El trámite para el Carnet de la Patria en la Plaza Caracas de la capital venezolana puede tomar hasta siete horas en una cola kilométrica. “El objetivo está claro: levantar rápidamente potencial información de tu vida entera y crear una ciudadanía de primera y otra de segunda”, sostiene el analista político Oswaldo Ramírez
“¡Y Maduro y que se iba!”, sonríe el vendedor de café y cigarros como parte de su jingle publicitario. Son las 7:00 de la mañana del segundo domingo de febrero de 2017 y un grupo de aproximadamente 5.000 venezolanos, al menos los de religión católica, no santifican las fiestas del tercer mandamiento. Tampoco aprovechan para quedarse en la cama hasta tarde: a esa hora ya nutren la fila de los aspirantes a tramitar el Carnet de la Patria, anunciado por el presidente Nicolás Maduro a finales de diciembre.
La cola sale de la céntrica Plaza Caracas de la capital venezolana, dobla una esquina de tiendas de zapaterías, prosigue por la avenida Oeste 8, deja atrás el Teatro Municipal y llega hasta la entrada del terminal de pasajeros Río Tuy, en las inmediaciones de la iglesia de Santa Teresa. “No me vine más temprano porque el motorizado no me quiso traer por miedo. Hay que escoger entre arriesgarse a la inseguridad o la necesidad”, comenta uno de los “colahacientes”.
Aunque Maduro no ha explicado claramente los alcances y objetivos del Carnet de la Patria —o las desventajas para los que conserven la cédula como único documento establecido en la Ley Orgánica de Identificación—, ha sugerido que es una “herramienta organizativa” para la obtención de alimentos a precio preferencial a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) y de beneficios de las misiones del Estado, en general
Entre el grupo de los que hacen cola cerca del Teatro Municipal, al menos, esa es la motivación que más se escucha para perder la mañana de un domingo: comida. De los labios de las mujeres, cada tantos minutos, como un avemaría, la ya familiar letanía enumerativa y cansina de los productos conseguidos o dejados de conseguir en la semana en un contexto de escasez: “Sacaron arroz – pasta – dos leches”. Los que leen periódico tienen en sus manos, sin excepciones, los diarios Últimas Noticias y Ciudad CCS, de tendencia oficial, por usar un eufemismo.
“Cómo simplifica las cosas la falta de opciones”, escribe el periodista español Bruno Galindo en Diarios de Corea¸ el libro en el que relata su visita supervisada a esa mitad norte de la península que da miedo pronunciar y que lleva, en sus palabras, casi 70 años en cuarentena perpetua.
Posibilidades ilimitadas
“La ventaja con respecto a la cédula de identidad es que esta última pasa a ser un simple papel plastificado que no incorpora ningún elemento que permita lectura de datos, llámese código QR —respuesta rápida—, código de barra, banda magnética o chip. Mediante el QR, el Carnet de la Patria permite que cualquier operador, con un celular que tenga cámara y una aplicación instalada, levante rápidamente toda la información sobre la relación que esa persona está teniendo con el Estado y/o el chavismo: inicialmente datos estrictamente personales, pero que luego se pueden cruzar con otras bases de información: el sitio donde votas o si ya acudiste a emitir tu sufragio el día de una elección, tu acceso a las misiones, si estás registrado en el seguro social, si cotizas en algún fondo de ahorro, si tienes pasaporte o un hijo en un colegio público, si tus padres reciben pensión, si te pusieron una multa. Tu vida completa. Las posibilidades de control de la población son potencialmente ilimitadas”, admite el analista de entorno y consultor político Oswaldo Ramírez, que no tiene duda: el fin último del Carnet de la Patria es crear una ciudadanía de primera y otra de segunda, como en otras experiencias totalitarias.
Las opciones para desayunar incluyen dos camiones de la Arepera Socialista y lo que venden los comerciantes informales: “bombas” rellenas de crema pastelera en tamaño de bocado, golfiados caseros, tostones, chupi-chupis. Muchos se protegen del sol con sombrillas o gorras con consignas como “10 millones de votos”. Cerca hay cuatro baños portátiles que aparentemente no han sido evacuados en varios días: la orina se desborda desde abajo y corre como un río hasta la cercana Avenida Baralt. Es inevitable recordar las palabras de José Antonio Abreu, creador del Sistema Nacional de Orquestas: “La cultura para los pobres no puede ser una pobre cultura”.
Antecedente de El Aissami
Son las 10:50 y los que han hecho cola desde las 6:30 de la mañana están a punto de ponerse más cerca del busto de Bolívar el Genio y del Carnet de la Patria: van a ser pasados por un soldado, en grupos de diez, a un sector teóricamente privilegiado de la Plaza Caracas protegido por un cordón de seguridad en el que hay asientos de espera, música grabada estridente y un animador en ropa deportiva que grita consignas por micrófono a favor de Maduro y el partido de gobierno PSUV: “Somos la juventud Chávez”. Un vendedor de agua sin control sanitario advierte de manera profética a los que muestran una expresión de alivio mientras corren a las sillas: “Allá adentro eso no está fácil. Es la parte peor, se los estoy diciendo. Llévense su agua”.
