No es absoluto aquello que se comenta en algunos sitios que los venezolanos se resignaron a la peor crisis de nuestra historia o que el gobierno se salió con la suya y que no está pasando nada.
Las cosas no son así. La verdad está ahí. En la calle. Luchando contra la cruel maquinaria del Poder que hambrea al pueblo y pretende callarlo para siempre.
Lo digo porque durante toda esta semana he visto los justos reclamos que han llevado adelante las enfermeras venezolanas. Han dado una lección de dignidad y de compromiso con el país, sosteniendo una exigencia poderosa y humilde a la vez, cargada de esa fuerza enorme y ejemplar que tienen las enfermeras, los camilleros y todas las personas que trabajan en la salud pública, a pesar del estado deplorable en que se encuentran los hospitales de nuestra Venezuela.
Las enfermeras han articulado una protesta que a muchos otros gremios les ha resultado imposible: un reclamo nacional, que empezó por 21 hospitales de 20 estados y se le fueron sumando doctores, personal obrero y hasta pacientes. Salieron a alzar su voz con la decisión de no levantar el justo reclamo hasta obtener las respuestas que demandaban y ellas mismas se lo han hecho saber a todo el mundo.
Ahí tenemos un ejemplo de fuerza, pero también una demostración de que es urgente la articulación para poder poner en evidencia estas injusticias y, además, hacerle sentir a quienes protestan que no están solos, que son más y que queremos lo mismo.
Hasta que no decidamos asumir todos los venezolanos las causas justas de cada sector, no saldremos ni cambiaremos esto. Cada quien estará solo y por su lado, algo que nada más le conviene al gobierno, responsable del desastre.
He escuchado y leído las declaraciones de profesionales como Ana Rosario Contreras, del Colegio de Enfermeras, y ella se ha esforzado mucho poniendo en evidencia algo importante: si bien la protesta es en contra de un gobierno que las está matando de hambre, el personal de Enfermería sigue presente en todas las Emergencias, porque es gente que está verdaderamente comprometida con el país, con su trabajo y con el derecho a la salud de los venezolanos.
A diferencia de un gobierno que extorsiona a quienes menos tienen con una caja de comida, ellas han sido incapaces de poner en riesgo la vida de los demás. Es lo que hace un liderazgo responsable, pero no por eso renuncian a su derecho a alzar su voz.
Para quienes no conocen la realidad de Venezuela, es necesario aclarar que no se trata de un reclamo por salarios justos y nada más. Estamos hablando de una crisis humanitaria grave. Muy grave. Además de los sueldos de hambre que reciben del gobierno, cada profesional de la salud es víctima de una escasez de insumos hospitalarios enorme que los deja maniatados y les dificulta hacer su trabajo, de por sí complejo y duro.
La Federación Farmacéutica de Venezuela anunció que la escasez en la dotación de materiales de salud supera el 80%. ¿Se ve el tamaño de esta tragedia? Quien sepa lo básico de políticas públicas entenderá que esto no significa otra cosa que matar de hambre a las enfermeras y matar de mengua a las personas cuyas vidas dependen del sistema de salud público.
¿Y qué es lo único que se le ocurre hacer a Nicolás Maduro? Nombrar un nuevo ministro por Twiter, como si eso lo librara de la responsabilidad.
Saquen esta cuenta: es el octavo Ministro de Salud que nombra Maduro desde 2013, sin darle ni siquiera una solución al país. ¡Más de dos por año! Y nada.
Sin embargo, los cambios de ministro no han sido la mayor crueldad del gobierno. Han hecho algo mucho más bajo, mucho más cruel: intentaron ir a comprar la valentía de las enfermeras con unas cajas de comida.
Así son los responsables del gobierno, en lugar de llevar soluciones, fueron a seguir manipulando el hambre de la gente honesta y trabajadora, creyendo que esta lucha se puede comprar con unas bolsas de arroz que ni siquiera han podido sembrar en Venezuela, sino que compran afuera enriqueciendo a sus cómplices.
¡Es una vergüenza desde donde se vea!
Aun así, el gobierno se encontró con la férrea voluntad de profesionales que no están peleando sólo por un aumento de sueldo. Están peleando por el derecho a una atención digna de todos los venezolanos. Y este tipo de chantajes sólo les ha inyectado más fuerza, más convicción, más voluntad.
Ver a las enfermeras de la Maternidad Concepción Palacios en la Av. San Martín, frente a ese edificio histórico donde se recibe la vida, tiene que llenarnos de orgullo y de fuerza.
Exigían la presencia de representantes del gobierno, pero no fueron capaces de darles la cara. Sólo recibieron ese gesto cobarde de querer apagar sus reclamos jugando con el hambre de millones.
Con quienes trabajan en el Hospital Clínico Universitario han ido incluso más allá, apelando a la mentira para evadir sus responsabilidades. Han acusado a las enfermeras de robar unos insumos que no existen, sólo para justificar la desidia y el desastre en que tienen hundido a uno de los hospitales que llegó a ser referencia continental del trabajo a favor de la vida y la salud.
Al gobierno no le queda otra que mentir. Pude leer el testimonio de una enfermera explicando que los acusan de algo imposible en un hospital desasistido y sólo buscan fracturar a quienes son más vulnerables. Mienten. Denuncian. Meten al CICPC. Asustan. Sin embargo, no contaban con la fuerza de quienes saben que tienen la razón y están del lado de la justicia.
