“En Venezuela estamos jodidos, pero felices”, dijo Nicolás Maduro el 14 de octubre de 2017. En las calles cada vez son menos las sonrisas que lo comprueban. La salud bucal de los venezolanos va en acelerado deterioro por la precariedad de los bolsillos, la escasez de buena pasta dental y hasta por la calidad del agua, cuando hay. Niños y adultos, especialmente de los estratos sociales más pobres -que se hacen mayoritarios- constituyen un verdadero ejército de desdentados

Gustavo Molina tiene 31 años y piensa que envejeció 50 de un zarpazo. Tal vez sume 81 en su imaginario o quizás sea una exageración, pero es la edad que se calza, implícitamente, cada vez que rememora aquel accidente. Su edad mental es la suma y la multiplicación de sus frustraciones, una fórmula infeliz, cuyo resultado no es otro sino la fracción de un hombre que se sabe desmoralizado, de espaldas a los gozos cotidianos, y que ha decidido escudarse detrás de una vida que se torna ermitaña.

Sus tiempos biológicos y su edad cronológica se divorciaron hace tres años cuando quedó debajo de la moto que le descolgó la sonrisa. Sí, porque Gustavo ahora no sonríe. Dice que lo olvidó para siempre, por completo, y aunque quiera, no tiene dientes que validen la dicha de ser feliz. Dejó la expresión en la autopista Valle-Coche, sobre el asfalto caliente. Es como si tuviera una nueva partida de nacimiento. Gustavito, como es conocido entre sus familiares, habla con la mano casi siempre en la boca, encarcela sus emociones. Suele masticar sus labios para eludir las carcajadas. Le faltan 13 dientes y no tiene cómo pagarse un tratamiento.

No solo la angustia es capaz de desdibujar una sonrisa. Aunque parezca inverosímil, muchos venezolanos se quedan sin la posibilidad de volver a reír. Los más jóvenes, malogrados por la violencia, el desmayo de la salud ambulatoria o enfermedades crónicas, pierden sus rasgos fisonómicos más distintivos: los incisivos, caninos, premolares y molares. Cifras manejadas por la Facultad de Odontología de la Universidad Central de Venezuela advierten que 7 de cada 10 personas requieren una prótesis dental en distinta medida. El escenario recrudece en un país donde la salud bucal es política de Estado desde 2006, cuando se oficializó la Misión Sonrisa.

En palabras del propio expresidente fallecido Hugo Chávez, la Misión Sonrisa pretendía reforzar la autoestima, el desarrollo personal y psicológico de la población excluida: 10 millones de venezolanos desdentados estarían en lista para optar por una prótesis, según el diagnóstico arrojado por el chavismo hace 11 años. Con una inversión inicial de 19 millones de bolívares, la fábrica de sonrisas, que contaba con una incipiente plataforma tecnológica, se alistaba para producir los implantes que eran promocionados como dictámenes de felicidad. “Esta misión respalda el inicio de una Venezuela sana y alegre”, presumía Chávez en una alocución de 2006.

El programa también aspiraba ofrecer atención primaria dental, saneamiento bucal, limpieza y tratamientos anticaries. Todo ello a través de una red de consultorios, clínicas populares y Centros de Diagnóstico Integral (CDI), que entre todos apenas suman 29 Servicios de Atención Odontológica de Misión Sonrisa en todo el territorio, según la Memoria y Cuenta del Ministerio de Salud del año 2015, la última disponible de manera pública.

“Es difícil no tener dientes, a veces me siento discapacitado, porque yo era muy echador de vaina y ahora finjo no entender las bromas para no reírme. El no tener dentadura te inhabilita, te paraliza”, afirma Gustavo desde el otro lado del mostrador del abasto donde trabaja. Después del siniestro, una periodontitis le tumbó 7 piezas dentales. La luz oxidada del local y el ajetreo hacen que su drama pase inadvertido. Puertas adentro el rumor de los carros que transitan a toda prisa se fusiona con su aliento agrio, a veces espeso. Le sangran las encías y a menudo lidia contra las pequeñas hemorragias.

En 2012, el mejor de sus años, la Misión instaló 38.298 prótesis. Se trata de una cifra bruta que tres años después disminuyó 77%. Las estadísticas de gestión van en detrimento. En 2013 el programa instaló 36.669 piezas dentales. En 2014 la cifra se ubicó en 27.756 y en 2015, según la última data publicada por el Ministerio de Salud, solo produjo 8.911 implantes. El radio del programa no se ensanchó a pesar de los 405 millones de bolívares aprobados por el Ejecutivo en noviembre de 2014 para la creación de 10 nuevos módulos. Un mes antes, Nicolás Maduro, ya como presidente, había asignado 46 millones de bolívares para ampliar la red de atención y reparar sonrisas arruinadas en Cojedes, Barinas, Portuguesa, Vargas y Bolívar.

