En la última semana de flexibilización de la cuarentena, dueños de negocios y pequeños locales han confesado estar preocupados por sus ingresos debido a que los niveles de venta han disminuido considerablemente
Las variantes son muchas: con una sola hoja de la santamaría arriba; con un empleado en la puerta que indique que sí están laborando pero a puerta cerrada; con un cartel que diga que están abiertos a pesar de que todo indique lo contrario. Los comerciantes en Caracas hacen de todo para continuar laborando durante el confinamiento, incluso aquellos a los que se le dio prioridad con la flexibilización.
El 30 de mayo, tras más de dos meses con la economía prácticamente paralizada, Nicolás Maduro anunció que a partir del lunes 1 de junio se activaría un plan especial para flexibilizar la cuarentena, en medio de una crisis de gasolina y de los servicios públicos, además de un repunte de los casos de covid-19.
En un principio este mecanismo sería 5×10, es decir, laborar durante cinco días de flexibilización, y volver a 10 días de cuarentena estricta. Sin embargo, solo cinco días después de esta aplicación, el viernes 5 de junio, la administración de Maduro modificó este plan, estableciendo un sistema de 7×7, siete días de flexibilización y siete días de confinamiento.
Los consultorios médicos y odontológicos, las agencias bancarias, el sector construcción, la industria textil, de calzado, las ferreterías, los talleres y ventas de autopartes y las peluquerías fueron los primeros autorizados en abrir.La última semana que fue del lunes 8 hasta el 12 de junio, era de parada, los comercios autorizados, exceptuando la alimentación, deberían estar de cerrados, pero esto no se cumplió en gran parte de la ciudad de Caracas.
En un recorrido realizado por TalCual por varios sectores del oeste de Caracas, se pudo observar cómo en zonas como Antímano, comercios de toda índole permanecían laborando, algunos con sus santamarías abajo pero otros sin ocultamiento alguno.
Pedro García, dueño de una tienda de artículos del hogar, explica que aunque le tocaba cerrar hasta el próximo lunes, este era el único día de la semana de cuarentena en el que abriría. ¿La razón? «Necesito vender algo para poder llevar algo de alimento a la casa. Ya llevamos dos meses de cuarentena y no estamos generando ingresos, yo necesito tener dinero porque los impuestos siguen llegando, porque debemos comer, porque tengo que ayudar a mis padres», dijo.
Para García existen algunos policías conscientes de la situación, «algunos pasan y nos dicen que no tengamos mucha gente en el local y que a las 12 cerramos, pero hay otros que nos maltratan y nos dicen que nos van a llevar presos si no cerramos».
También comenta que existen comerciantes que están «apadrinados» por algunos funcionarios, «ellos están abiertos siempre, sus santamarías no cierran les toque o no trabajar y a ellos nadie les dice nada». Aclaró que su intención no es romper la cuarentena, incluso alegó que él es el más interesado en cuidar a sus padres, personas mayores que son los únicos que lo ayuda en la atención de su comercio.
En Catia el control es «barrio arriba»
La semana de la flexibilización, en algunas peluquerías ubicadas en Gato Negro, Catia, la policía dejaba trabajar tranquilos.»Ni miraban para acá», afirma Roberto González. De 9:00 de la mañana a 4:00 de la tarde podían atender a cuanto cliente llegara. De hecho, a los que «le tirabas una ‘bombita’ (soborno), te dejaban trabajar sin novedad hasta las 6:00 – 7:00 de la tarde«, cuenta González. Sin embargo, esta semana no ha corrido con la misma suerte.
A las 11 am ya tienen al policía frente a la puerta de vidrio haciéndole señas de que ya su hora de trabajo se acabó. Y como para él pasar hambre no es una opción, cierran su portón mientras ven que no hay ninguna autoridad rondando la zona, manda mensaje a sus clientes y les dice que pasen por otra puerta.
«¿Cómo uno hace? Pues uno se viene a trabajar más temprano. Yo vivo en Pérez Bonalde, y como los policías se han puesto gafos para dejarte usar las camioneticas, que si no puede ir nadie parado, que no te le arrecuestes al de al lado, yo me salgo bien temprano de mi casa, me voy caminando y llego a Ruperto Lugo como a las 8:00,» detalla González.
Dice que al menos él puede meter a la gente «a escondidas» a su local, pero el barbero que tiene un tarantín a tres cuadras de su peluquería no corre con la misma suerte. Afirma que la semana pasada fue un infierno, pues una vez que los guardias le ordena desalojar tiene que irse o corre el riesgo de que le quiten sus implementos de trabajo.
Para Roberto, el volumen de clientas que tuvo desde que se inició la flexibilización el 1º de junio no es muy diferente al que tuvo la semana siguiente. Lo máximo que ha atendido es seis por día. Antes de la pandemia podía llegar a atender a más del doble, pero está consciente de que «lo que yo más atiendo son mujeres, y con ellas todo es más caro. No van a gastar un dinero que pueden utilizar para comprar mercado en un secado que a la semana ya no ven», asegura.
El peluquero señala también que las restricciones de esta nueva flexibilización cuentan nada más «barrio arriba», pues en muchos de los negocios que están en el mercado de Catia hacen caso omiso a las nuevas órdenes. «Allá es un territorio sin ley y todos le juegan kikiriwiki a los guardias. Lo que más medio respetan es el día de parada, los miércoles pues,» expresa González.
