Ya ha pasado más de un mes del día en que los venezolanos le indicaron al gobierno que quieren un cambio y no vemos que el gobierno reaccione ante la solicitud del pueblo. Sigue con una indignante indiferencia ante los problemas que aquejan a nuestra Venezuela.
Poco nos importaría a los venezolanos la actitud del gobierno si ella no fuese la culpable de la crisis económica y social más profunda que haya sufrido nuestra Venezuela desde la guerra de la Independencia y que hoy tiene al país a las puertas de una emergencia, situación solo vista en naciones azotadas por catástrofes naturales o guerras.
Así se evidenció el viernes ante la Asamblea Nacional. El 6 de diciembre el pueblo dijo que no quería más de lo mismo, pero en todo su cuento ante la Asamblea Nacional el pasado viernes, Nicolás Maduro no fue capaz de reconocer un solo error de su modelo fracasado e insistió en buscar culpables, cuando es él el responsable de dictar la política económica en nuestro país. Los venezolanos presenciamos el mismo disco rayado, agotado y fracasado, que agrava aún más la crisis del país.
Torpemente, este señor insiste en repetir las mismas políticas absurdas que son las responsables del desastre que hoy nos afecta a todos los venezolanos, en mantener un modelo sustentado en la intervención y el control de las actividades económicas, en las regulaciones excesivas a quienes tienen la disposición de producir y al ciudadano, que necesita adquirir sus alimentos o medicinas.
Desde que se metió en Miraflores, Nicolás Maduro ha puesto todo su empeño en inventarse enemigos y crear “estrategias” para fiscalizar y «meter en cintura» a quienes ellos consideran empresarios especuladores o lacayos de las potencias extranjeras que quieren destruir la economía, el bolívar fuerte, y bla bla bla… El mismo discursito desfasado que acompaña su fracasado modelo económico y social.
La avidez de la mal llamada revolución y su partido, el Psuv, por controlar hasta el aire que respiramos no ha tenido límite. Todo lo ha abarcado, nada se le ha salvado.
Desde las primeras expropiaciones de fincas productivas, productoras de cemento, galpones industriales, complejos turísticos y desarrollos inmobiliarios, la mal llamada revolución se fijó como meta destruir el tejido industrial, elaborado con el esfuerzo de varias generaciones, ahuyentar a los inversionistas, arrasar y demoler la iniciativa privada. Además de las mil 500 propiedades productivas expropiadas, en el camino sepultó cerca de 500 mil empresas y hoy día mantiene sitiadas a las pocas industrias que permanecen, aunque maltrechas, de pie.
Las consecuencias de este funesto modelo las están sufriendo todos los venezolanos, especialmente, los sectores más pobres, nuestra población más humilde.
La ineptitud e ineficiencia del gobierno nacional tiene a los venezolanos con el índice más bajo de calidad de vida de este lado del continente, solo comparable con Haití; con un incremento de 270% de la inflación durante 2015, la más alta del planeta, y un 70% de escasez de alimentos y productos de primera necesidad, también el más elevado del mundo. Es incomprensible que un país sobre el que llovieron chorros de dólares, más de un billón, durante los años de la bonanza petrolera, tenga a 78% de su población en pobreza de ingresos. Pero se empeñan en ocultar la realidad y esta semana, después de un año, el Banco Central publicó cifras falsas sobre los indicadores económicos y lo sabemos por el propio BCV. ¡Creen que nuestro pueblo es tonto!
¿Qué hizo con ese montón de dólares, cómo esfumó este mal gobierno esa riqueza fabulosa que casi llovió del cielo?
Fue derrochada y eso no podemos olvidarlo. Quienes lo hicieron tendrán que rendir cuentas a los venezolanos. El anterior gobierno, y éste que nos heredó, como si Venezuela fuese una monarquía, gastaron todos esos recursos que comparativamente son superiores a los que se invirtieron para la reconstrucción de Europa luego de la Segunda Guerra Mundial. No se sembró el petróleo, no se aprovecharon las vacas gordas y la inmensa renta petrolera se diluyó como sal en agua, se derrochó, se regaló y engordó cuentas bancarias en el extranjero, mientras se dejaba a los venezolanos, como se dice popularmente, comiéndose un cable.
