La situación hospitalaria en Venezuela se equipara a la de un país en guerra. La vida de cientos de mujeres a punto de dar a luz pende de un hilo delgado y frágil que casi siempre se rompe ante la mirada indiferente de quienes tienen en sus manos la posibilidad de cambiar una realidad que compite con la ficción.

Sólo en el hospital Maternidad Concepción Palacios de Caracas, 7,307 nacimientos se registraron en 2016, casi 700 menos que los 8,046 ocurridos en 2015.

Debido a las fallas estructurales en el hospital materno- infantil, la cantidad de partos atendidos descendió. Sin embargo, Gladys Zambrano, epidemióloga del centro de salud caraqueño, señaló que tanto los nacimientos como la mortalidad infantil obedecen a diversos factores relacionados con el control prenatal y la alimentación de la gestante, que en Venezuela es sumamente precaria.

Esto quiere decir que los niveles de incidencia de mortalidad infantil aumentan considerablemente al evaluarlos como un indicador de calidad de vida, que aunado a las fallas institucionales, ofrecen resultados desalentadores de neonatos fallecidos los primeros siete días de vida, muertes ocasionadas por malformaciones congénitas, prematuridad, peso inferior a los 2 kilos 500 gramos (Un poco más de 5 libras y media) e inmadurez pulmonar.

La doctora Zambrano informó que en la Maternidad Concepción Palacios fallecieron 211 neonatos durante el año 2015, cifra que ascendió a 254 en 2016, 37 de los decesos estuvieron relacionados con malformaciones congénitas en el sistema nervioso central y seis con microcefalia, es decir, deficiente crecimiento del cráneo.

La detección de la atrofia cerebral en los recién nacidos, puntualmente de la microcefalia, llama la atención de los especialistas, toda vez que los casos contrastan considerablemente con los datos de los años precedentes en los que no hubo registros de la enfermedad.

En el hospital ginecobstétrico tipo 4, la cifra de partos vaginales duplica las cesáreas. Sólo en el primer cuatrimestre de 2016 se registraron 2,566 alumbramientos por vía natural y 1,364 operaciones.

En la Maternidad Concepción Palacios la cifra de embarazos no controlados ronda sobre el 90 por ciento. El centro médico ostentó en 1972 el récord como el hospital con más partos en un solo año a nivel mundial.

“El tema de los embarazos no controlados ocurre no sólo en Caracas sino en el resto del país, es una constante que evidentemente pone en riesgo la vida de madre e hijo”, refirió la epidemióloga Gladys Zambrano.

Entre la Maternidad Concepción Palacios de la capital y la Maternidad de Alto Riesgo “Comandante Hugo Chávez” en Valencia, se atiende 25 por ciento de los nacimientos del centro del país.

El calvario de las parturientas en una Venezuela desabastecida

Los líquidos amnióticos de las madres se revuelven mientras la nueva vida patea por salir al mundo exterior. En la entrada de uno de los principales hospitales del estado Carabobo, en el centro del país, una mujer descendió de un vehículo destartalado que frenó justo en la emergencia del centro de atención.

El dolor no le permitió seguir caminando, por lo que se detuvo mientras clavaba las uñas en el brazo de la acompañante, otra chica de su edad, hasta tanto se le pasara la contracción que la dejó paralizada en medio de la calle.

Llevaba un vestidito rosado y acaparó la atención de todos los presentes, la mayoría familiares o buhoneros, quienes hicieron un silencio solemne ante el eco del líquido proveniente de su entrepiernas que empapó el asfalto y salió de ella con tal presión que chispeó a quienes estaban a su alrededor.

Unos segundos tardó en reaccionar el Guardia Nacional de la entrada principal para gritar a los enfermeros que trajeran una silla de ruedas para la parturienta. La tenían ocupada como carro para trasladar los medicamentos, no hubo otra opción que alzarla en brazos hasta ingresarla a la sala de parto.

Ella corrió con suerte, a las dos horas había alumbrado naturalmente. No así la trigueña que junto a su pareja temió por la vida de su segundo hijo. Llevaba consigo unas placas que certificaban ser de pelvis estrecha, aun así “la querían hacer parir por fórceps”, dijo su pareja.

“Venimos de la Maternidad del Sur”, expresó, uno de los centros asistenciales más grandes de Valencia, ubicado en la populosa parroquia Miguel Peña de la ciudad industrial de Venezuela.

El personal médico le pidió comprar 15 tapabocas, 15 pares de guantes, inyectadoras, gasas, alcohol y suero para poderla atender, pero el dinero no le alcanzó para una ampolla requerida. Costaba 60,000 bolívares el kit de laparotomía y no tenía cómo pagarlo. Se fue en una camionetica de pasajeros hasta otro centro asistencial, con 40 semanas de gestación y con el temor de dejar de sentir el feto.

