Nicolás Maduro se desplazaba protegido por la coraza de una camioneta blindada. Escoltado por cinco guardias de honor presidencial, que iban a caballo, salió de un Palacio a otro: de Miraflores al Capitolio Federal.
El gobernante caminó poco para entrar a la sede de la Asamblea Nacional, tomada por el “poder constituyente” hace más de un año, siempre vigilado por sus escoltas –en cámaras se vieron cuatro- y el jefe de Casa Militar, el general de Brigada Iván Hernández Dala.
Lo acompañó la primera dama, Cilia Flores, y el constituyente Diosdado Cabello, quien cruzó algunas palabras, siempre con actitud seria.
Horas antes se dio la orden de arrestar al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, y luego la contraorden de liberarlo. Una prueba, para algunos, de las supuestas peleas que existen entre el número uno y el número dos del chavismo.
Maduro se preparaba para rendir su memoria y cuenta del año 2018 ante poco público. El gobernante, cuya legitimidad es cuestionada por la comunidad internacional, no había puesto un pie en la tribuna de oradores de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) cuando grupos de oficialistas se devolvían hacia la avenida Urdaneta (oeste de Caracas), retirándose del acto.
Si se aglutinaba a los presentes en un mismo espacio apenas superaban la plaza Bolívar de Caracas a la 1:00 de la tarde de este lunes 14 de enero. A los pies de la estatua de bronce del Libertador esperaban personas que habían sido movilizadas desde Carabobo, Yaracuy y Vargas.
La concentración estuvo lejos de equipararse con los actos de masas en tiempos de Hugo Chávez o a la toma de poder de Maduro ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), el 10 de enero, en la que los asistentes llenaban al menos 600 metros de la avenida Baralt.
Mariela Isabel Borges, fiel seguidora de Chávez y ahora de Maduro, pide una vivienda. Desde hace dos años vive en el refugio Canes, en Catia la Mar (estado Vargas), junto a 160 familias más.
La vocera de la Unidad de Batalla Bolívar Chávez (Ubch) y militante del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) pidió al gobernante “ponerse los pantalones” y “volarle la cabeza a quien tenga que volársela”.
“Le pido mano dura para hacer frente al sabotaje económico. Los que trabajamos somos nosotros, el poder popular, buscando votos, movilizando gente, mientras otros están echándose aire en una oficina”, cuestionó.
Maduro ya había comenzado su discurso en el que paradójicamente dijo que este año había entregado la vivienda 2.500.000, “un hito en la historia del país”, una cifra que supera el número de casas construidas en todo el siglo XX, sostuvo.
“Al pueblo lo que nos interesa es que nos resuelvan los problemas, que la economía mejore independientemente de quien lo haga”, expresó Mileidys Jiménez, militante del Psuv en Valencia (estado Carabobo), quien criticó tanto al oficialismo como a la oposición.
Aseguró que los que trabajan alrededor del mandatario “le hacen el juego al bando contrario” porque “no es posible que tengan todos los Poderes Públicos y sigamos así”.
Otro de los asistentes, que pidió proteger su identidad, admitió que los poderes del Estado no son autónomos, aunque manifestó estar de acuerdo con la disolución del Parlamento si así lo aprueban los constituyentes “porque algunos diputados promueven la violencia”.
La destitución de ministros era una de las medidas más esperadas. Pero el Ejecutivo no anunció ningún cambio de gabinete.
“Este es un Gobierno podrido porque todavía hay muchos escuálidos, adecos y copeyanos”, afirmó José Aponte “el pintor de la avenida Casanova” con un cuadro de Nicolás Maduro pintado a mano.
Rosario de peticiones
A las puertas de la entrada norte del Palacio Federal Legislativo, por donde entró Maduro, se apostaba otro grupo de personas que pedía distintas ayudas.
Mercedes Villalobos se sostenía en la reja que delimitaba la zona de seguridad. Desesperada pedía Fenobarbital para tratar su epilepsia. En siete meses no ha encontrado el medicamento y en ese periodo ha sufrido cuatro ataques.
Su rostro ajado, por las convulsiones y el hambre, confirmaban su testimonio: “solo como una o dos veces al día”.
Mercedes, quien vive en Catia (oeste de Caracas), le pidió ayuda a la alcaldesa de Libertador, Érika Farías, recibió una llamada en la que prometieron atenderla antes de las presidenciales y luego de los comicios se excusaron diciendo que uno de sus datos personales estaba incorrecto.
Raima Ricaurte tiene seis hijos de 17, 13, 11, 9, 5 y 2 años de edad y no tiene vivienda. Pasa sus días en un rancho, ubicado en Propatria (sector de la parroquia Sucre en Caracas), del que tiene que huir cuando llueve porque la caída de unos cables provoca corriente en el espacio. Escribía una nueva solicitud en un trozo de papel este 14 de enero.
Las dos militantes de la revolución dependen de los bonos y de la caja de alimentos subsidiados para sobrevivir en medio de la hiperinflación.
Una anciana con bastón y una cinta amarrada en la frente con la frase “yo soy Chávez”, pedía comida cerca del Concejo Municipal de Caracas. “Coño, tengo hambre”, expresó a los funcionarios de Casa Militar. A algunos militantes de Somos Venezuela les entregaron bandejas de arroz amarillo, condimentado.
Dos hombres adultos mitigaban el hambre sentados en un rincón de la plaza, debajo del sol.
Con información de Efecto Cocuyo