Niños con muelas destrozadas

José tiene seis años y es el menor de tres hermanos. Estudia en la Escuela María May de El Hatillo y el sábado tuvo que ser atendido de urgencia en el Centro Médico Docente La Trinidad. Varios abscesos dentales que corroían su boca lo llevaron hasta el programa de Medicina Comunitaria de esa clínica, la única opción a la mano para una familia acorralada por la crisis. Su madre, al igual que otros representantes, ignoraba el cuadro que lo afectaba. En total, 14 menores fueron referidos a ese hospital por Digisalud. Se trata de una organización filantrópica que inició este año un programa de ondontopediatría inédito en escuelas municipales y que ha atendido a 2.500 niños en zonas apartadas de El Hatillo, en Petare y La Vega.

Andreina Aguiar, portavoz de Digisalud, aporta una cifra concluyente en torno a la falta de asistencia infantil. Más del 70% de los pequeños atendidos por Digisalud tienen muelas destrozadas. “Son niños de escasos recursos que se acostumbran a vivir con el dolor, no duermen. Hay varios factores que contribuyen con el problema: la ignorancia, la ausencia de recursos y el mayor de todos: la falta de prevención. Cuando le pides a los niños que traigan su cepillo de dientes te das cuenta que está desgastado y que lo comparten con el grupo familiar”.

Hoy el gobierno impone su propio código y, en lugar de cuantificar el “desarrollo” de la Misión Sonrisa a través de módulos especializados, le toma el pulso con los sillones odontológicos. Según el Ministerio de Salud, en el país existen 3.056 para 31.519.000 habitantes. El escenario luce angosto y sugiere una relación de un sillón por cada 10.313 personas. La proporción está lejos del estándar propuesto por la Organización Mundial de la Salud: uno por cada 3.500 habitantes.

De acuerdo con esa fórmula, se necesitan 9.005 sillones en el país, pero solo está cubierto 34% del requerimiento. Más allá del terreno estético, los dientes, explican odontólogos, intervienen en el proceso de digestión: perforan, desgarran y mastican. También refuerzan la autoestima. Pero la crisis aplasta cualquier pretensión de salud y obliga a las familias más pobres, 81,8 % de la población según la Encuesta de Condiciones de Vida Venezuela (Encovi) desarrollada por las universidades Central, Simón Bolívar y Católica Andrés Bello, a flexibilizar los estándares de salud para ocuparse de lo estrictamente primordial: la comida. Según el mismo estudio, más de 63% de la población no tiene planes de seguros de atención médica y la asistencia en los hospitales colapsa en medio de la peor crisis que atraviesa el país.

Juan Goncalves, presidente de la Sociedad Venezolana de Endodoncia, recuerda los operativos promovidos por Misión Sonrisa para corregir las hendiduras de labios, un proyecto que se detuvo antes de cobrar cuerpo. Hoy ve con preocupación la nueva realidad del país, una más urgente: ni siquiera las pastas dentales se consiguen y las que llegan de mercados como China y Líbano no tienen flúor. A ello se une un drama de vieja data que se agudiza con el colapso de las instituciones: 39,2% de los hogares no tiene servicio de agua o es discontinuo, según la Encovi. Tampoco quedan rastros de los convenios del Colegio de Odontólogos con empresas como Colgate y Oral B. Goncalves asegura que la regresión ocurre en un país que en los años 80 fue modelo de atención bucal para Argentina.

Malva Cedeño, odontólogo de Misión Sonrisa en Guatire, advierte que son muchas las limitaciones. Agrega que lo que nació como una política centralizada, claudicó al igual que otras. Los convenios con Cuba, que aportaba los insumos y equipos, están paralizados. Los módulos no tienen aire acondicionado, anestesia ni personal. “La contaminación es un riesgo para los profesionales, la amalgama despide vapores de mercurio y ello afecta la salud”, alerta en torno a las fallas de infraestructura.

El agua ya no tiene flúor

Al margen de cualquier expresión metafórica, existe un retroceso en las políticas públicas que priva a la población de la salud bucal. Más de 8.396.288 personas en edad de trabajar (37,3% de la población) están fuera de la economía formal y no tienen seguridad social, precisan los últimos datos aportados por el INE en 2016. Especialistas advierten que cada vez menos personas acceden a productos dentífricos. Hace más de 18 años que se exterminó la política de fluoración de las aguas de consumo doméstico. Y ahora los dientes desarreglados parecen ser la norma. La situación no tiene colofón y el sector privado también se ve perjudicado por la crisis. Los odontólogos que ejercen por cuenta propia recurrer al mercado negro y compran insumos en dólares.

