Esa noche su mente no estaba sobre la partitura. Solo pensaba en los kilómetros que separan a Los Ángeles de la frontera con México. La ovación, los aplausos, se escucharon con la misma intensidad de las incontables presentaciones que por años había vivido junto con la Sinfónica Simón Bolívar. Al salir, en la puerta del teatro su novio la esperaba en un taxi. En la maleta del carro estaba su equipaje. El plan marchaba tal cual lo había imaginado. No volvería a Venezuela. El último concierto de esa gira por Estados Unidos quedaría en su recuerdo como el día en que desertó al Sistema Nacional de Orquestas.
La joven prefiere mantener su identidad en secreto. Su historia, sin embargo, fue un escándalo puertas adentro en la institución. Aunque no era la primera vez que un músico abandonaba su orquesta luego de una gira, nunca lo habían hecho de esta forma. Como medida disciplinaria, a los integrantes de las distintas agrupaciones se les exige ahora un compromiso de lealtad con sus compañeros cada vez que salen de viaje fuera de Venezuela. Tampoco se les permite cambiar los pasajes para quedarse unos días adicionales en algún país que visiten. Así han ocurrido la mayoría de las bajas.
Hasta ahora se desconoce la cifra oficial de músicos que han desertado del Sistema en los últimos años. El hermetismo dentro de la institución ha sido la respuesta clave ante cualquier problema. De hecho, el silencio es la figura musical que más se representa entre el personal administrativo. Sin embargo, varios integrantes de las orquestas que hacen vida en el Centro de Acción Social por la Música coinciden en que 2014 fue un año decisivo, un punto de quiebre, el primer movimiento de la fuga de talentos.
“La situación del país fue una de las principales razones por las que dejé el Sistema”, asegura Anthony Oviedo, exintegrante de la Sinfónica Juvenil de Caracas. “En marzo de 2014, cuando decidí irme, la inseguridad era cada vez peor. Tenía miedo de que un motorizado me arrebatara la viola cuando andaba en la calle. Mi situación dentro de la orquesta tampoco era tan estable, porque recibía una beca. Los beneficios solo los teníamos cuando salíamos de gira. En algún momento llegué a sentirme usado por el Sistema, porque estaba consciente de que era una viola más, y si decidía irme no les importaría, porque como hay tantos músicos en Venezuela, a los 10 minutos encontrarían a otro. Por eso decidí irme para realizar mi carrera afuera”.
La situación interna en la Sinfónica Juvenil de Caracas ha cambiado mucho en los últimos tres años. Ha tenido que reinventarse luego de las frecuentes renuncias que recibe por parte de los músicos. “La orquesta en la que estuve no es la misma. Solo en mi fila éramos 18 violas y ese año nos fuimos ocho a estudiar a Europa. Y en el resto de los instrumentos también estaba pasando eso. Cuando nos fuimos, la orquesta iba quedando vacía”, señala el violista.
Oviedo salió del país a estudiar en un conservatorio de Dusseldorf, en Alemania. En 2015, sin embargo, tuvo que suspender los estudios porque el Gobierno venezolano dejó de asignar el cupo estudiantil de Cadivi. Fue entonces aceptado en la Orquesta Filarmónica del Teatro Colón de Buenos Aires, en Argentina, donde se estableció por un año. Durante ese tiempo estuvo aplicando a varios conservatorios en Estados Unidos, hasta que se ganó una beca completa para estudiar en la Brooklyn College.
“Gran parte de mi vida la pasé en el Sistema. Siempre estuve orgulloso porque dentro de la institución no había banderas políticas. En los casi cuatro años que estuve en la Juvenil de Caracas, el tema político nunca fue importante. Hasta 2013, cuando empezaron a poner a las orquestas a tocar en actos de Gobierno. Ahí cambió todo”.
La Bolívar “C”
La llegada del maestro Marco Parisotto a la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) fue recibida con júbilo en todo México. Al director ítalo-canadiense lo contrataron en enero de 2014, un año antes de que la agrupación celebrara su primer centenario. Desde el comienzo, el conductor dejó claras sus ambiciones frente a los músicos: lograr que la OFJ se convirtiera en una de las mejores orquestas de Latinoamérica. Y para lograrlo no le importaría contratar nuevos talentos.
Así fue como poco a poco comenzaron a llegar músicos del Sistema, que pasaron a integrar las filas de la agrupación clásica con sede en Guadalajara. En principio lo hicieron en calidad de invitados. Para 2015 la cantidad de extranjeros superaba en porcentaje a los intérpretes mexicanos, que se sintieron relegados por la nueva gestión. El mayor porcentaje de los nuevos integrantes era de nacionalidad venezolana.
