De todas las formas posibles para llegar a Estados Unidos, al valenciano Jesús Salas, de 35 años, le tocó la más difícil: caminando. Durante el último año miles de migrantes venezolanos llegaron a México en avión como paso previo a saltar el Río Bravo. Algunos aterrizaban en Monterrey, Nuevo León, a menos de 500 kilómetros de la frontera en la que debían entregarse para pedir asilo, y se las arreglaban para cruzar, otros arribaban a Cancún o a Ciudad de México.

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Él, sin embargo, tuvo que atravesar ocho países, jugarse la vida en la selva del Darién, entre Colombia y Panamá, y todavía le queda un largo camino para alcanzar su destino. Actualmente se encuentra en Tapachula, Chiapas, al sur de México. Le llaman la “ciudad-cárcel”, porque a su alrededor hay retenes para impedir el avance de los migrantes. Él no lo sabía cuando llegó, es la primera vez en toda su larga travesía en la que se encuentra con policías que no le dejan avanzar.

“Para vivir esta zozobra aquí es mejor quedarse en Venezuela”, dice. Acto seguido se piensa mejor sus palabras y matiza: “nunca me voy a arrepentir de este camino. Ya he caminado muchos países para que este me venga a dominar. No sé por qué este país se puso contra los migrantes”.

Jesús Salas es originario de Valencia, capital del estado de Carabobo, en el centro de Venezuela. Le acompañan su esposa, Paola Reyes, de 27 años, y sus cuatro hijos: Eudys José, de 18; Marianyelis Kisbel, de 12; Yonaiker Jesús, de 10; y Jhoneiker Antonio, de 10 meses. Este último nació en Quito, Ecuador, donde marcharon en 2018. Ahora, harto de malvivir con lo que ganaba cargando frutas y verduras en el mercado de abastos, decidió hacer las maletas y emprender la peligrosa ruta hacia el norte.

Haitianos colman la frontera
La llegada de miles de personas haitianas a la frontera con Estados Unidos volvió a poner en foco en la migración hacia el norte. También existen otros flujos que han pasado menos advertidos, pero que significan un cambio en el patrón de las rutas.

El arribo de familias venezolanas que atraviesan medio continente para tratar de alcanzar el Río Bravo es un nuevo fenómeno. Habitualmente, los venezolanos llegaban en avión, generalmente a través de Cancún, Quintana Roo. Pero para viajar así es necesario tener documentos. Y en Venezuela conseguir un pasaporte es un reto complicado.

“El pasaporte no se puede sacar, un pasaporte son 600 dólares, y un sueldo son 8”, asegura. Por eso la familia se vio obligada a realizar esta peligrosa caminata. Atravesar el Darién es algo que Salas dice que jamás va a olvidar. “Fueron seis días caminando. Muchas personas no tienen suerte. Se mueren, las violan, las roban, de todo un poquito”, afirma.

Al contrario que otros compatriotas, que tienen familia en E.E.U.U que les envía dinero para sufragar el gasto, Jesús Salas no tiene a nadie. Tampoco sabe a dónde se dirigirá. “Iré a donde papá dios me lleve, ya que no tengo un familiar allá en Estados Unidos, todo se lo dejamos en manos de dios”, afirma.

Su situación es extremadamente precaria.

“Hemos pedido colaboración vendiendo caramelos durante todo el camino. También hemos ido a las casas a pedir. Algunos nos rechazaban, y algunos nos brindaban ayuda”, explica. Cuando llegó a Tapachula a principios de junio no tenía nada, así que tuvieron que dormir en la calle. Tres meses después está pendiente de su solicitud de asilo pero ha conseguido una identificación, lo que le permite trabajar. Colabora con la secretaría de Salud visitando los domicilios para buscar personas que no hayan sido vacunadas. Logró rentar un cuarto por 600 pesos.

Ante las dificultades, reconoce que México podría ser una alternativa. “Cualquier lugar que no sea Tapachula está bien”, dice. El problema es que, por el momento, debe permanecer aquí. La ley mexicana establece que quien solicita refugio debe quedarse en el estado donde realizó la petición. La Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (Comar) está colapsada, así que no sabe cuándo concluirá su trámite.

Solo hasta agosto fueron procesadas 77 mil 559 solicitudes de asilo, lo que supera las 70 mil de 2019, que hasta ahora era el año récord. De todos ellos, 4 mil 179 eran venezolanos, lo que les convierte en la quinta nacionalidad en número de peticiones de protección, solo superados por Honduras, Haití, Cuba y El Salvador. Los datos de la Comar muestran que el 99% de los venezolanos que piden asilo en México son reconocidos como refugiados.

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Con información de Efecto Cocuyo

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