Rebeca es la única niña que ocupa la fría habitación de urgencias pediátricas la tarde del 19 de octubre. Las otras camas están vacías.

En el pasillo, un papá sostiene a un bebé. Ambos niños tienen una cánula nasal de oxígeno para ayudarles a respirar. Que sólo haya dos pacientes en esa zona del hospital de Guaiparo no es normal.

¿Dónde están los otros niños? El principal hospital de Ciudad Guayana, en el este de Venezuela, sólo admite en sus urgencias pediátricas desde el 28 de septiembre posibles casos de difteria, una enfermedad que ha reaparecido en el país después de 24 años.

Las causas son múltiples en una situación que ejemplifica la compleja realidad actual de Venezuela.

Entre ellas, la crisis económica que sufre el país y que se refleja en hospitales y falta de medicamentos, pero también los problemas que nacen en la conflictiva zona de minas en el este del país.

«Está bien, pero como está en fase de incubación la van a dejar en observación», me dice la mamá de Rebeca mientras arropa a la niña en una habitación en la que, quizás por el vacío, el aire acondicionado enfría demasiado.

_92157846_untitled La mamá se ha bajado la mascarilla y parece aliviada por no haber escuchado una palabra que asusta en esta ciudad de Bolívar: difteria.

Además de por su riqueza minera y sus bellezas naturales, como el Salto Ángel o el monte Roraima, desde hace varias semanas el estado más grande de Venezuela es conocido también por esa enfermedad que se creía controlada.

 

Síntomas y efectos

La difteria es una enfermedad tan peligrosa como fácil de evitar y de curar. La causa una bacteria que se encuentra en boca, garganta y nariz y se contagia por vía aérea a través de la saliva, la tos o un estornudo.

Los síntomas son parecidos a los de una gripe o una amigdalitis: problemas para respirar, dolor de garganta. Pero si avanza, puede dañar el tejido del corazón, ocluir las vías respiratorias y provocar la muerte.

La tasa de mortalidad es de uno de cada diez en adultos y de uno de cada cinco en niños, los más vulnerables.

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La vacuna contra la difteria la reciben los niños en edad temprana, pero requiere un refuerzo años después.

«El Correo del Caroní», principal medio local, habla de 23 muertes (entre niños y adultos) relacionadas con una enfermedad desconocida para la mayor parte de la población y hasta por muchos doctores.

Las autoridades sólo reconocen dos casos y rechazan el alarmismo y el «psicoterror» de los medios.

«Si tú te vacunas, no te tiene que dar la enfermedad», me explica un médico del hospital de Guaiparo.

Esa es también la principal explicación oficial.

«Todos los casos en niños es porque no han sido vacunados», dijo el 11 de octubre, según los medios locales, la directora de Epidemiología del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS), Miriam Morales, durante un foro que llevaba por título: «Situación actual de la difteria en atención a la alerta epidemiológica».

Así explicó también ese mismo día el director del hospital de Guaiparo, Armando Otega, la muerte del niño Abismael Espinoza el 24 de septiembre. La madre «nunca vacunó a su hijo y en este país las vacunas son gratis», dijo.

La enfermedad «de moda»

El 10 de octubre también murió Jhoangely con apenas dos años. El acta de defunción explica que la causa de la muerte de la niña es la difteria.

Yaritza Navarro es la abuela de la niña, la que primero se preocupó por la fiebre y el dolor de garganta de la pequeña. Fue a un centro médico, pero no le vieron nada. La llevó entonces a Guaiparo, de donde ya no salió.

«La doctora le revisó la garganta y me dijo: es difteria», me cuenta dentro de un auto en el modesto barrio del 25 de marzo en Ciudad Guayana, donde a esa hora los niños salen del colegio con las mochilas que entrega el gobierno venezolano.

_92157868_img_0506Yaritza, que con 48 años es demasiado joven como para ser abuela, tiene miedoy prefiere no hablar en su casa. El consejo comunal está preocupado porque cree que desde ese hogar se puede propagar la enfermedad, pese al plan de vacunación rápida en las viviendas de la calle tras la muerte de Jhoangely.