“Desde que llegó el maestro Parisotto comenzó a desplazar a varios compañeros, poniéndolos a que realizaran funciones que no son propias de su cargo, y a otros comenzó a mandarlos a descansar a su casa argumentando baja calidad técnico interpretativa, argumento que nunca fue avalado por ninguna comisión de cultura”, afirma el secretario sindical y violinista de la OFJ, Jesús Manuel Cruz.
Los músicos mexicanos suplantados elevaron el caso al terreno legal, argumentando violación de sus derechos laborales. Para el maestro Parisotto se trataba simplemente de una transformación necesaria para alcanzar el nivel esperado. “Desde mi llegada, se me encomendó la tarea de convertir a la OFJ en una de las mejores orquestas de Latinoamérica. Inmediatamente después de mi primer concierto como titular, el público y las autoridades me demandaron cambios. Me hablaron de los problemas que ellos percibían, las razones por las que ya no querían asistir a los conciertos de la Filarmónica, el por qué ya no disfrutaban los conciertos, etc. Yo no he estado solo en el diagnóstico de lo que debía hacerse para lograr mejoras en la OFJ”, explicó el director en un comunicado que envió a la opinión pública en junio de 2015.
La nómina actual de la Orquesta Filarmónica de Jalisco es reveladora. Más del 50% de los integrantes de la agrupación mexicana son extranjeros. Un dato significativo si tomamos en cuenta que la mayoría son venezolanos, egresados de las filas de las orquestas del Sistema, como Iván Pérez y Angélica Olivo, los dos concertinos solistas —los violines principales, las cabezas de la orquesta luego del director. Pérez llegó primero como invitado del maestro Parisotto y en 2016 se convirtió en titular. Su compañera Angélica Olivo se desempeñaba como concertino en la Sinfónica Juvenil Teresa Carreño antes de instalarse en Guadalajara. A sus 25 años de edad sigue siendo una de las intérpretes más estimadas por sus compañeros del Sistema.
En los pasillos del Centro de Acción Social por la Música de Quebrada Honda, en Caracas, a la Orquesta Filarmónica de Jalisco se le conoce como la “Bolívar C”. El sarcástico nombre se lo pusieron como apodo, incorporándolo a la distribución piramidal que llevan las orquestas más importantes dentro de la institución: por un lado está la Sinfónica Simón Bolívar “A”, a la que pertenecen los maestros; y por otro se encuentra la Sinfónica Simón Bolívar “B”, dirigida por Gustavo Dudamel. El éxodo sin freno de los músicos venezolanos a esta agrupación de México le hizo merecedor de la tercera letra del abecedario.
La renuncia
A mediados de noviembre de 2016, Gustavo Dudamel sostuvo una conversación franca con los integrantes de la orquesta élite del Sistema, la Sinfónica Simón Bolívar. El objetivo de ese encuentro con los músicos era manifestarles algunas incomodidades que había percibido durante el último año, por la falta de compromiso que estaban mostrando con el nivel interpretativo dentro de la agrupación. La discusión no fue espontánea. Días antes su nombre había quedado en entredicho. En la gira que realizaron por Nueva York en octubre de 2016, la reseña del diario The New York Times no fue para nada complaciente con los conciertos que se realizaron en el Carnegie Hall.
“La decisión de convertir a la Orquesta Simón Bolívar en una agrupación profesional, en cierto sentido puede haber sido un error de cálculo. Por un lado, eleva las expectativas de excelencia. Cuando se trataba de un conjunto de estudiantes, era fácil cautivarse por estos jóvenes inspirados. Pero la música durante estos tres programas recientes, aunque emocionante, fue desigual, ciertamente no en el nivel de una orquesta que su estatura actual requeriría”, señaló el crítico Anthony Tommasini, refiriéndose a los tres conciertos que realizaron en el Carnegie Hall. El repertorio elegido por el director venezolano fue bastante ambicioso, con obras de Messiaen y Stravinsky. Los problemas más evidentes los notó en la interpretación de los ballets del compositor ruso. “El sonido de la orquesta se sintió completo y profundo, pero curiosamente grueso y pesado. El Sr. Dudamel parecía decidido en enfatizar elementos del carácter de la música a través de efectos orquestales exagerados, con una consiguiente falta de claridad y precisión”, destacaba el NYT.
La crítica le disgustó mucho al director. El día que tuvo la conversación con los músicos, asomó la idea de renunciar a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar (OSSB) para encargarse solamente de la recién creada Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela. Dudamel les pidió a los músicos compromiso, mayor entrega, y que no abandonaran el proyecto. La relación director-orquesta no se fracturó ese día, pero el descontento continúa.
