Los habitantes de Brisas de Turumo y zonas cercanas denuncian que no han visto salir una gota de agua de los grifos en lo que va de 2020. El suministro mediante cisternas se logra a veces, pero a precios dolarizados. La gente recoge lo que puede de una quebrada cercana en la que desembocan las aguas servidas de un sector industrial.
Desde hace años la falta de agua potable castiga de forma inclemente a los vecinos de Brisas de Turumo, en Caucagüita. Literalmente deben cargar el agua en hombros, luego de recorrer kilómetros para encontrarla.
Habita en ese sector una comunidad mixta entre venezolanos y colombianos, quienes han vivido allí por más de seis décadas.
Según el Censo Nacional del año 2010, Caucagüita tenía una población de 90 mil habitantes. Turumo, en teoría, debía representar poco más de la mitad de esa cifra: unas 50 mil personas padeciendo por falta de agua.
El castigo
Le gritan a Julián que no derrame el agua al subir las escaleras. Son 230 escalones desde la calle hasta su casa en la parte alta de la cuesta. Julián conoce el número exacto porque las sube y las baja a diario, debido a la necesidad de tener agua en casa para cocinar, lavar la ropa y usar lo demás para el baño. Por esas mismas escaleras suben y bajan ancianas, con igual propósito.
Comentan los vecinos que hace 30 años Turumo, como barriada organizada, tenía servicio de agua potable cada ocho días. Luego, la involución impuso que llegara una vez al mes. Con los años el servicio fue empeorando y en la actualidad pueden pasar hasta cinco meses sin recibir el servicio, lo que les hace la vida un infierno.
La última vez que vieron salir agua por las tuberías fue en diciembre de 2019.
Antonio García vive en la comunidad y asegura que, antes, lo más incómodo era madrugar para recibir el líquido. Lo hacían para poder llenar todo lo que tuviesen a la mano y almacenar agua para 15 días.
Los vecinos se avisaban entre ellos y empezaba la faena de llenado. Una calle primero, la otra después, pero nunca faltó cada ocho días. Su padre construyó en su vivienda dos tanques grandes de concreto. Así podían sobrellevar los embates de la falta de agua. Pero ahora solo se ve a los moradores, “cual camellos”, caminando en pos de agua potable.
Buscarla donde sea
A casi dos kilómetros y medio del barrio hay una quebrada donde nadie debería recoger agua. En ese cauce desembocan desagües industriales, aunque no todos lo saben.
La gente del sector parte desde Turumo y camina a lo largo de su avenida principal. Van en grupos, para protegerse del hampa. O solos, si no hay más remedio. Es algo que quizá nunca antes hicieron, pero han tenido que adaptarse y sobrevivir.
Caminan durante más de media hora hasta llegar a la quebrada. Allí se forma una cola de personas hasta que les llega el turno para llenar sus envases y pipotes. El olor del agua es ciertamente desagradable, pero se ve algo transparente, sin llegar a ser cristalina. Para ellos es suficiente: lo importante es volver a casa con algún recipiente lleno.
El regreso es algo más complicado. Los contenedores están llenos, pesan, y hay que detenerse a descansar. El tiempo parece alargarse. Niños, adultos y ancianos deben atender al llamado del “caleteo”, para tener agua en sus hogares. Es como una escena de la búsqueda de agua en Somalia. Pero no: es gente de El Chorrito, de las calles Bolívar, Marín, Sucre y todas las demás calles de la barriada.
Sectores vecinos de Turumo, como San Isidro, Barrio Píritu y La Alcabala, padecen esa misma situación.
Un negocio “poderoso”
La carencia de agua en Turumo y en toda Caucagüita representa el centro de un rentable (y dolarizado) negocio. No todos pueden pagar el agua, por eso salen a recorrer largas distancias para tenerla. Pero el que tiene con qué, paga un dólar por pipote.
Las cisternas llegan y la ofrecen. Es allí cuando cobra importancia tener la remesa en efectivo y en billetes de baja denominación.
Se hacen largas colas. El agua no luce limpia del todo, pero, antes que vivir como camellos, mejor comprarla.
María Dolores -de 60 años- adquiere 4 pipotes de 90 litros cada uno para contar con provisión para 15 días, procurando rendirla lo más que pueda. La fuente de esa agua no es confiable, su color genera dudas.
Pedro Sojo, quien maneja un camión cisterna, dice que carga el agua en un surtidor al pie de El Ávila. Pero él y otros camioneros deben ordenarse por largas horas en las inmediaciones del surtidor para poder recogerla y vendérsela luego a la comunidad.
Cuarentena seca
En esta comunidad, aislada del caso urbano de Caracas, la gran mayoría subestima el riesgo del coronavirus. Andan sin tapaboca y mantienen su habitual cotidianidad.
No tener agua es un severo castigo. Y más cuando ves y oyes las recomendaciones de lavarse las manos y lavar la ropa para evitar posibles contagios. En Caucagüita, Turumo y zonas circunvecinas temen más contraer hepatitis o enfermedades gastrointestinales a causa del agua que, con persistencia y sacrificio, logran conseguir.
Con información de El Estímulo