Todo esa danza de petrodólares se desarrolló frente a la mirada complaciente de la anterior Asamblea Nacional, frente a los diputados rojitos que durante 15 años hicieron la señal de costumbre para delegar la función legislativa y contralora que tiene el parlamento de acuerdo con la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
La mal llamada revolución recibió seis leyes habilitantes, ha mandado 15 de sus 17 años con poderes especiales sin que los venezolanos hayamos percibido beneficios. Hemos vivido con habilitantes que no sirvieron para elevar su calidad de vida, para construir escuelas y universidades, para mejorar la atención y aumentar el número de hospitales, por el contrario, hundieron el país.
Miraflores pidió habilitantes a la Asamblea Nacional para desarrollar la agricultura y la pesca, para desarrollar la agroindustria, para sembrar el campo, para impulsar el desarrollo tecnológico, para fortalecer las redes de comercialización y abastecimiento, para atender la gran emergencia que ocasionó el deslave de Vargas y socorrer a los damnificados. Nicolás Maduro fue habilitado con poderes especiales para legislar en favor de los beneficios del pueblo venezolano, para “colocar a Venezuela en la vanguardia y en la avanzada del siglo XXI”, para recuperar la economía nacional y para hacer de la eficiencia la norma en la gestión pública, entre otros argumentos mentirosos a los que echaron mano para justificar ante el pueblo la concentración del poder.
Los resultados están a la vista. El costo de la vida se disparó, el salario no alcanza para cubrir las necesidades, la pobreza está a niveles superiores a cuando Hugo Chávez ganó la presidencia en 1998, la delincuencia está desbordada, han resurgido enfermedades controladas hace medio siglo.
¿Y quiénes fueron los que no hicieron nada teniendo todo el control de las instituciones del Estado y la complacencia del parlamento? ¿Quiénes hicieron desastres y acentuaron la emergencia? Ahora salen con un decreto para enfrentar la emergencia. ¿Además de ceguera, demencia? El Decreto de Nicolás Maduro es un frasco de veneno para los venezolanos, una habilitante disfrazada para otorgar poderes a quien destruyó la economía y que permitirá que siga campante la corrupción. ¡Es inaceptable! Darle una habilitante disfrazada al destructor del país es como darle una pistola a un asesino. ¿Qué hizo este señor con los poderes? NADA
Los venezolanos, que el 6 de diciembre se manifestaron mayoritariamente por un cambio de rumbo, que quieren que sus hijos tengan oportunidades y progreso en su país, esperan que diga cuáles son las acciones que va tomar para enfrentar la crisis, para bajar la inflación, para resolver la escasez.
El país espera que en Miraflores se trabaje y, eficientemente, se le meta el pecho a los problemas de la salud pública y a la falta de medicamentos en el país, que dé soluciones a los problemas de la universidades públicas, para evitar que más de 400 mil estudiantes queden fuera, que solucione el problema del agua a miles de comunidades que carecen de ella, que se disminuya la delincuencia y se garantice el derecho a la vida, para que la gente no se muera de hambre.
El venezolano está cansado de escuchar el mismo disco rayado de la guerra económica. Mientras esté en el lugar que ahora ocupa, este Gobierno tiene que decidir. Estamos en una situación de emergencia y no se resuelve con un decreto, sino cambiando el modelo.
Los venezolanos hemos demostrado que si trabajamos unidos superamos cualquier adversidad. Urge que desde la Asamblea Nacional, ante la actitud del Gobierno, presentemos los planes que recuperen nuestra economía. Urge un diálogo nacional y convocar a todos los sectores. Eso sí, diálogo no es hacer lo que el gobierno quiere, y menos con quienes llevaron al país a la ruina. Es hora de realmente, y no para comprar tiempo, dejar las diferencias políticas de lado y remar juntos hacia el progreso que tanto anhelan los venezolanos. ¡Dios bendiga a nuestra Venezuela!