En noviembre de 2017 Venezuela entró en hiperinflación por primera vez en su historia republicana. La tasa mensual rebasó la barrera de 50%, cifra mínima para que una nación pase a un proceso hiperinflacionario, de acuerdo con lo establecido en 1956 por el economista Philip Cagan. Según la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional (AN), en ese mes la inflación fue de 56,7%. Desde entonces el venezolano ha perdido su poder adquisitivo a una velocidad vertiginosa, lo que ha generado un empobrecimiento generalizado de la población.
Es además la primera hiperinflación de América Latina desde el año 1990. La última que sufrió la región fue la de Perú en ese año. “Treinta años que este continente no sabía lo que era una hiperinflación y Venezuela es la segunda hiperinflación del mundo en el siglo XXI. Zimbabue y nosotros. Ese es el triste récord de las personas que han gobernado este país en los últimos 20 años. Un país empobrecido, depauperado y devastado”, sostiene el economista José Manuel Puente.
La hiperinflación que vive Venezuela ha sido tan severa que hasta revivió los cinco ceros que Maduro le quitó al bolívar con la reconversión monetaria que entró en vigencia el 20 de agosto de 2018. Hace dos años un kilo de pasta larga se conseguía en 38.000 bolívares fuertes. El pasado 30 de octubre una comerciante ofrecía el mismo producto en 38.000 bolívares, pero de los actuales; es decir, 3.800.000.000 millones de los vigentes en 2017.
El incremento acelerado de los precios también dejó atrás la capacidad de compra de los billetes de 2, 5, 10, 20, 50, 100, 200 y 500 bolívares, que apenas llevan poco más de un año en circulación. El relativamente nuevo de 10.000 no compra ni un dólar, el de 20.000 ni un kilo de harina de maíz precocida, y el de 50.000 ni un cartón de huevos.
Abajo las ventas
Los efectos de dos años de hiperinflación también los han sufrido los comerciantes. Han visto una indetenible caída de sus ventas. Al mediodía del miércoles 30 de octubre, cuando ya los pensionados cobraron y algunos trabajadores recibieron su fin de mes, no había muchos consumidores en el mercado, y no todos cargaban bolsas en sus manos. A lo largo de uno de los pasillos del mercado de Quinta Crespo, flanqueado por las neveras medio llenas de las carnicerías, se podía caminar tranquilamente. Hace cuatro años una persona podía salir de allí con seis kilos de carne, hoy con apenas dos, a 65.000 bolívares la de primera, afirmaron dos carniceros.
Y mientras las ventas caen, los precios, imparables, siguen subiendo. “El pollo ha subido tres veces. La semana pasada costaba 36.000, el martes subió a 41.600 y ahora está en 43.000, y ya los distribuidores nos dijeron que mañana (jueves) llega con otro precio”, dijo el comerciante.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que Venezuela cierre el año con una inflación de 200.000%, la proyección más alta hasta ahora, seguida de Zimbabue (182,9%), Argentina (57,3%), Sudán (56,9%), Sudán del Sur (35,9%), Irán (31,1%), Liberia (20,6%), Haití (19,7%), Angola (17%) y Uzbekistán (15,6%).
En el documento sobre las Perspectivas Económicas Globales, el FMI asegura que la profunda crisis humanitaria y la “implosión económica” continuarán teniendo en Venezuela un “impacto devastador” en la población, principalmente en aquellos cuyos ingresos no alcanzan ni siquiera para cubrir sus necesidades mínimas de alimentación, que son cerca de ocho millones de venezolanos, que dependen directamente del sector público, entre empleados, pensionados y personas que reciben algún tipo de bono.
Con información de Tal Cual