La realidad es que las deserciones dentro de la Sinfónica Simón Bolívar han afectado la calidad interpretativa de la orquesta. Lo dicen los propios músicos quienes además hablan de una apatía generalizada por los bajos salarios que perciben —no superan los 180.000 bolívares más cestatickets. Todo el escenario de frustración se eleva por la grave crisis sociopolítica que atraviesa el país. “Antes teníamos los beneficios de las giras, cuando la orquesta viajaba hasta seis veces al año y los sueldos eran competitivos. La situación ahora es completamente distinta. No se puede criticar al que busca seguir su carrera fuera del país. Y más con la situación de confrontación actual”, comenta uno de los integrantes de la OSSB que prefiere no dar su nombre.
En paralelo a la fuga de talentos, la institución musical atraviesa uno de sus capítulos más desafortunados. El autoritarismo político se infiltró entre las decisiones administrativas dentro del Sistema desde hace varios años. Una situación lamentable que no lograron frenar a tiempo y que ya salpica a los núcleos y a los integrantes de las orquestas.
Suprema felicidad
Si durante años José Antonio Abreu se esforzó por mantener a los músicos del Sistema al margen del choque político —por lo menos en el tiempo en que estuvo Hugo Chávez en el poder—, el muro de contención se les vino abajo con la llegada de Nicolás Maduro.
El primer indicio de sus nuevas obligaciones ideológicas se los mostraría Andrés Izarra en la ciudad natal de Mozart. En agosto de 2013, Gustavo Dudamel y la Sinfónica Simón Bolívar fueron invitados a participar como protagonistas del prestigioso Festival de Salzburgo. En medio de una apretada agenda de conciertos, el por entonces Ministro para el Turismo viajó hasta Austria para transmitirle a los músicos “el respaldo, las felicitaciones, el agradecimiento y el orgullo” del gobierno de Maduro por su actuación en este evento. Los elogios no fueron gratuitos. En uno de los ensayos, el funcionario subió a la tarima para hacerles entrega de un retrato de Hugo Chávez de enormes proporciones para que lo incorporaran a una exposición fotográfica que habían organizado en honor al Sistema. Los músicos con sus rostros desconcertados le aplaudieron el gesto. Esa podría ser calificada como la primera muestra de autoritarismo del Gobierno ante el Sistema.
Recién instalado el nuevo gobierno empezaron los cambios dentro de la institución. Se designaron varios funcionarios del Ministerio del Despacho de la Presidencia para que supervisaran el trabajo administrativo de las distintas dependencias del Sistema. La presión política se convirtió en el acorde disonante para los trabajadores y directivos, que se fueron adaptando a esta dinámica siempre que no afectara a los músicos.
La coacción gubernamental fue in crescendo. En abril de 2015 se les “invitó” a que firmaran en contra del llamado Decreto Obama. Para las convocatorias a las marchas en apoyo a Maduro, se hacían sorteos dentro de los departamentos para decidir quién asistiría.
En octubre de 2016 ocurrió un hecho inédito en los 40 años de historia del Sistema. En medio del escenario de la sala de conciertos Simón Bolívar del Centro de Acción Social por la Música, Carolina Cestari, entonces Viceministra de la Suprema Felicidad, amenazó a los empleados de la institución. “¿Usted no está de acuerdo con el proceso revolucionario? Sea coherente con su posición política y busque trabajo en otro lado”, propinaba al tiempo que les advertía a los empleados que no participaran en el proceso revocatorio planteado por la oposición para finales de ese año.
Recientemente, el personal administrativo y docente fue convocado a participar en la marcha gubernamental del pasado 1 de mayo. Parte de la directiva del Sistema asistió con pancartas a la concentración que terminó en la avenida Bolívar, presionados para no perder sus puestos de trabajo.
En los últimos dos meses la presión interna ha sido silenciosa. A los profesores del Sistema les fue enviado un comunicado donde se les prohíbe expresamente asistir a las protestas convocadas por la oposición. La intimidación viene acompañada del chantaje, con la excusa de que la institución es una dependencia del gobierno de Maduro y por ende deben mostrarle lealtad. En los núcleos, los directores y maestros no pueden hablar de política, ni tampoco ausentarse de sus actividades por los enfrentamientos que han ocurrido en las calles en los últimos dos meses. Las consecuencias de la coerción revolucionaria.
¡Ya basta!
