De su oficio de militar, Alexis Gutiérrez (nombre cambiado a petición del entrevistado), oficial con 22 años de servicio en la Guardia Nacional Bolivariana, dice que se lleva más afanes que sueños alcanzados. Con tres hijos anémicos y una mujer en Guanarito, estado Portuguesa, reclama una vida holgada, lejos de los aprietos económicos que, según manifiesta, someten a los funcionarios de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Los oficiales afrontan una rutina desdichada, cuya mayor satisfacción es, en ocasiones, comer un plato insípido de pasta con tajadas de plátano rancio. Un aliciente que, en su caso, le deja el sinsabor de la pobreza y lo obliga a pedir la baja.

El hambre, que desprofesionaliza la FANB, se interna en los cuarteles y desata las renuncias. “En este país nadie está bien, excepto la cúpula chavista. Quien piense que estamos mejor por ser militares, está equivocado. No tenemos qué comer. Y todos pagamos por el error de un sistema que no ha sabido reconocer a quienes disienten, a quienes piensan diferente, y eso es discriminatorio”, señala el sargento.

La mayoría de quienes hacen el trámite son sargentos y oficiales de menor grado, que huyen de la peor crisis que asedia a la institución. El hecho de que 10 de los últimos 11 ministros de Alimentación provengan de la FANB no garantiza que los oficiales tengan comida suficiente en los cuarteles.

Gutiérrez no es el único en formalizar el retiro. Su historia no es una isla de inconformidad. Las solicitudes de baja se cuentan por cientos, de acuerdo con fuentes vinculadas al Ministerio de la Defensa, el ente responsable de aprobarlas. Solo en la sede de Seguros Horizonte en Los Próceres –la empresa encargada de honrar la seguridad social de la FANB– se formalizan por lo menos 4 trámites de ese tipo por día, cifra conservadora que sitúa en 20 por semana las peticiones de retiro y que ubica en 80 por mes las gestiones en ese lugar, asegura una fuente directa de la institución. De mantenerse ese ritmo, a finales de año se habrían concretado 960 bajas en Caracas, dato grueso que no incluye los retiros gestionados en los otros 33 despachos de la aseguradora en todo el territorio nacional.

En enero de este año el caudal de solicitudes era tal, que algunos militares dormían en los predios de Seguros Horizonte en la Torre La Primera, en Chacao, para ser los primeros en la fila y solicitar la solvencia de la financiadora de Primas Horizonte.

Ese hecho, que insinuaba el desespero de las tropas, no solo hizo estallar en escándalo a usuarios de las redes sociales, sino que trascendió súbitamente al Ministerio de la Defensa, que contuvo la burla y las críticas con una orden ejecutada a contrarreloj que pretendía ocultar lo ineludible: desde febrero, las diligencias para tramitar la solvencia pasaron a la sede de Seguros Horizonte en el Instituto de Previsión Social de la FANB, en Los Próceres, donde se centralizaron algunos trámites. Los componentes con más solicitudes son la GNB y el Ejército, cuyos oficiales, conscriptos y profesionales resienten la ausencia de alimentos básicos. Otra dimensión del drama que sacude al Ministerio de la Defensa es la partida de pilotos militares que, seducidos por salarios dolarizados, prefieren irse a Conviasa y a empresas privadas.

Como antídoto, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, publicó un video en el que aparecía en un cuartel comiendo como si fuera uno más de la tropa.

Atrás quedó la época en la que el presidente Hugo Chávez consentía al sector castrense y le procuraba aumentos y prebendas por encima de los demás sectores. Como ocurrió en 2011, cuando los premió con aumento de 50% por encima del gremio médico y del magisterio de educación. Un año que destaca en la cronología de recompensas a la FANB es 2013, período en el cual el presidente Nicolás Maduro ajustó los sueldos en tres ocasiones. La primera fue en mayo, fecha en la que el sucesor de Chávez se estrenó con un incremento de 40%. Cinco meses después anunciaba otro aumento de entre 45% y 60% para todo el gremio. El gesto de beneplácito fue repetido en noviembre de ese mismo año, cuando hizo otro ajuste general.

En esa ocasión Maduro también informó sobre la creación de un fondo de contingencia médica y otro para el acceso a la vivienda. Hoy la crisis estalla en los comedores de la FANB, y no hay capacidad para ofrecer mayores lisonjas para el sector castrense.

Quizás por el malestar, el 19 de marzo el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, dijo en un acto público en Los Próceres que ampliarán los planes de subsidio a los comedores militares. Y precisó que en los primeros meses de este año han entregado 18.000 préstamos personales y de vivienda para el sector. El 2 de abril pasado el Ejecutivo aprobó un crédito adicional para el Ejército por 2 billones de bolívares, y de ese monto 86 millardos de bolívares irán a la alimentación de los cadetes.

En esa alocución Padrino López presumió del programa Mi Casa Bien Equipada para llevar línea blanca a los oficiales, y anunció además la Campaña Nacional Negro Primero para brindar asistencia sanitaria, social y burocrática al cuerpo castrense en todo el país.

En medio de la coyuntura, algunos militares cargan sus viandas de alimentos y reciben permisos especiales durante el ejercicio de sus funciones para comer en sus hogares. Parte de la alimentación ahora corre por cuenta propia y pesa sobre el bolsillo de los funcionarios: se les agota la comida. Y esto ocurre en medios de las sacudidas de las detenciones de militares y la degradación de otros oficiales.

El experto militar Hernán Castillo, docente de la Universidad Simón Bolívar, indica que el deterioro es tan profuso que en la región centroccidental hay cerca de 4.000 solicitudes de baja entre los componentes, pero todas han sido retenidas. Argumenta que el panorama se torna devastador para una de las instituciones más favorecidas por la riqueza petrolera.

La “vergüenza” de ser militar

Gutiérrez es sargento mayor de primera y cabeza de familia. Comparte sus días entre el rigor endeble de la academia y el quebranto de alimentar a sus hijos de 7, 10 y 15 años de edad. Relata que lo esperan en casa, hambrientos, mareados de solo tomar agua. Al militar lo corroe la urgencia de sus hijos y lo asalta el miedo de verlos fatigados.

En el país 9 de cada 10 venezolanos no pueden pagar su alimentación diaria y 6 de cada 10 han perdido 11 kilos de peso, advierte la Encuesta sobre Condiciones de Vida.

“No puedo hacer nada con 2 millones de bolívares mensuales. Se me va la vida esperando que la situación económica mejore y que haya condiciones dignas para servir a mi patria. El país nos necesita, pero el gobierno no mira a los oficiales de bajo rango con la misma piedad con la que ve al Alto Mando Militar”, expresa, y enmudece de momento.

Su decisión es inminente. Dice que cambiará su arma por un pico y en lugar de botas militares calzará zapatos de hule. Ha heredado unas tierras en San Nicolás de Guanarito y se ve allí, entre caminos de tierra amarilla y linderos de espesa vegetación, cortando el monte para sembrar. Cree que es lo más indicado para resguardar su hogar de la crisis. El dinero que recibe apenas le alcanza para comprar huevos y algo de queso con el fin de compartirlo en su casa. “Cuando dices que sirves a la patria pero tienes que recurrir a la reventa de cosas porque el Estado no te garantiza las condiciones básicas para vivir, nada haces con el orgullo militar. Prefiero servir a mi familia”, matiza.

Publicado por El Nacional

11/04/2018

 

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