Con los padres o algún familiar los niños caminan kilómetros para llegar a las poblaciones fronterizas. Luego toman un paso ilegal y cruzan a Colombia, buscando mitigar la crisis que se vive en Venezuela. Duermen a la intemperie, piden colas y son sometidos junto a sus familiares a vejámenes por parte de las autoridades en alcabalas y puntos de control.
Las súplicas de María Esther aún permanecen en la mente de Simón, un camionero tachirense que eventualmente hace la ruta Socopó (Barinas) San Cristóbal, cargado de insumos agrícolas y otras mercancías para una agropecuaria.
Cuando regresaba al Táchira, en la carretera se topó con un grupo de personas que caminaban a pleno mediodía, bajo un sol inclemente. Al advertir su arribo, saltaban, gritaban y pedían con la mano que se detuviera.
“Como la mayoría eran niños, paré”, dijo Simón Barrientos.
A toda carrera llegó el hombre más adulto al camión, seguido de una fila de niños en edades que no sobrepasaba los 10 años y pidieron al chofer que los llevara lo más cerca posible a San Cristóbal. Como ese era el destino de Simón, no tuvo inconvenientes en decirles que subieran.
En tranquilidad transcurría el viaje, el camionero iba acompañado de Mará Esther y su esposo Oswaldo, también los hijos de la pareja, tres niñas, un varón. Además de tres adultos vecinos de la familia. Habían caminado unos 340 kilómetros desde San Carlos de Cojedes hasta el lugar donde los auxiliaron, el destino era la frontera de Táchira con Colombia.
“Venían felices, cuando los deje subir parecía que les hubiera dado un regalo. Estaban cansados, se quitaron los zapatos, sacaron comida y agua de los bolsos”, comentó Simón a El Estímulo.
Entrando al Táchira, en la alcabala de La Pedrera terminó el viaje para los inmigrantes. Los guardias nacionales detuvieron el camión, hicieron preguntas a Simón y ordenaron a los acompañantes que bajaran. No podían continuar.
“Señor por favor, no nos deje aquí, llévenos con usted”, era la voz asustada y suplicante de María Esther. Lamentablemente el chofer no pudo hacer nada y con impotencia continúo la marcha sin poder ayudarlos.
Al mirar por el retrovisor, Simón dice que no pudo contener las lágrimas: “la carita de los niños les cambio, ellos venían cansados, el varoncito que era como de dos años o quizá menos se había dormido en los brazos de la mamá”.
El drama se multiplica
Las escenas que muestran procesiones de familias enteras que caminan por las carreteras venezolanas para llegar a San Antonio del Táchira y desde allí tomar los pasos ilegales que los llevan a Colombia, se ha convertido en todo un drama cotidiano.
Las poblaciones fronterizas colombianas están colapsadas por la llegada de inmigrantes venezolanos que descansan en calles y espacios públicos para proseguir el viaje a pie al interior de Colombia o terceros países como Perú o Ecuador.
La seguridad en el área limítrofe con Venezuela fue reforzada con más de 700 hombres de la Policía Nacional y el Ejército, luego de advertirse la emergencia por parte del Gobernador del departamento Norte de Santander, autoridades de Migración, agencias de cooperación internacional, alcaldías fronterizas y organismos de fuerza pública.
Ante la crisis del paso de inmigrantes venezolanos por espacios no autorizados y lo que está situación genera en plena pandemia, el Director General de Migración Colombia, Juan Francisco Espinosa, precisó que la frontera con Venezuela, permanecerá cerrada hasta que estén dadas las condiciones para su reactivación.
“Debemos ser conscientes que una apertura de frontera representa enormes desafíos, principalmente en materia de salud. A quienes usan las trochas para ingresar a Colombia les pedimos que se abstengan de hacerlo, que no se expongan y que no expongan al país y a su gente», agregó.
Entre carreteras y barrancos
Mientras las autoridades colombianas toman medidas de control para reducir el flujo de inmigrantes, los locales no han visibilizado la situación y en las calles de la fronteriza población de San Antonio del Táchira, el desfile de mujeres, hombres y niños no da tregua.
Wilfredo Rosales, es de Yaritagua, estado Yaracuy y caminó junto a su esposa, hijos y un hermano con la familia, seis días para llegar a la frontera.
El venezolano relató que la crisis económica es la principal razón por la que ha tomado el riesgo de salir del país en las actuales circunstancias.
“Tengo seis hijos que mantener y si sigo en Venezuela me voy a morir porque el trabajo no me da. Pasamos mucha necesidad, hambre, imagínese que, si tenemos para comprar la comida, no podemos comprar pasta de dientes ni jabón para bañarnos, menos el champú”.