Cuando los médicos le dieron el diagnóstico de la niña, a Yaritza le resultó familiar: era esa enfermedad que «está de moda», dice. Más le costó entender cuando le anunciaron: «La niña está grave».

Yaritza, a la que vacunaron en el mismo hospital mientras esperaba noticias de su nieta, admite que a la niña le faltaba el refuerzo de la vacuna.

No sabe cómo la niña pudo contraer la enfermedad y dice que las autoridades no han hecho pruebas a los familiares para saber si están contagiados ni les han preguntado sobre el posible origen.

Crisis hospitalaria

El gobierno de Venezuela presume de su sistema de salud gratuito, pero los hospitales se han convertido en víctimas de la grave crisis económicas del país. Médicos y medios locales e internacionales han denunciado la situación de precariedad y la falta de insumos.

Pese a negar públicamente la gravedad del brote, el gobierno activó a finales de septiembre una campaña urgente de vacunación y decidió que el hospital de Guaiparo sólo admitiera a niños sospechosos de tener la enfermedad para evitar posibles contagios a otros. En la primera planta de ese mismo centro médico hay un área restringida, en la que murió Jhoangely.

«Si el Estado ordena que se den charlas y se vacune masivamente a la población contra la difteria , ¿qué es lo que está pasando? Tiene que haber difteria», le dice a BBC Mundo Hugo Lezama, pediatra y secretario general del Colegio de Médicos del estado Bolívar.

_92157870_mundo«Cuando comenzó el déficit de medicamentos, sobre todo de antibióticos, comenzaron a emerger enfermedades que anteriormente no teníamos», explica el doctor Lezama.

No descarta que antes hubiera difteria, pero la resolvía con algo tan simple como penicilina, que ahora es escasa.

La penicilina benzatínica «está resguardada para personal de alto riesgo y pacientes de los que se sospeche que tienen la enfermedad», me cuenta el médico del hospital de Guaiparo, que prefiere no dar su nombre por temor a represalias.

«Sospechosos»

A los milicianos que protegen el acceso al hospital no les gustan los periodistas ni los médicos que los ayudan.

Fuera del centro, pese al escaso movimiento, esa tarde del 19 de octubre una señora improvisa un puesto en la acera para vender café y pasteles.

Otro vendedor le reprocha que no debe estar ahí, que no es su día. Y le explica por qué en las últimas jornadas nadie vendió café caliente: «Era por lo de la difteria».

_92157850_img_0494En el interior del centro, el doctor del Guaiparo denuncia la falta de penicilina y de reactivos para hacer la prueba que confirme que es difteria. Critica el control de información del gobierno, el único con capacidad para confirmar los casos en el laboratorio de Caracas.

Por ello, para las autoridades nacionales de momento sólo hay casos «sospechosos» de difteria.

BBC Mundo intentó sin éxito hablar con la responsable de epidemiología Miriam Morales.

«Después de 20 años, un solo caso ya es una epidemia. Con que se me presente un solo caso sospechoso ya tengo que prender las alarmas y hacer un programa para saber de dónde vino ese caso», me dice el médico del Guaiparo.

Y cuando se pregunta de dónde vino, todos apuntan al sur del estado, cerca de la frontera con Brasil, en la zona de las minas.

La fiebre del oro

Tras casi cuatro horas de camino desde Ciudad Guayana y ya a las puertas de la Gran Sabana está Tumeremo, la localidad más grande antes de entrar de lleno en territorio minero.

«Compro oro», es el cartel recurrente en la población de calles polvorientas y fuerte calor.

La crisis económica en Venezuela ha hecho que muchas más personas se desplacen a esta zona en busca de trabajo en la mina. Por un gramo de oro se pueden pagar 38.000 bolívares (unos $38 al cambio en el mercado negro).

El salario mínimo mensual tras el reciente aumento del gobierno es de 27.000 bolívares más la ayuda por alimentación.

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Eso ha llevado a que estas pequeñas aldeas hayan crecido rápidamente en población, lo que genera hacinamiento y que se ponga de manifiesto la falta de infraestructuras, sobre todo la sanitaria.