Le dijeron que sólo la atenderían si estaba dispuesta a parir, de lo contrario tendría que irse.

Llevaba la bolsa con los insumos y se fue Dios sabe adónde a tratar de parir, arropada con una sábana de leopardo para protegerse de la lluvia incesante de ese viernes, que luego se extendería hasta la noche y empaparía a las recién paridas con sus niños en brazos.

Salas de partos, retenes y quirófanos contaminados es el pan de cada día en los centros hospitalarios del país, donde los médicos llevan desinfectante y material quirúrgico de sus propios hogares para “medio asear” los espacios donde vienen al mundo los venezolanos de estos tiempos.

“Con decirte que ni agua teníamos para lavarnos las manos después de un procedimiento, ni pensar entonces en otros insumos de igual importancia”, reclamó la doctora Zambrano.

En el segundo piso del Hospital Dr. Ángel Larralde de Carabobo, sólo 10 camillas estaban habilitadas para las 50 o 60 mujeres que ese fin de semana trajeron sus hijos al mundo. Todas ellas pasaron la noche en el pasillo del retén, con sus niños en brazos, expuestas a la fría brisa que las despeinaba.

Entre el dolor propio de un trabajo de parto y la tardía atención del personal de guardia, las mujeres requerían que sus familiares subieran a llevarles agua potable para removerse la sangre y los fluidos que aún reposaban sobre sus piernas y espalda después del alumbramiento, porque allí dentro no había agua, ni higiene, ni compasión con las parturientas, a las que se les da a desayunar pan árabe con huevo revuelto o ensalada de repollo, lo que les ocasiona gases e indigestión.

La mañana del sábado varias de ellas cayeron al suelo. Se resbalaron con el agua de lluvia que entró por el balcón y que el personal de mantenimiento no atendió a tiempo. Caminaban en búsqueda del responsable de las altas médicas para salir de ese lugar de sufrimiento, donde los familiares improvisan tiendas de campañas al aire libre a modo de vigilias, atentos a cualquier eventualidad.

La maternidad desbordada

Mujeres pujando y manchándolo todo en el suelo del retén, de la emergencia o bajándose del transporte público irrumpían con el grito desgarrador del alumbramiento, para sacar del ensimismamiento a su entorno.

“¡Eso es todo los días!, agradezcan que su familiar nació sano, porque hay muchos niños enfermos y la única pediatra de guardia tiene que evaluarlos a todos”, expresó con hastío la supervisora de enfermería.

Con los gritos de fondo de los buhoneros que ofertan café y cigarrillos se observan distintas mujeres retorciéndose del dolor en los pasillos, las escaleras y la vía pública, mientras se desocupa un espacio para hacerlas pasar.

“Porque si la paciente no llega con la cabeza del niño afuera no la atienden”, se quejan los familiares que llevan días durmiendo bajo los árboles del centro de salud mientras ingresan a la futura madre.

Tres días aguantó hasta su ingreso una mujer de casi 40 años de edad, a quien le tocó dormir en el suelo sobre un cartón porque no había dilatado lo suficiente y por tal motivo los médicos le pedían que se retirara a su casa hasta que “de verdad” estuviera pariendo. Pero ella andaba sola, sin familiares ni dinero para ir y volver. Salvo un perro que la acompañó en su dolor. Angustia e incertidumbre viven no sólo las parturientas sino sus familiares, que deben soportar días enteros fluctuando entre la realidad y la ficción que se entremezclan en una Venezuela caótica y sin rumbo, donde predomina la desidia y la miseria como una tonada macabra.

El llanto del recién nacido y la ilusión de las madres desvanece ante la carestía y el drama de quienes llevan los líquidos amnióticos revueltos en búsqueda de atención oportuna en los centros de atención del país.

La situación hospitalaria que reseñan los medios de comunicación es sencillamente la punta del iceberg de una realidad demoledora y cruel que cobra la vida a diario de cientos de pacientes que sucumben ante un sistema insensible donde nada funciona y donde nada importa.

Las verdaderas cifras son escondidas a la prensa, pero los pasillos de los hospitales hablan en voz baja y transpiran lo que ocurren en privado, donde los médicos actúan con estoicismo aplicando técnicas y tratamientos caseros ante la inexistencia de un presupuesto que es anunciado en cadena nacional pero que no llega a los destinatarios. Los enfermos pueden morir debido a un “apagón” que dejó inoperativos los respiradores artificiales.

Los parámetros de medicamentos, operatividad en los servicios hospitalarios, recursos, insumos médicos, disponibilidad de camas y nutrición en Venezuela dan resultados –paradójicamente– en rojo, como la sangre que desborda del cuerpo de hombres y mujeres desatendidos en el país.

Fuente: Sumarium / El Nuevo Herald

Fecha: 05 de febrero de 2017

Ir a la barra de herramientas