El personal del Clínico Universitario es una muestra de eso. Y el del J.M. de los Ríos. Y el del Oncológico. Y el de cada maternidad y cada hospital y cada ambulatorio del país donde, en medio de tantas dificultades, se están salvando vidas por pura mística y compromiso.
Y eso el gobierno lo sabe. Por eso desmerece e irrespeta esas pequeñas pero significativas expresiones en su contra: porque saben que si la gente se entera del reclamo que cada enfermera y cada camillero están haciendo ahí, sin resignarse y sin miedo a las represalias, será inevitable ver otros ciudadanos acompañando esta lucha y la de los médicos y la de los maestros y la de las amas de casa y la de los estudiantes universitarios y hasta la de los empleados públicos.
La enorme fuerza que reside en una causa como la de las enfermeras es imparable, porque hasta a la propia militancia oficialista no le quedará otra que ponerse del lado de estas mujeres incansables y ejemplares, que sufren y padecen lo que se vive en todas las familias, pero además tienen la dignidad de seguir haciendo hasta lo imposible por atender a parturientas, heridos y ancianos y niños enfermos, que sin ellas en un país como éste estarían condenados a la muerte.
Como saben, conozco como la palma de mi mano nuestro estado Miranda; así que voy a hablarles de un caso en concreto: una enfermera que vive en Los Teques y trabaja en Catia tiene que pagar 100.000 bolívares de pasaje nada más para llegar a Caracas. Y ella en la primera quincena de junio cobró apenas 432.000 bolívares. No faltó ni un solo día a su trabajo. Se rebusca poniendo inyecciones y vendiendo almuerzos, porque sin eso no puede darle de comer a sus muchachos. Ahí está: luchando y exigiendo.
Sólo un gobierno indolente es capaz de ir contra mujeres así. Y harán todo lo posible para que su lucha no se conozca. ¿Por qué? Porque saben que si logramos unirnos en torno a cada causa justa que genera un reclamo en su contra se pondrían en evidencia argumentos irrebatibles que incluso seguirían poniéndole en contra a su propia militancia. Incluso a sectores como los militares y los pocos empresarios que siguen sosteniendo sus negocios por complicidad, pero que en un contexto de una lucha cohesionada que exponga la crisis todavía no podrían permitírselo.
¿Cuáles son las consecuencias más graves de todo esto? Que cada vez haya más enfermeras yéndose del país, con la intención de ayudar a quienes dejan en sus casas, porque saben que en cualquier lugar de la región su gremio es protegido desde las políticas públicas y respetado por su enorme valor. Sumen a eso la caída en las matrículas de estudiantes de Enfermería y entenderán que este gobierno no sólo está matando de hambre a nuestras Enfermeras, sino también asegurándose de que no haya relevo para poder transformar la salud pública cuando salgan del Poder. Porque saldrán del Poder.
Tienen que salir del Poder porque han empujado a Venezuela a una miseria tal que hay personas vendiendo su sangre. Como lo leen: sangre puesta a la venta, sangre convertida en negocio.
Así está la salud en Venezuela.
Ya en el mundo se habla de manera concreta de graves violaciones de derechos. El informe divulgado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, dice que a todos los profesionales de la salud y defensores de los derechos humanos que consultaron coinciden en los indicadores de la crisis. Y todas las causas identificadas en ese informen radican en las políticas públicas. Entre esos datos está que el porcentaje del gasto en salud con respecto al PIB de Venezuela pasó de 5% en 2007 a 3% en 2015, según la propia Organización Mundial de la Salud.
Y por eso es necesario entender que no hay que ser enfermera ni camillero para solidarizarse con ellos. Debemos ser más respaldando a las enfermeras en su reclamo. Tenemos la responsabilidad de leer correctamente una lucha como la que han sostenido durante toda esta semana esas madres de familia que reclaman ser tratadas con la dignidad que merece quien ha decidido dedicar su vida al servicio de los demás.
De ahí en adelante esto debe ser impulso para que cada venezolano pueda saber cuáles son los reclamos gremiales que están haciendo las maestras de sus hijos. Saber cuánto gana un soldado honesto que no ande en chanchullos. Conocer lo que viven esos obreros que no se sienten representados por sus sindicatos, porque saben que están en conchupancia con el gobierno, como pasa en PDVSA, en los institutos culturales, en los museos, en los distintos Metros del país. Ver cómo los trabajadores de Guayana que dependen del gobierno son extorsionados para aprobar contratos colectivos de hambre y de miseria. Entender lo que sufre la familia de un pescador al que le roban el motor o una madre campesina que no puede pagar lo que necesita para alimentar a unos pollos o fumigar una pequeña siembra.
Ahí radica la urgencia de nuestra articulación ciudadana y política. Ser cada vez más hasta negarle al gobierno cualquier capacidad de maniobra o chantaje. Hacer propia la lucha del otro y avanzar juntos. Y encontrar en las enfermeras un ejemplo de voluntad política, de fuerza y de liderazgo.
Hacia allá debe ir dirigido todo nuestro esfuerzo, ¡Qué Dios nos acompañe en esta situación tan dura y nos permita mantener la esperanza de un futuro mejor!