Los trabajadores, específicamente camilleros, refieren que dejan a los muertos en esos servicios para que el Senamecef los retire, pues no están haciendo autopsias. Si son cadáveres con patologías diferentes a la COVID-19, tardan hasta 15 días para que los levanten.
Caracas. Sin luz, sin agua, sin cloro, sin personal. Solo son depósitos de cadáveres. Almacenan placentas y fetos. No están haciendo autopsias. Ese es el reporte de una gran parte de las morgues hospitalarias, antes y durante la pandemia generada por la COVID-19.
La imagen que muchos se formaron, décadas atrás, de las morgues hospitalarias era la que describían los medios de comunicación cuando tenían acceso a esos recintos: salas sin luz, sin aire, con las cavas dañadas, con muertos apilados, con el piso curtido de sangre y un olor putrefacto espeso que permanece en las fosas nasales durante horas.
Esa realidad no ha cambiado y, aunque los medios de comunicación no tienen acceso a los hospitales para constatar la degradación de la muerte, los trabajadores de la salud, a pesar de las presiones de los directivos durante la pandemia, se han encargado de mantener viva la denuncia.
“Trabajamos con las uñas y con el riesgo de enfermar”, señaló un camarero, quien añadió que ellos son los que deben asear los espacios muchas veces solo con agua.
Ese es el escenario más simple que se vive en los departamentos donde deben hacerse los exámenes post mortem. Y a diferencia de lo que ocurrió en otras naciones donde las morgues formaron parte del protocolo para afrontar la pandemia, en Venezuela el manejo de los cadáveres no es un asunto del dominio público.
El conteo oficial señala que hay, para el 29 de agosto, 375 fallecidos por la COVID-19. Pero se desconoce cuántas personas han fallecido por dengue, cáncer, diabetes, malaria, sarampión, VIH-sida, tuberculosis y otras patologías, porque no hay boletín epidemiológico desde 2015.
Tampoco hay registro disponible de cuántos fallecidos entran en las morgues debido a un balazo, una riña callejera, un arrollamiento. De ahí que no se sabe cuántos cuerpos hay en las morgues hospitalarias, que luego son trasladados a los de la Medicatura Forense (a la sede de Bello Monte; a la de Coche, que funciona en un anexo del hospital Leopoldo Manrique Terrero; a la del Llanito, instalada cerca del hospital Domingo Luciani, usada para la práctica exclusiva de exámenes forenses, o al servicio adjunto al hospital Ana Pérez de León II, que recibe los fallecidos en circunstancias violentas).
Lo que se maneja puertas afuera de estos departamentos son calificaciones y descripciones de los trabajadores: están colapsadas, son un desastre, están inoperativas.
Desde el 13 de marzo, cuando empezó la cuarentena, a la fecha, Mauro Zambrano, director de Monitor Salud, ha medido diariamente el funcionamiento de las morgues hospitalarias de por lo menos 58 centros en el ámbito nacional. El resultado de su monitoreo arroja que 25 % no estaba funcionando.
Un drama en ascenso
Rompiendo con los parámetros de la Organización Mundial de la Salud (OMS), con relación a la manipulación de los cadáveres, producto de la la COVID-19, hay cuerpos que están siendo entregados en los hospitales directamente a los familiares para que ellos se encarguen de la disposición final.
Hay casos de médicos en el Zulia, en que los allegados los enterraron basándose en los ritos culturales y sociales y no en el protocolo de bioseguridad.
“Al principio, el Servicio Nacional de Medicina y Ciencias Forenses (Senamecf) se encargaba, pero ya dejan que los deudos hagan los trámites; así se descongestiona la morgue”, dijo un médico del Hospital Universitario de Maracaibo.
Y si antes de la pandemia muchos venezolanos llegaron a empeñar la vida para pagar la muerte, ahora la situación llega a niveles angustiantes, y más si la persona no fallece por COVID-19.
“Primero se llevan a los que fallecieron por el virus. Los camilleros los bajan de la emergencia hasta la morgue, ahí los acumulan hasta que lleguen los funcionarios del Senamecf para retirarlos. Los que mueren por otras causas se quedan en espera, duran siete u ocho días para que los busquen. Hubo una señora que permaneció 15 días en la cava”.
Así lo contó uno de los camilleros del hospital José Gregorio Hernández de Los Magallanes de Catia, quien describió la morgue como algo “espantoso y colapsado”.
“Eso siempre ha sido un desastre. La que medio funciona, la que enfría, es la de los desechos patológicos, donde se almacenan las placentas y los fetos. Además, no tiene luz y el personal no tiene las medidas de protección para lidiar con el virus. El morguero, tampoco el camillero, tienen equipos para protegerse. Una vez se los llevan, solo desinfectan la camilla, pues no hay material para lavar toda el área. Incluso, antes los metían en unas bolsas y ahora solo los trasladaban envueltos en sábanas”, dijo el trabajador.