En otro estado, pero no muy lejos de la capital, está Eleazar Urbina, un barbero del estado Vargas que contó a TalCual que durante la semana de cuarentena atendió a sus clientes con la santamaría a medio abrir y por cita, unos cuatro por día.
«Me vi en la obligación de trabajar esta semana, aunque la anterior lo hice, porque las deudas siguen siendo las mismas. Hay que pagar el alquiler semanal, la luz, los servicios, la manutención. Lo que hice en días pasados no rindió para cubrir todos los gastos», dijo.
Urbina ha trabajado desde antes de la flexibilización de la cuarentena. Afirma que al miedo por contagiarse de la enfermedad se antepone la necesidad por costear los alimentos, medicinas para su mamá y conseguir dinero para poder pagar el alquiler de la casa.
De los mercados de ropa a la calle
Hacia el centro de Caracas, más específicamente entre la Hoyada y Nuevo Circo, las tiendas de ropa, lencería, paños y demás artefactos para el hogar trabajan como si nada. Eso sí, hasta las 12 del mediodía.
Según Alexander Pier, un vendedor del mercado Cruz Verde, los mercados están cerrados y sólo los dueños de los puestos pueden entrar a buscar su mercancía y salir inmediatamente. Detalla que esta semana ha tenido más problemas que de costumbre para movilizar su mercancía, pues en varias oportunidades la GN ha intentado quitárselas.
«Yo sé que uno debería estar recogido, pero tengo tres hermanas que alimentar», cuenta el peruano. Su única opción para no quedarse sin vender nada fue ir a buscar algunos conjuntos y venderlos por su casa, porque por esos lados la policía «no fastidia mucho,» indica el comerciante.
A pesar de que en donde está ofreciendo su ropa actualmente puede mantener el local abierto sin ningún problema, asegura que vende muy poco. Mientras que antes podía vender alrededor de 30 conjuntos en un día, ahora, si tiene un buen día logra vender seis piezas.
Mientras esto ocurre en un lado de la ciudad, en zonas como Carapita, La Yaguara y El Paraíso, los comercios permanecieron cerrados, solo estaban abiertos los locales que dispensan alimentos.
A puerta cerrada
En las narices de funcionarios de la Guardia Nacional (GN) y de efectivos de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) la cuarentena radical ordenada por Nicolás Maduro estuvo lejos de cumplirse esta semana en Maiquetía, estado Vargas.
Comercios no priorizados atendían al público, pese a que la orden del mandatario era que debían permanecer cerrados. Hubo venta de electrodomésticos, perfumes, ropa y calzado. Fue un secreto a voces que ignoraron los comandos de la GN y la PNB en la parroquia varguense.
«Toque la puerta y le abren», indicaba a media voz un sujeto cerca de la tienda Total Calzados. Al ingresar al establecimiento, el distanciamiento social quedaba en el olvido. Tampoco había quien ofreciera gel antibacterial o agua y jabón a la clientela al momento de entrar.
La tienda de perfumes El Cristo continua abierta esta semana. Vendedores del local dijeron que los días que hubo flexibilización no les fue tan bien. No tenían tanta mercancía y tampoco proveedores que los abastecieran. Además no hubo tanto movimiento de clientes.
En el mercado de buhoneros Cacique Guaicaipuro también hubo puestos que rompieron las medidas de cuarentena. Aunque los trabajadores prefirieron no dar declaraciones en un recorrido realizado por TalCual se evidenció que las ventas que se realizaban en el lugar eran de ropa, bisutería y calzado.
Vendedores ambulantes que nunca paran
Abraham es un vendedor de productos de limpieza, pero a veces de plátano. Vive en la carretera vieja Caracas – La Guaira y todos los días recorre zonas como Catia, La Hoyada y Zoológico. Él obedeció la cuarentena los primeros días después de haber sido decretada, pero después «me di cuenta que nos tenían en la casa era por el beta de la gasolina, así que ahora salgo todos los días, me den permiso por la televisión o no».
El adolescente de 17 años asegura que durante las últimas dos semanas se las ha visto difícil, pues dice que la gente ya no compra tanto jabón o cloro, sino comida. Es por eso que decidió empezar a vender plátanos. Cambia cuatro plátanos grandes por un arroz, una pasta o una leche del Clap. Así, una vez que termina su día, se va a vender parte de los productos al mercado de Catia para poder ir a comprar «el salado» y también reponer la mercancía.
«Yo tengo que mantener a mi pure y a mi hija, mantengo casi tres familias, pues. Yo me monto mi bolso o mi cesta y me voy por ahí pa’ allá. Hay días en que uno queda deshuesado, ¿me entiendes? Y si no vendo, no como», señala Abraham.
Anthony Jiménez tiene una vida similar a la de Abraham, pero es de La Guaira. Relata que vive del día a día y es por esa razón que con cuarentena o sin ella debe salir a trabajar. También es vendedor detergente y suavizante para la ropa.
Cuenta que no tiene cómo hacer mercados para días o semanas, aunque reconoce que en el período de confinamiento ha podido alimentar a su hijo de cuatro años y su esposa, aseguró que se las ha visto difícil. Dice que hasta ahora la policía no ha cometido abusos contra él. Lo máximo que le han dicho es ordenar que se retire de lugares donde se detiene a vender.