábado, Rafael pagó 20 dólares en efectivo por 40 litros de gasolina, es decir, el tanque completo de su Toyota. “Sentí alivio, tenía tres semanas sin una gota de gasolina en el tanque”.
Ahorrando, esos 40 litros se traducen en una semana de tranquilidad, pero la experiencia negativa lo acompaña aún y más cuando sabe que el despacho de gasolina seguirá así por tiempo indefinido.
La presión que uno sufre en la cola es difícil, los cambios psicológicos que te genera te marcan, porque ahora ando en la calle asustado, alerta y predispuesto. Se activa más el instinto de supervivencia”.
Paradójicamente, las estaciones de servicio dolarizadas en Maracaibo ya no representan ningún beneficio para la población, las colas son igual de extensas en ambos casos. “Lo que pasa es que no hay gasolina, igual uno tiene que prepararse para estar cuatro, cinco o más días fuera de casa si quiere llenar el tanque, sea en la bomba que sea”.
Esta semana Rafael debe volver a aquella realidad que confiesa no tolerar. Por ahora, trata de ahorrar los 20 dólares que le cuesta llenar el tanque con trabajos extra y recortando el presupuesto familiar. “Cada día que pase en esas colas para el despacho de gasolina son fotografías oscuras que guardaré en mi memoria de la tragedia que vivimos en el país más rico de Latinoamérica y más arruinado del mundo”.
Con información de Crónica Uno