En el hospital Miguel Pérez Carreño, por ejemplo, no se hacen autopsias, solo se recibe el cuerpo, y si el deudo tiene seguro, contacta a la funeraria y lo retira. De lo contrario, debe esperar por el Senamecf para que se lleven el cuerpo.
Y es así. “Luego de que recogen todos los fallecidos de la calle, es que llegan al hospital. Eso puede tardar días”, contó una de las patólogas de la institución.
En ese centro asistencial tipo IV, para el día 23 de agosto se llevaba la cuenta de 220 pacientes con el virus y, en esas últimas horas, se conocía de tres fallecidos. Los trabajadores denunciaron que no había condiciones para tratarlos y mantener la asepsia.
La misma situación reportaron en el Domingo Luciani de El Llanito. A finales de la semana pasada murieron 10 personas con clínica asociada a la COVID-19, y en el recinto había dificultades con la distribución del agua, no había productos de limpieza y los equipos de bioseguridad eran insuficientes, incluso para la atención de 400 casos positivos al virus.
Nada cambia
En España habilitaron una pista de hielo como morgue. Eso fue en abril cuando tenían 4483 fallecidos. Era la tercera que se ponía a funcionar para apoyar el servicio funerario.
En París se acondicionó el mercado internacional de Rungis para poner en sus refrigeradores los cuerpos de las víctimas de coronavirus, con capacidad para 800 y 1000 ataúdes.
También por esa fecha Panamá, que tenía 55 cadáveres por el virus, iba a la fase tres: preparar escenarios para una posible alza de los decesos, lo que incluía la preparación de especialistas, médicos forenses, ayudantes y conductores.
En Estados Unidos instalaron camiones con refrigeración en varias ciudades. En Nueva York, donde en marzo tenían 285 defunciones, prepararon una morgue provisional y ya se hablaba de fosas comunes en espacios como parques.
Pero también el mundo vio a través de las redes sociales cómo en Bolivia los cadáveres permanecían en las calles. La policía boliviana informó el 21 de julio que en un lapso de cinco días había recolectado 420 cuerpos en calles, vehículos y viviendas, de los cuales 85 % se consideraban sospechosos de haber contraído COVID-19.
La COVID-19 llegó a Venezuela en momentos cuando se vive una crisis humanitaria compleja, que se refleja como en un espejo en la red hospitalaria pública.
Y si para los vivos no hay inversión, menos para los muertos, dijo a modo de reflexión un morguero, como se le llama popularmente a los trabajadores de esas salas.
Este problema sanitario ha estado invisible en las alocuciones diarias del gobierno de Nicolás Maduro.
Contrario a lo que ocurre en otros lados del mundo, en el país se desconoce, de manera oficial, cuántos hospitales tienen la morgue activa, si hay insumos para estos servicios, con cuántos trabajadores cuentan, si tienen unidades para el traslado de los cuerpos. Tampoco se sabe cuántos hornos crematorios en la red pública están operativos para atender la pandemia.
Solo, en el caso de los hornos, hay disponibles en el cementerio de El Junquito, en el del Este, en Jardines del Cercado, vía Guarenas, y en el camposanto del Sur. Pero la demanda es alta. Tanto, dijo un trabajador, que hay personas que no esperan y están inhumando a los que mueren por el virus con los rituales de costumbre.
Lo que reportó Monitor Salud es que solo los hospitales tipo III y IV tienen morgue. La del Vargas, parroquia Altagracia, está funcionando porque la arregló Médicos Sin Fronteras; la del Jesús Yerena de Lídice, como es hospital centinela, está operativa, al igual que el recién inaugurado Periférico de Coche.
La del J. M. de los Ríos trabaja a medias, “sin las condiciones que requiere”, dicen los trabajadores. No hacen autopsias, a pesar de que es un Servicio de Anatomía Patológica, y solo están buenas una o dos gavetas.
Lo que refieren los morgueros es que están abiertas para recibir los cuerpos. “Y mientras los retiren a tiempo no hay colapso, pues a veces enfrían y otras veces no. Lo que pasa es que no estamos preparados para una pandemia”, señaló un obrero.
Por ejemplo, en el hospital El Algodonal, también centro centinela y donde hay constantes fallas de agua, José Ibarra, trabajador social vinculado con el departamento de epidemiología, aseguró que la morgue, desde que empezó la pandemia, trabaja normalmente: “No sé si porque es hospital centinela, pero no ha presentado inconvenientes. Uno llama al Senamecf y ellos vienen a retirar los cadáveres”.
Sin embargo, otros empleados refieren que no funcionan y que, incluso, a los morgueros, como son personas de avanzada edad, los mandaron para sus casas para evitar que se contaminaran.
Con información de Crónica Uno