“La experiencia previa más importante al Carnet de la Patria fue el censo de la Gran Misión Vivienda Venezuela entre 2011 y 2012, que tuvo un fin estrictamente electoral: aportó un porcentaje significativo de acarreo de votos al presidente Hugo Chávez porque estaba apalancado en la esperanza de tener una casa propia. El avance perverso del Carnet de la Patria, por decirlo de alguna manera, es que el hambre te obligue a afiliarte para acceder a un CLAP. Pero podría ir más allá: generar un Estado de control. Si eres eficiente en el manejo de ese concepto de big data, e insisto mucho en el tema de la eficiencia, puedes ver clusters (racimos) de comunicación, generar microtargeting y capacidad de movilización. Si le doy CLAP a una persona y le pido que vaya a una marcha, la asistencia a esta última puede ser fácilmente escaneada con el Carnet a través de un celular. Si usted aplica a un taxi a través de la Misión Transporte, quizás no se lo van a asignar si usted no está alineado con el proceso. Así no invierto tiempo en dar beneficios a alguien que no está casado con la revolución”, explica Oswaldo Ramírez, que, por el otro lado, especula que el mecanismo podría tener una vida corta en caso de remoción de un alto funcionario —ergo, el general Vladimir Padrino López, ministro de Defensa y responsable del abastecimiento— o de que haya pocos dólares petroleros para importación de comida.
“El grueso del control del chavismo son las personas mayores de 50 años: los pensionados. Pero lo más probable es que el gobierno aspire a que al menos 30% del padrón electoral disfrute los beneficios de este carnet, si es que los tiene. Si yo fuera del chavismo, ciertamente, estaría montado en amarrar esos 5 millones y pico de votos”, agrega el analista de entorno, que recuerda que, cuando el actual vicepresidente Tareck El Aissami estuvo al frente de la Misión Identidad 2003, se asomó una primera iniciativa de agregar algún tipo de dispositivo de lectura de datos a la cédula.
¿Tiene mascota?
El vendedor de agua tenía razón: lo más difícil de la espera ocurre cuando estás más cerca de los toldos bajo los que se tramita el Carnet. Cada entrevista personal dura entre 5 y 10 minutos, aunque el promedio se acerca más a lo último, y a 20 sillas por delante —expuestas al sol de mediodía—, el cálculo realista es que faltan tres horas más. Lo más desmoralizador no es tanto la canícula inclemente que desnuda el deterioro de las torres del Centro Simón Bolívar o la deshidratación, sino la música a altos decibeles: frustra todo intento de leer un libro, socializar o respirar profundo. Del set de himnos chavistas — “El Libertador” de Ska-P y “Corazón del Pueblo”— se pasa a uno de clásicos de merengue de Los Melódicos, Roberto Antonio y Natucha, un popurrí de Calle 13 y una sección de salsa. Cuando suena “Persona ideal” de Los Adolescentes a la 1:30 pm, el coro se hace casi una urgencia física: “Me tengo que ir…”
Rostros de desesperación y/o resignación. Se reparte un folleto sobre la Guerra Económica con información sobre el cilantro. Una joven cuenta que es empleada de la policía científica. Ancianos, embarazadas y discapacitados tienen su propia zona de cocción. Conatos de peleas por el correcto orden de sucesión. “El que viene para esto, sabe que tiene que aguantarse”, filosofa una mujer de una edad madura que no llega a tercera.
Es falso el rumor en Twitter de que hay que firmar una petición para disolver la maniatada Asamblea Nacional de mayoría opositora. El único requisito es la ninguneada cédula. Una muchacha con albinismo, con algunos inconvenientes para leer la pantalla de su laptop, hace las preguntas, repetidas dos o tres veces por la música a todo volumen. Parecen inofensivas:
Sector donde vive, teléfono celular y fijo
Nivel de instrucción
¿Tiene mascota?
¿Le falta alguna pieza dental?
¿Es discapacitado?
¿Está desempleado?
¿Recibe algún tipo de protección familiar? (la muchacha no sabe explicar bien el planteamiento)
¿Conoce el nombre de su consejo comunal?
¿Ha acudido a un CDI? (centro de diagnóstico integral de la Misión Barrio Adentro)
¿Recibe bolsa? (se supone que de comida)
¿Es beneficiario de la Misión Vivienda?
Hay un encargado de poner el fondo blanco para la foto. 10 minutos de espera más y a las 2:00 en punto, si hay suerte, te dan el carnet el mismo día. En la parte de atrás, junto al código de respuesta rápida, las siluetas de cuerpo completo Chávez y Bolívar y el logo de la campaña Venezuela Indestructible. La sensación es agridulce. Tenemos patria, pero quizás hemos cedido una porción de ciudadanía.
Fuente: El Estímulo
Fecha: 21 de febrero de 2017