Entre 2013 y 2015, se registraron 30 niños con desnutrición severa en el hospital J. M. de los Ríos. En 2016 la cifra se triplicó: hasta el último día de octubre, 95 niños con desnutrición crónica habían entrado al departamento de Nutrición, Crecimiento y Desarrollo. La última vez que Efecto Cocuyo visitó este servicio, hace apenas cuatro meses, la cifra era de 31. Es decir, entre inicios de julio y principios de noviembre, los casos de desnutrición crónica aumentaron en 206%.

Una de las principales causas es que en este centro de salud, la cocina fue cerrada en mayo de este año, “por remodelación”, y el personal admite no tener ni idea de cuándo volverá a abrir sus puertas. Desde esa fecha, la comida la traen lista de otras cocinas, pero no llega con la regularidad de que podría tener cocinar allí. “Depende del momento”, dijo Ingrid Soto, jefa del servicio, admitiendo que hay casos graves causados por esta irregularidad. Por ejemplo, un niño que debe recibir tres sopas por día, “a veces recibe una sola”.

El suministro de fórmulas lácteas tampoco es regular. “Llegan a veces, o llegan por donaciones”. Esto es especialmente grave en el hospital de niños más importante del país, donde atienden a gran cantidad de lactantes. Nada más entre los hijos de madres VIH positivas, hay 642 niños cuya alimentación no está garantizada. Sus madres no los pueden alimentar por el riesgo que implica transmitirles la enfermedad a través de la lactancia, pero se han visto obligadas a hacerlo por no contar con las fórmulas.

Soto explicó que la mayoría de los pacientes que han recibido tienen Kwashiorkor, un síndrome infantil de carencia de nutrientes en el que los niños se hinchan y presentan formas edematosas (retención excesiva de líquidos). Aunque es más común en lactantes, ha recibido jóvenes de incluso 14 años con el síndrome.

Para intentar paliar la escasez y el alto costo de las fórmulas lácteas, los padres han tenido que recurrir a soluciones que, aunque creativas, no son precisamente las más indicadas para los niños. Por ejemplo, le dan a los bebés teteros de chicha -hecha con arroz o pasta– o agua de arroz. “Teteros con harinas. Esos son niños que no están recibiendo proteínas“, señaló la doctora.

Son precisamente las proteínas las que más escasean en la dieta de los venezolanos, según explicó. Los padres de sus pacientes prefieren no comer o hacerlo en menores cantidades para que sus hijos coman; y cuando lo hacen, un plátano, una yuca o un ocumo suelen ser el alimento principal de sus platos. Los niños con desnutrición leve pasan a tener moderada, los que tenían moderada están pasando a grave y sus padres bajan y bajan de peso.

Soto reitera lo que ya el Observatorio Venezolano de Salud advirtió: la grave crisis alimentaria a la que está sometida el país producirá una generación de enfermos crónicos. “Los primeros dos años de la vida son vitales. Nunca vas a crecer tanto”, advirtió la doctora, quien además señaló que los sistemas de un niño mal alimentado no se desarrollan por completo y no tendrá respuestas inmunológicas favorables. “Y lo que nos preocupa más que la talla: el desarrollo cerebral tampoco es completo”.

FUENTE: EFECTO COCUYO

FECHA: 12 DE NOVIEMBRE DE 2016

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