Yasmira Gordillo estaba desesperada. Había pasado meses buscando en Venezuela, infructuosamente, los medicamentos contra las convulsiones que su hija necesitaba para sobrevivir.

“Gritaba día y noche”, dijo Gordillo de María, su hija de 19 años, quien padece de parálisis cerebral y está en una silla de ruedas. “Yo no dormía, ella no dormía, así que tuvimos que irnos”.

Irse significó sedar a María y lanzarse a un horroroso viaje de 14 horas de noche en un autobús sin ningún plan en mente, excepto encontrar la medicina en Cúcuta, el atareado poblado fronterizo colombiano que es a la vez el salvavidas y la vía de escape de muchos venezolanos.

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Diez días después de llegar, Gordillo, 46, todavía no ha podido entender bien lo que tuvo que hacer: dejar su hogar en un viaje desesperado para encontrar un medicamento común y corriente en un país que no es el suyo.

“Soy una madre soltera que no tiene ayuda de nadie”, dijo, con el pelo hecho un moño y la expresión calmada de una mujer que ha hecho lo indecible por una niña que nunca va a hablar o caminar.

Mientras le daba una cucharada de arroz y frijoles a su hija, se preguntó en voz alta: “¿Qué estoy haciendo aquí?”.

La crisis económica y política que abruma a Venezuela es cruel y toca a muchos, en momentos que se desploma el valor de su moneda y los precios aumentan a niveles tales que incluso las medicinas y los alimentos básicos quedan fuera del alcance de muchos o sencillamente son imposibles de conseguir. Sin embargo, a medida que la nación se sume en una de las peores crisis humanitarias de las Américas, Nicolás Maduro ha prometido ganar otro período de seis años en las elecciones del 22 de abril y profundizar sus políticas socialistas.

Cientos de venezolanos cruzan la frontera en Cúcuta, Colombia, en medio de la profunda crisis económica y política que afecta a su país. Colombia hizo recientemente más estrictos los controles fronterizos en la región, en momentos que se calcula que más de 600,000 venezolanos han entrado a Colombia en los últimos tiempos.

Millones de venezolanos han huido del país en años recientes, en busca de comida y oportunidades. Pero para los que padecen de enfermedades crónicas —o cuidan a seres queridos enfermos— Venezuela se ha convertido en una trampa mortal.

Gordillo dijo que hubo un momento en que llevaba una vida cómoda en Venezuela. Trabaja en casa, para poder cuidar a María, donde daba clases particulares a niños del vecindario y hacía dulces para vender. Pero a medida que la crisis económica empeoró, las clases particulares se convirtieron en un lujo reservado solamente para los ricos, y la escasez de harina y azúcar hundieron su negocio de dulces.

En su lugar, la mujer se convirtió en una pieza clave en la crisis económica. “Todos están perdiendo peso, así que comencé a arreglar ropa”, dijo con un toque de orgullo. “Pantalones, camisas, puedo arreglar cualquier cosa”.

Pero algo que no pudo solucionar fueron los problemas de salud de su hija.

Durante años había dependido de varios medicamentos —valprosato sódico, fenobarbital y carbamazepina— para controlar las convulsiones y espasmos musculares de María.

Incluso en los días buenos, como un miércoles reciente, los delgados brazos y el musculoso cuello de María se estremecían mientras trataba de alimentarla. Lo único que impedía que se cayera eran las correas que la mantenían segura en la silla de ruedas.

Pero cuando no toma los medicamentos, los temblores son incontrolables y el cuerpo se le pone completamente rígido en un doloroso espasmo.

Al principio de la escasez de medicamentos, que comenzó aproximadamente en el 2016, Gordillo dijo que creó una red de familiares y amigos que buscaban las medicinas en otras partes del país cuando no las podía conseguir en Valencia, donde vivía, la tercera ciudad más importante del país con unos 900,000 habitantes.

Pero hace aproximadamente un año, dice, los medicamentos no se podían conseguir en ninguna parte. Y a medida que la salud de su hija se deterioró, la joven comenzó a perder peso, dijo la madre. “Comenzó a empeorar cada vez más”, dijo. “Y eso me asustó mucho”.

El gobierno estableció un número telefónico gratis, 0800-SALUD, para las personas que buscaban medicamentos, “pero nadie nunca me ayudó a solucionar mi problema”, afirmó Gordillo.

El viaje
Hace unas dos semanas, Gordillo, María y una vecina con un niño pequeño decidieron que era la hora de huir. No tenían un destino específico en mente, dijo, excepto salir de Venezuela.

Pero tan pronto como cruzaron la concurrida frontera, Gordillo dijo que supo que había tomado la decisión correcta. Directamente al otro lado del Puente Internacional Simón Bolívar, que divide a Venezuela y Colombia, hay varias farmacias, ubicadas entre casas de cambio y casas de empeño.

“No podía creer lo fácil que era comprar las medicinas”, dijo. “Y una ve tiendas llenas de pañales y fórmula para bebés. En Venezuela no vemos esas cosas desde hace meses”.

Gordillo dijo que pudo comprar en el equivalente a $6 las medicinas para 15 días de su hija. Gordillo y sus acompañantes tuvieron suerte. Llegaron a Cúcuta el 4 de febrero, cuatro días antes que el gobierno colombiano —alarmado por la ola de más de 600,000 venezolanos que han llegado al país en años recientes— impuso un mayor control en la frontera y exigencias de inmigración.

Anteriormente, los venezolanos podían solicitar una “tarjeta de movilidad” que les autorizaba entrar varias veces al país. Pero desde el 8 de febrero, los venezolanos que quieren entrar a Colombia para comprar alimentos o medicinas tienen que presentar su pasaporte.

Para muchos, es un obstáculo insalvable. Gordillo dijo que está esperando por su pasaporte desde hace ocho meses.

“La mayoría de las veces, la oficina está cerrada, pero cuando estaba abierta me decían que no tenían los materiales necesarios [para el pasaporte]”, dijo.

En las dos semanas que lleva en Colombia, Gordillo, una experta en sobrevivir, ha conseguido buscarse la vida una vez más. Duerme en una pequeña casa alquilada con otros ocho venezolanos y la Iglesia católica les entrega desayuno gratis.

La mayoría de los días, ella y María venden arepas a venezolanos hambrientos que cruzan la frontera. Un buen día pueden vender 60 arepas y ganar el equivalente a unos $20, casi tres veces el salario mensual mínimo en Venezuela.

Aunque ella sabe que no es una vida ideal para ella y María, no está segura de qué les depara el futuro.

A diferencia de otros venezolanos que cruzan la frontera y suben a autobuses con destino a Ecuador, Perú o Chile, donde es más fácil conseguir un permiso de trabajo, Gordillo se mantiene cerca de la frontera, con las montañas de Venezuela a la vista.

Gordillo dijo que espera que ocurra algún “milagro” que le permita volver Valencia.

Con información de El Nuevo Herald

19/02/2018

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