Disfrutar del retiro que implica la vejez es una vida que los abuelos venezolanos no pueden darse en este país, pues sortean su día a día entre necesidades, carencias y soledad que hasta les ha llegado a perturbar el sueño.
Cada vez resulta más difícil afrontar la llegada de la tercera edad, pues antes el mayor temor de este grupo de personas eran las enfermedades, pero ahora se les suma la angustia por la crisis económica, la zozobra que genera las fallas en servicios públicos, la dificultad para conseguir medicamentos e insumos y el no saber si el día de mañana tendrán para comer.
Con una mirada entristecida, voz quebrantada y un suspiro que dejaba en evidencia el sentimiento de nostalgia y decepción, los abuelos larenses relataron cómo sus vidas las dedican a sobrevivir en medio de una turbulencia de dificultades.
Haciendo de tripas corazón para estirar el poco dinero que ingresa a su hogar, vive la señora María Ester Peralta, una dama de 60 años de edad, quien con su pensión y lo poco que pueda conseguir su esposo vendiendo bambinos en el centro rebuscan para comprar comida; sin embargo, su dieta ya no es balanceada pues han tenido que sacar la carne de su plato porque el dinero no les alcanza para comprarla.
“Estiramos la platica lo más que se pueda, pero igual nos vemos limitados, ya tenemos más de dos años que no comemos carne porque el dinero no alcanza, sólo nos queda conformarnos con los granos así sean tres veces al día”, manifestó Peralta, habitante del sector Luz de Dios.
Otra historia conmovedora es la de Simón Márquez, pues él desde muy temprano sale de su casa a recorrer calles donde pueda conseguir cartones de huevo, plástico o cualquier material de reciclaje que pueda recoger de entre la basura o en comercios donde amablemente se los regalan, para luego vender y así tener un poco de dinero para poder alimentarse.
“Ya a los viejos no nos dan trabajo, por eso ya a las 7:00 de la mañana voy saliendo de mi casa para ir buscando los cartones, pero hay días en los que no logro conseguir nada y me ha tocado hasta acostarme sin comer”, expresó Márquez.
Pasar noches en vela de “tanto pensar cómo harán para comer el día siguiente” es una de las tantas preocupaciones que invaden a nuestros abuelos, quienes lamentablemente de manera inconsciente utilizan lo que serían sus horas de descanso para pensar en alternativas para resolver su subsistir del siguiente día, ya que muchos de ellos solían recibir ayuda por parte de familiares en el exterior y a causa de la pandemia, esta ayuda ya no es constante.
“Cuando uno se acuesta le da por pensar en cómo se hará el siguiente día con la comida, los servicios, jamás pensé que pasaría de esta manera mi vejez, tenía la ayuda de mis hijos que están fuera del país, pero desde que llegó el coronavirus se le ha hecho difícil enviarme dinero”, comentó Rosa Vegas.
Mientras que la señora María Pérez, a sus 60 años aún sueña con una vivienda donde no se le cuele el agua de lluvia, pues las láminas de zinc que conforman su humilde hogar ya están bastante desgastadas por la humedad y el sol, pero sus ingresos no son suficientes para reemplazarlas, por lo que le ha tocado “adaptarse” a las goteras. Dice que pide a Dios todos los días mejorar su calidad de vida.
“Cuando llueve de madrugada me ha tocado pararme a sacar agua porque llueve más adentro que afuera, con ayuda de algunos vecinos tuve que colgar unos tobos en el techo para tratar de parar el agua, pero la verdad es que siento que esta vida que estoy viviendo es inhumana para cualquier ser vivo”, manifestó Pérez.
Por su parte, en la Ciudad de los Muchachos, una fundación dedicada a la entrega de alimentos ya preparados para las personas de bajos recursos, a diario se aprecian largas colas lo cual en su mayoría son adultos mayores que se acercan en busca de algo que comer exponiéndose a los riesgos latentes de las calles, además del coronavirus.
“Sabemos a que nos exponemos, pero si salimos es porque tenemos la necesidad de buscar qué comer, no nos podemos quedar en casa porque el pasar hambre también es peligroso, no sólo el coronavirus mata, el hambre también”, agregó Alberto Machí mientras esperaba en la larga cola del comedor para poder llenar su recipiente con algo de comida.
Los constantes apagones y la falta de agua por tubería también golpea a los ancianos. Muchos de ellos que viven solos deben cargar agua desde otros sectores en envases cuyo peso puedan levantar y trasladarlos hasta su casa.
Se rebuscan
Abuelos afirman que aunque ya a su edad no pueden conseguir trabajo han buscado la forma de generar ingresos que les permita cubrir algunas necesidades básicas. Desde vender café y periódicos en la calle, hasta hacer mandados son las alternativas de los viejitos para llevar el pan a sus mesas.
Cristina Salones, de 72 años, se gana la vida haciendo mandados a la bodega a sus vecinos de la avenida San Vicente con calle 53. Con un bolsito para meter los productos y muy buena actitud, Cristina recorre casa por casa para preguntar quién desea hacer una compra por cuyo servicio le cancelan con una harina o algo de efectivo.
“Busco a quienquiera que vaya a hacer compras y voy por ella y así me gano una harina o un arroz como pago, es una manera de quitarme la preocupación de no tener qué comer, porque con la pensión no logro hacer un mercado para vivir todo un mes”, aseveró Salones mientras caminaba con su bolso y algunos productos que llevaba a una de sus clientes.
Otro abuelo que también se rebusca como vendedor informal es el señor Pascual Biscagelo, de 66 años, quien coloca los periódicos y un termo de café en una mesita frente a su casa y con el dinero puede resolver la comida del día.
Con días donde las ventas son nulas, el señor Biscagelo relata que junto a su esposa a diario buscan generar ingresos extras, pues al unir sus dos pensiones sólo logran comer un par de días del mes.
“Los tiempos de antes eran de comodidades no se tenían lujos, pero al menos teníamos la certeza de que teníamos la nevera full, ahora da angustia cada vez que vamos a beber agua, porque ni con luz la conseguimos”, expresó Biscagelo.
Y es que la zozobra cada día se adueña de los abuelos, quienes invadidos por las preocupaciones económicas, la falta de medicamentos y la soledad se van sumergiendo en un ambiente desolador.
“Sólo pedimos pasar nuestros últimos años de vida en paz, tener calidad de vida y no padecer hasta para poder tomarnos un vaso de agua, ya la vejez es sinónimo de depresión, necesidades y carencias y no de tranquilidad y descanso”, manifestó Oscar Mogollón, de 65 años, quien además expresó sentirse desesperado al ver la caótica situación económica que vive el país y en la que ya no puede laborar.
Paran sus tratamientos
Poder cumplir con sus tratamientos médicos es tarea imposible para los adultos mayores, quienes se ven obligados a interrumpir sus tratamientos por falta de recursos que les permita comprar las pastillas para la tensión, el corazón u otros fármacos para sus patologías.
Con 400 mil bolívares que disponen mensualmente, los abuelos no pueden costear ni una caja de pastillas Losartán, las cuales ya se ubican en el mercado en más de Bs. 700 mil.
“No pude volver a tomar mis pastillas para la tensión porque el dinero no me alcanza, o como o me compro las pastillas”, dijo César Mora, de 70 años.
Con información de La Prensa de Lara