El presidente de la Sociedad Venezolana de Prótesis Estomatológicas, Jorge Vieira, advierte que 99% de los productos son importados y se cotizan en divisas. Aun cuando la pérdida de dientes es multifactorial, explica que las enfermedades periodontales, las caries y la falta de higiene son las principales causas. “Por qué tenemos que limpiarnos los dientes con bicarbonato en pleno siglo XXI”, se lamenta.

Vieira, quien se desempeña como profesor en la Facultad de Odontología de la UCV, destaca que 90% de los pacientes atendidos en los servicios docentes de esa casa de estudios son de escasos recursos y la mayoría de los gastos corren por cuenta de los estudiantes. El presupuesto de la universidad permanece reconducido, deficitario y en disminución desde 2007 y ello impide mantener el suministro de insumos. Entre las seis clínicas que cursan los estudiantes de pregrado, pueden llegar a atender alrededor de 1.200 pacientes durante toda la carrera, lo cual es un número precario para la dimensión del problema.

En 2015 el Estado solo incorporó 37.847 personas a Misión Sonrisa. Ese año apenas se atendieron 5.274 emergencias odontológicas, se practicaron 3.824 radiografías, 20.408 tratamientos periodontales, 1.474 procedimientos de endodoncia. El balance pone en entredicho el rendimiento de una misión que fue bandera de Gobierno y que ese año solo practicó 8.708 procedimientos en el área de odontopediatría.

Alfredo Natera, de la Sociedad Venezolana de Operatoria Dental y Biomateriales, cree que la escalada del dólar podría complicar aún más las cosas. El rezago de los precios inicia desde el mismo momento en el cual adquieren los insumos. En este punto los odontólogos deslizan cifras en torno a los costos de los tratamientos: un blanqueamiento cuesta 4,5 millones de bolívares. Un diente acrílico, de uso provisional, un millón 500 mil. Mientras una prótesis definitiva, fijada con tornillo de titanio, asciende hasta 4 mil dólares. Una corona de cerámica o porcelana, que debe ser cambiada al menos cada 10 años, supera los 2 millones 500 mil bolívares.

Alejandra Tovar es odontóloga egresada de la USM y dice que la coyuntura saca del juego a los profesionales. No se consigue resina, guantes ni anestesia. No solo la ortodoncia, una especialidad que atiende la estética, está afectada. La coyuntura arropa otras áreas como cirugía y prótesis. Tovar pone su atención en una dificultad que los asedia. Las casas comerciales ubicadas en Los Chaguaramos, Bello Monte y Santa Mónica han cerrado o han anunciado su retiro.

Pacientes con dolor

Daniel González trabaja en el casco colonial de Petare, instala planchas y puentes dentales a precio popular. Relata que en los buenos tiempos sus presupuestos tenían un año de validez, pero ahora solo puede mantener los precios por una semana, pues los laboratorios dentales con los que trabaja ajustan los costos periódicamente. Sus consultas cuestan 8 mil bolívares y hoy son más un servicio que una fuente de trabajo. Pese a ello, hay días en los que se va en blanco, sin atender a un solo paciente.

María Elena de Sousa ejerce por su cuenta en la avenida Nueva Granada, a la altura de El Peaje, en un lugar de clase popular. En menos de dos meses, ha tenido que cambiar de lista de precios en cuatro ocasiones. En el mercado negro una caja de guantes sobrepasa los 250 mil bolívares, una de anestesia, de 50 cápsulas, puede costar hasta Bs 800 mil. Y el kit de resina, con cinco jeringas, oscila entre 300 mil y 3 millones de bolívares. 80% de sus pacientes acuden en fase de dolor, cuando las caries han penetrado la pulpa del diente.

Jose Gómez Rivas, presidente de la Sociedad Venezolana de Equilibrio Oclusal, destaca que cada día son menos los pacientes que pueden hacerse tratamientos. Se niega a pagar en divisas, aunque reconoce que es un estímulo importante para los distribuidores. “Un tratamiento que costaba 200 dólares, sigue en ese precio, pero necesitas más bolívares para cancelarlo”. Es profesor en la Facultad de Odontología de la Universidad Santa María (USM), cuyo servicio docente atiende alrededor de 36 adultos y 24 niños por turno, y explica que los estudiantes que antes subsidiaban los tratamientos a los pacientes ya no lo pueden hacer.

Hace un tiempo que la USM accedió a no cobrar los servicios docentes. Y aunque los alumnos no reciben honorarios, hay menos casos. Hace rato que rompieron la alianza con la Misión Negra Hipólita para atender a personas en situación de calle. “Antes de salvar un diente, que es nuestra misión, nos vemos en la obligación de hacer una extracción por la precariedad de la salud bucal. Estamos deteriorando la salud”.

Publicado por El Estímulo
20/11/2017

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