Las medidas económicas tomadas por el presidente Nicolás Maduro entre la última quincena de julio y la primera de agosto han afectado tanto a comerciantes como a usuarios. En las carnicerías de la capital, la reconversión monetaria y el ajuste de precios dejaron las neveras vacías. Los vendedores no pueden ofrecer carne de res, pero tampoco pollo ni cochino. Algunos locales se mantienen gracias a la venta de mortadelas y quesos.

Gabriel Pacheco es encargado de una carnicería en el Mercado Municipal de Chacao. Aseguró que no pueden regular los precios solo para quienes venden la carne, sino desde los ganaderos, que son los primeros en fijar el precio de lo que producen: “Es una cadena. Los precios vienen desde el ganadero, pasan al matadero y luego los distribuidores nos ofertan a nosotros y nadie trabaja a pérdida”. En su local no ofrecen carne de res desde la semana en que se hizo efectiva la reconversión monetaria. A falta de ese rubro, la gente compra sobre todo cochino, que tiene un precio de 180 bolívares soberanos.

Este vendedor caraqueño escucha a los clientes a diario y sabe que a muchos les ha tocado sustituir la proteína animal con granos como lentejas y arvejas. Andrea Rodríguez, estudiante universitaria, concuerda. La última vez que compraron carne roja en su casa fue hace quince días y cuando no pueden adquirirla la sustituyen por granos, soya texturizada y huevos. Además, contó que aún tienen en su nevera un poco de pollo.

También en el municipio Chacao, Juan Espinoza atiende una carnicería que tiene 24 años en la zona. Cuenta que nunca había vivido un período de escasez como el actual. Precisó que sin carne en las neveras, las ventas han bajado 70 %. Tienen tres semanas sin poder ofrecer res a sus clientes y el cochino llegó esta semana a 273 bolívares soberanos (Bs. 27.300.000). No sabe ni cuándo ni a cuánto llegará la carne: “Los mataderos no quieren vender; a ellos los ganaderos se lo venden más caro de lo que podrán cobrar”.

En casa de Nicolás Boada, músico, compran carne una vez al mes para “darse un gustico”. Cuando no tienen, cocinan granos, soya texturizada y huevos. De vez en cuando, también queso. William García, encargado de un comercio en la avenida Andrés Bello, aseguró que, como Nicolás, muchos de sus clientes compran queso o mortadela para incluir algo de proteína animal en sus comidas. Para él, el precio no depende solo de los vendedores: “Al Gobierno se le olvida que uno paga alquiler, servicios, sueldos a sus empleados. No puede fijar precios y esperar que haya mercancía”.

En el municipio Libertador, un local se mantiene, desde hace tres semanas, gracias a la venta de enlatados como jamón endiablado y sardinas. La encargada, que prefirió mantener el anonimato, aseguró que ese negocio se mueve es por la carne roja: ni siquiera el pollo y el cerdo juntos se venden tanto como la res. Los vendedores consultados estimaron que el precio “real” del rubro es el doble del fijado por la Superintendencia.

Con información de El Pitazo.

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