Tiene rabia y traga grueso para no llorar, pero las lágrimas le ganan. Son ya cuatro días en los que ha pasado 89 horas sin luz. Su hijo de cuatro años lo mira con asombro y le limpia las lágrimas. “Papi no llores, yo no voy a llorar más por el calor. Me voy a portar bien”. El papá le responde: “No es tu culpa hijo. Todos tenemos calor, yo te entiendo. Esto es una desgracia”.
Desde el viernes 10 de agosto, cuando ocurrió el noveno apagón en el estado Zulia, ya Mauricio Páez no tenía luz en su casa. Ese día, el racionamiento le había tocado desde las 8 pm, pero ya su esposa le había dado la cena a los dos niños. El mayor tiene ocho años y “entiende más”, pero el pequeño llora, se queja, tiene calor y no aguanta.
En su zona, el barrio Panamericano, que queda en el oeste de Maracaibo, la luz no es un servicio con el que cuentan. Las tres parroquias que conforman esa parte de la ciudad son de las más pobres, de las desprotegidas, de las más inseguras. Por eso estar sin luz no solo es caótico, sino peligroso.
Los vecinos de Mauricio están iguales: cansados, molestos y hartos. Zoraida de González vive con su hija, sus tres nietos y su yerno. “Yo parezco un zombie. No hemos pegado el ojo en estos días. Yo tuve que hacer toda la carne que me quedaba en la nevera para que no se dañara, porque eso es pecado que se perdiera. ¿Qué hemos hecho con la comida? Ahorita compramos lo que nos vamos a comer, lo que vamos a preparar. No se puede comprar más”.
Y eso mismo hace José Mendoza en su casa. Los dos primeros días se puso las manos en la cabeza. El medio kilo de queso que había comprado en cinco millones de bolívares y la sopa de res que hizo con su esposa para el almuerzo de ellos, de su madre y sus dos hijas, se dañó. Estuvo casi 48 horas sin refrigeración y todo se pudrió.
“Ese día me provocaba salir corriendo. Antes uno podía moverse de una casa a otra de algún familiar, pero ya todo el mundo se me ha ido. Nada más quedamos nosotros y yo, que no me quiero ir del país, ya lo estoy pensando”.
A pérdida
En la zona norte la situación es similar. En Valle Frío, un sector que está a unas dos calles de la Vereda del Lago, pasa lo mismo. Las panaderías y abastos cerraron desde el sábado. Lo mismo pasó con las bodegas. Desde ese día, la gente no puede comprar pan ni otros productos para el desayuno, el almuerzo o la cena.
En la carnicería de la cuadra solo está Alexander Mendoza, su dueño. Remató el lunes en la mañana lo que tenía de carne y unas alas de pollo que habían quedado. “Ya eso estaba por dañarse. Me da dolor ver que mis amigos, mis vecinos, los que vienen todos los días están desesperados al igual que yo”.
Sus compañeros comerciantes no pudieron hornear el pan, los de la quesera no le compraron el queso al camión que les lleva la mercancía semanal y ninguno ha vendido nada en tres días. Los puntos de venta no funcionan, no hay servicio de Internet para hacer pagos por transferencia. Las horas que llevan sin poder vender nada les afecta las finanzas.
“Yo pago un local y pago empleados. Esta semana les dije que no vinieran hasta que haya luz, porque no sé cómo voy a hacer en estos días. No había visto una situación así en mis 58 años de vida. Ya uno no sabe si pensar que lo hacen a propósito o que de verdad no saben cómo arreglar este desastre”.
La cadena de supermercados más grandes del Estado también bajó la santamaría. Una de las encargadas dijo que tuvieron que cerrar, porque “no pasan los puntos; ya no se puede prender tanto tiempo la planta y es mejor evitar, porque con lo de la luz no vino casi nadie a trabajar”.
Lo peor de estar hasta 40 horas consecutivas sin servicio eléctrico es que el calor “no deja vivir a nadie”. En Maracaibo, las temperaturas van desde 38 a 41 grados. Por eso, Orlando Mejías dice que “no dormimos, no podemos comer y hasta el agua la tenemos que tomar caliente. Así cualquiera se enferma”.
La Cámara de Comercio de Maracaibo aún no saca cuenta de las pérdidas. Sus representantes saben que las pérdidas deben ser “altas”, pero deben revisar las cifras.
El mediano y pequeño comerciante lo tiene claro: pasar 48 horas sin luz, por ejemplo, en el mercado Las Pulgas es casi que pérdida total. “Tuvieron que regalar la carne que ya casi está podrida”, dijo Luisa Marín, quien fue a tratar de comprar “salao” para el almuerzo, pero se vino casi que corriendo porque “allá había un alboroto”.
“Sin permiso me cambiaron el chip de vida”
En el municipio San Francisco tienen sin poder dormir bien el mismo tiempo que el Puente sobre el Lago de Maracaibo tiene cerrado después del incendio. Los trabajos en el sitio continúan y la gente sigue sin poder tener electricidad.
Uno de los afectados es Norge Boscán, fotógrafo profesional, que trabaja con imágenes artísticas. Confiesa que no se interesa por la política, pero esto ya lo rebasó como ciudadano y está afectando su cotidianidad y la de su mamá.
“La rutina del hacer fotos y editarlas, llamar, enviar correos, ir y venir, se paralizó. Mi vida cambió 180 grados. Sin permiso me cambiaron el chip de vida. Me vi ahogado entre el calor y la asfixia de no saber qué va a pasar. Ya llevo miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo y lunes con solo tres o cuatro horas diarias de luz. Sin luz no hay fotos, no hay computadora, no hay Internet, no hay nevera, ni agua, ni gasolina. Me vi preso en mi casa”.
Le preocupa que no puede cumplir con su trabajo, pero “lo peor de todo es ver el desgaste y cansancio en los ojos de mi madre, en los que la lucha de sus 76 años no basta para seguir llevando una carga mayor, la de la irresponsabilidad de unos pocos que hacen pasarnos por esto. Ella lleva con calma el desgaste y yo trato de que esté cómoda en lo que pueda”.
Le duele que la celebración del cumpleaños de su mamá “fue entre sombras y quejas por lo que sucede. Refresco caliente, hielo desgastado y una torta derretida por el calor. Estos días no son fáciles, tuve que llevarla para la casa de una tía, que sí tenía luz, para que se refrescara. Se le había bajado la tensión y en los mayores es de cuidado. Estoy bien, si mi mamá está bien”.
Cuando se queja piensa en quienes la están pasando igual o peor. “Pienso las cosas dos veces antes de quejarme, porque hay personas que la llevan peor. Ya no sé cuántas horas son con exactitud sin electricidad, a veces no sé qué día es, porque la rutina es buscar una sombra, un aire fresco, ver pasar el día y dormir en un colchón abrazado con mi mamá, pegados a la protección de una puerta para recibir la bendición de una brisa”.
Al final destaca que “las autoridades no dan datos concretos de cuánto tiempo estaremos así; solo sé que me voltearon la vida sin avisar”.
Con información de El Pitazo