Lamentó que el gobierno venezolano no esté prestando ningún auxilio a las familias de escasos recursos. Ni la caja de alimentos Clap logra menguar las necesidades de la familia de Rosales. La caja ya no es caja. Ahora se ha reducido a una bolsa transparente que trae pocos alimentos y muchas veces «en mal estado», precisó.
«Te quitan el dinero»
La angustia generada por la situación económica y no tener nada que ofrecer a sus hijos es el principal motivo de la movilización fuera del país, coinciden la mayoría de los consultados.
Los caminantes denuncian de manera reiterada los atropellos que sufren a manos de las autoridades militares y policiales que se encuentran en puntos de control. Relatan que para poder pasar, en las alcabalas deben dejar lo poco que traen.
“No es que te piden, te quitan los bolsos, los revisan y el dinero que traigas ahí te lo quitan y no se puede decir nada porque uno lo que quiere es continuar el camino para salir del país”, dijo Alejandro Márquez quien llegó a la frontera procedente de San Carlos de Cojedes.
Otros caminantes toman barrancos y montañas para burlar los controles policiales. Así evitan ser despojados de lo poco que lograron reunir para salir del país. Este es el caso de Santiago Rondón.
“Nos lanzamos por un barranco y salimos a un cerro que le dicen la H, de ahí caminamos un poco más de mediodía y salimos a San Antonio, todo para que no nos revisaran y nos pidieran la plata. Lo más doloroso de esto es tener que exponer a los niños a esa situación, ellos deben estar comiendo tres veces al día por lo menos y no lo hacen”.
Voces de defensa
Múltiples han sido las voces que han salido en defensa de los caminantes venezolanos, entre ellas la del Obispo de San Cristóbal Monseñor Mario Moronta que lanzó duros cuestionamientos en contra de los cuerpos de seguridad del Estado.
“Los guardias nacionales y la policía en vez de defenderlos como prometieron en su juramento lo que hacen es vejarlos y robarles, porque esa es la palabra, lo poquito que puedan traer”.
Nombrando a Dios, el obispo Moronta hizo una petición a militares y policías: “piensen que esos migrantes que lamentablemente están huyendo del país para buscar un mejor porvenir son hermanos nuestros. Hay que respetarlos”.
Moronta les recordó a quienes someten a los caminantes a humillaciones que “del juicio divino no escaparan”.
No caminar en el día
La diputada a la Asamblea Nacional y presidenta de la subcomisión de fronteras, Karim Vera dijo que los caminantes se enfrentan al hampa uniformada para salir de Venezuela.
La parlamentaria ha recibido denuncias de víctimas de funcionarios uniformados que, durante su recorrido, en alcabalas los despojaron de algunas de sus pertenencias e incluso de dinero en efectivo.
«La denuncia fue corroborada por funcionarios de la Guardia Nacional y policías, quienes pidieron no revelar la identidad. También informaron que el jefe de la Zodi, ordenó que se evitará que estos venezolanos estén en las carreteras nacionales e incluso se les impida el paso, únicamente podrán transitar en horas nocturnas”.
La ONG, Operación Libertad con radio de acción en la zona fronteriza entre San Antonio y Norte de Santander, ha mostrado gran preocupación por las condiciones a las que están siendo sometidos los niños al salir del país.
Natacha Duque, presidenta de la organización defensora de derechos humanos, precisó que la mayoría de la población migrante que arriba a la frontera son infantes. Estos niños pueden caminar hasta 12 días.
“La situación que muestran es dramática por la marcada desnutrición y se muestran físicamente agotados, sin contar todas las vicisitudes que han tenido que enfrentar en el camino, incluyendo dormir a la intemperie”.
Sin control, ni ningún tipo de autorización están llegando los niños con abuelos, tíos o solo con uno de los padres y así cruzan por pasos ilegales detrás de un futuro incierto, precisó.
La tarde cae en la calurosa población de frontera y es el momento propicio para levantarse, tomar los morrales y reanudar en filas el viaje. El trayecto que los espera: cruzar las llamadas trochas que los acercan a Colombia.
Ante la grave crisis de migración que se presenta y el dolor latente que muestran los caminantes, personas particulares, comunidades enteras y organizaciones no gubernamentales se han apostado en zonas estratégicas que conducen a la frontera con alimentos, agua y ropa para mitigar el sufrimiento a cientos de venezolanos que huyen del país.
Con información de El Estimulo