Tareas tan elementales como cocinar, lavar los platos, e incluso ir al baño comienzan a ser una tortura para quienes padecen alguna discapacidad y que debido al aislamiento obligatorio por el coronavirus no reciben visitas de familiares que les prestaban ayuda, lo que los obliga a valerse por sí mismos hasta donde su enfermedad se los permita.

Kender Rodríguez, un hombre de 37 años, y residente de La Carucieña, que perdió parte de la visión y agilidad para caminar tras un ataque delictivo, cuenta que le ha tocado aprender a valerse por sí mismo, cocinar su comida, aunque no pueda pararse mucho tiempo frente a la cocina por su discapacidad motora, lavar los platos y asear la casa, aunque sea por donde pasa la reina.

«Vivo solo y hago lo que puedo. El confinamiento me alejó de mis familiares que venían a diario antes de la pandemia. Me toca desde cocinar hasta administrar bien los alimentos porque no sé cuándo podré reponer algún producto que se me acabe, y salir al supermercado está fuera de mis posibilidades», dijo

Desde que comenzó la cuarentena, Kender se vale de algunos vecinos a quienes les pide el favor de comprar lo que necesita, pues salir en su silla de ruedas implica que no podría regresar a casa antes de que finalice el tiempo permitido de estar en las calles.

Julio Sánchez, también vecino de La Carucieña, que tiene dificultad para caminar y no puede hablar con fluidez tras sufrir un derrame cerebral, cuenta que ante la pandemia su situación económica empeoró, pues sus familiares están sin trabajo y comprar alimentos es cada vez más difícil. Este hombre de 68 años camina ocho cuadras para llegar al comedor popular y poder resolver, al menos, el almuerzo para luego pasar el resto del día sin comer.

Algunos vecinos se solidarizan y le brindan ayuda o un plato de comida, siempre limitados por la misma crisis económica que golpea a todos los venezolanos.

Pero la cuarentena no sólo ha golpeado el estómago de quienes padecen alguna discapacidad. Cumplir tratamientos médicos es también cuesta arriba en medio de una crisis sanitaria que afecta a todo el mundo.

Amarilis Martínez, de 34 años, requiere anticonvulsivos, pues al nacer sufrió de hipoxia perinatal (asfixia) lo que le causó una grave lesión cerebral. Sus familiares pasan las de Caín para poder comprar sus medicamentos.

«Semanalmente tenemos que buscar dinero de donde sea para poder comprarle los medicamentos que necesita y con la cuarentena todo se puso más caro», recalcó Ana Martínez, hermana de Amarilis.

Rosaura Vázquez es una joven de 15 años que vive en «Daniel Carías» de Cabudare que sufre de artritis reumatoide, la cual le impide caminar y utilizar sus manos. Su condición se ha agravado desde hace dos meses, pues los apagones diarios que se incrementaron por hasta siete horas desde que comenzó la cuarentena, comprometen la efectividad de su medicamento que requiere refrigeración constante.

Eddy Alejos, madre de Rosaura, manifiesta que todos en su familia viven con el rosario en la boca. Perder un medicamento por falta de electricidad sería un duro golpe, imposible de recuperarse, pues los altos costos de la medicina los pone entre la espada y la pared, y la importación del producto desde Colombia, donde lo consiguen más económico, quedó en el pasado debido a las medidas de restricción que incluyen los viajes al vecinos país.

Ruegan que acabe

Las personas con discapacidad ruegan a Dios que la pandemia pase lo más rápido posible, pues cada vez se les hace más difícil mantenerse y cumplir con tareas domésticas en las que antes recibían ayuda de familiares.

«Le pido mucho a Dios que esta cuarentena acabe lo más pronto posible, siento que los días cada vez se me hacen más largos», manifestó Eulogia Mogollón, de 78 años, que sufre de artrosis en ambas rodillas

Mogollón narra que extraña salir aunque sea al frente de su casa. Por las medidas de confinamiento dice que pasa todo el día en cama en su pequeño cuarto de 3 metros por 3 metros, con un ventilador que apenas refresca, ya que el único aire acondicionado con el que contaban se dañó producto de los apagones.

Mogollón recuerda cómo el mes pasado sufrió un fuerte golpe en una rodilla porque su casa estaba completamente a oscuras por un corte eléctrico. «De milagro fui a la consulta, y eso porque un amigo de mi hijo tenía un poquito de gasolina en el carro para llevarme hasta el ambulatorio, si no, iban a tener que llevarme en la silla de ruedas y así, de esa manera, iba a sufrir mucho porque en esa posición me duelen demasiado las rodillas», narró.

Desde que inició la cuarentena, los guaros han tratado de sobrellevar la situación, pero sin duda alguna para las personas que sufren de alguna discapacidad les es más difícil, ya que no consiguen los medicamentos, no tienen ningún ingreso, tienen poca comida y además sufren diariamente de extensos cortes de luz lo que los orilla a la tristeza y al sufrimiento.

Con información de La Prensa de Lara

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