El estallido de las protestas sociales que comenzaron en abril de 2017 les tocó la puerta al Sistema y reveló el talante perverso del Gobierno. El primer episodio fue el de Frederick Pinto, músico de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Chacao, que fue detenido arbitrariamente por la Policía Nacional Bolivariana (PNB) en plena calle. Los funcionarios lo interceptaron impunemente el 6 de abril cerca de la avenida Libertador, donde se llevaba a cabo una manifestación en contra del Gobierno. Lo golpearon salvajemente, a pesar de que el joven de 22 años de edad les gritaba que era músico. A los PNB el estuche donde llevaba el corno les pareció un arma. El instrumento lo patearon sin compasión y se llevaron a Pinto a la fuerza al Helicoide, a la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). El joven se dirigía a un ensayo en el Teatro Chacao al que no pudo llegar por el brutal asalto. A las horas fue liberado, luego de que las autoridades del Sistema intercedieran ante las autoridades.
Pero el capítulo más vergonzoso ocurriría casi un mes después, cuando fue asesinado Armando Cañizales, el joven violista de 17 años de edad. Su voz fue silenciada por un objeto que impactó en su cuello el pasado 3 de mayo, en medio de la represión desmedida por parte de los cuerpos de seguridad en contra de los manifestantes que se encontraban en Las Mercedes. Cañizales formaba parte de la Sinfónica Juvenil José Francisco del Castillo, del Sistema de Orquestas.
El hecho generó gran conmoción entre sus compañeros. El jueves 4 de mayo los músicos decidieron apostarse frente a las puertas del Centro de Acción Social por la Música para repudiar el crimen. “Armando no era un terrorista, solo quería un mejor país sin corruptos ni asesinos, sin dictadura”, se leía en una de las pancartas. “Armando reclamaba un derecho y, el Gobierno, por no querer aceptar la situación reprime al país. Hago un llamado a todos los sectores de la sociedad venezolana. No podemos dejar que pocas personas pasen por encima de la mayoría”, señalaba en ese momento Juan Manuel Méndez, percusionista de la Sinfónica Juvenil Teresa Carreño.
Pero el pronunciamiento más significativo se produjo horas más tarde, en la voz de Gustavo Dudamel. “Mi vida entera la he dedicado a la música y al arte como forma de transformar el mundo. Levanto mi voz en contra de la violencia y la represión. Nada puede justificar el derramamiento de sangre. Ya basta de desatender el justo clamor de un pueblo sofocado por una intolerable crisis. Históricamente el pueblo venezolano ha sido un pueblo luchador pero jamás violento”, se leía en el comunicado, que fue replicado por los medios de comunicación internacionales más importantes.
“La democracia no puede estar construida a la medida de un gobierno particular. El ejercicio democrático implica escuchar la voz de la mayoría, como baluarte último de la verdad social. Ninguna ideología puede ir más allá del bien común. La política se debe hacer desde la consciencia y en respeto a la constitucionalidad, adaptándose a una sociedad joven que, como la venezolana, tiene el derecho a reinventarse y rehacerse en el sano e inobjetable contrapeso democrático”, sigue el músico de 35 años.
Finalmente, se dirige a Maduro: “Hago un llamado urgente al Presidente de la República y al gobierno nacional a que se rectifique y escuche la voz del pueblo venezolano. Los tiempos no pueden estar marcados por la sangre de nuestra gente. Debemos a nuestros jóvenes un mundo esperanzador, un país en el que se pueda caminar libremente en el disentimiento, en el respeto, en la tolerancia, en el diálogo y en el que los sueños tengan cabida para construir la Venezuela que todos anhelamos. Es momento de escuchar a la gente: Ya basta”.
Luego del pronunciamiento de Dudamel, la institución cerró filas, reforzando el hermetismo que le ha caracterizado en los últimos años. A los músicos les aconsejan no ofrecer declaraciones a los medios y los directivos no están autorizados para dar su testimonio. El pasado 22 de mayo se envió una comunicación formal a la Dirección de Comunicaciones del Sistema solicitando una entrevista con alguna de las autoridades para este reportaje. La petición fue remitida al Ministerio del Despacho de la Presidencia, y hasta la fecha no ha sido respondida.
Sin duda el silencio ha marcado el ritmo del Sistema frente a la opinión pública. La afonía se repite ante las coerciones del gobierno de Maduro, que ha tenido claro su objetivo de apoderarse del poderoso símbolo que representa el programa social creado por José Antonio Abreu hace 41 años. Una estrategia que busca beneficiarse de la imagen virtuosa de los músicos y del prestigio que tiene el proyecto ante la comunidad internacional. Siempre que no sea tocar y luchar. El eslogan ideal sería tocar y callar.
Fuente: El Estímulo
Fecha: 09 de junio de 2017