«Por la situación económica se van para las minas buscando la fiebre del oro. Algunos traen dinero, pero otros traen más enfermedades que dinero», afirma el doctor Lezama.

Neuladis tiene 25 años y trabaja en una de las 100 minas del municipio de Sifontes, cuya capital es Tumeremo.

Ha acudido al hospital José Gregorio Hernández de Tumeremo porque tiene fiebre. Teme haber contraído otra vez malaria, endémica de esta zona y que se ha multiplicado por el trabajo en las minas, ambiente propicio para el mosquito transmisor de esta enfermedad.

A Neuladis le atiende Yohanna Peña, jefa de epidemiología de Sifontes.

Peña se define como «revolucionaria» y elogia la respuesta del gobierno. «Ante un brote, la respuesta nacional tiene que venir y ha venido», afirma. A sus pies, una caja con la demandada penicilina benzatínica.

Un médico que completa en la zona de las minas sus estudios ha llegado ese día al hospital para llevarse las vacunas. Difícilmente se quedará en una región dura por un salario escaso. Es mucho más rentable buscar oro o ir a trabajar a Caracas que atender partos aquí.

12 vacunadores

Mientras hablo con Peña, el aire acondicionado de su oficina hace que se dispare la luz del centro cuatro veces. La electricidad vuelve rápido. «Pero imagina el riesgo para la cadena de frío de las vacunas», critica de forma velada.

Pese a la respuesta del gobierno, Peña se queja de las condiciones en las que trabaja. «Sólo tenemos 12 vacunadores en Sifontes. No son suficientes», dice, para atender a una población que ha pasado en los últimos años de 21.000 a 67.000 habitantes y que se duplica con la población flotante, la que llega en busca de la fiebre del oro y se marcha a veces con otro tipo de fiebre.

_92157864_img_0507Peña ha visto casos «sospechosos» de difteria en su hospital que ha trasladado al de Guaiparo de Ciudad Guayana.

Esta tarde del jueves 20 de octubre, sin embargo, no hay pacientes sospechosos en un centro que, pese a ser el de referencia en Sifontes, dista de tener las condiciones necesarias.

No hay quirófano, la morgue está cerrada porque la cámara frigorífica no enfría y sólo funcionan dos retretes que se limpian con los cubos de agua que llena en el patio una joven encargada de la higiene.

En una habitación oscura, sin ventanas y sin aire acondicionado hay un bebé muy flaco y deshidratado que llora. La doctora Peña habla con la mamá, una señora indígena enjuta que sonríe con amabilidad pero sin apenas entender las preguntas de la médico. Va descalza por el hospital, al que ha llegado desde el sur tras recorrer muchos kilómetros, algunos de ellos a pie.

Un par de niños enfermos de la zona minera fallecieron recientemente mientras eran trasladados. ¿Por difteria? «Eso lo están analizando en Caracas», despeja Peña, que destaca lo difícil que es hacer entender a las poblaciones indígenas del sur del municipio la necesidad de vacunar, pese a los programas oficiales del gobierno.

El riesgo de Siofontes

Peña habla de que está activo el «cerco epidemiológico» y me muestra una presentación en Powerpoint enviada por las autoridades en la que se explica cómo actuar ante la difteria. La inflamación en la garganta convierte el caso en sospechoso. Si el sujeto proviene de Sifontes, el caso de difteria pasa a convertirse en «probable».

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Sobre la pared del despacho de la epidemióloga hay un cartel impreso en el que se remarca en mayúsculas y en negrita la palabra «OBLIGATORIO». Va destinado a todo el personal de coordinación municipal de Sifontes, a los que se les pide «actualizar el esquema de vacunación y recibir la dosis de toxoide antidiftérico».

Del 19 de septiembre al 20 de octubre casi 46.700 personas fueron vacunadas en la zona tras la llegada de brigadas de vacunadores. Sólo el 1 de octubre se vacunó a 11.295 personas, cuando un día normal apenas se alcanza el centenar.

Es el esfuerzo urgente, silencioso y casi clandestino del gobierno por contener enfermedades como la difteria, que ha reaparecido en Venezuela dos décadas después.

FUENTE: EL NACIONAL
FECHA: 31 DE OCTUBRE, 2016

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