El caminar cientos de kilómetros desde sus estados hasta San Cristóbal no se compara con lo que tienen que vivir los migrantes venezolanos que siguen huyendo de la crisis y el hambre en Venezuela. Los últimos 31,5 kilómetros se convierten en la peor pesadilla de quienes emprenden el viaje solo con un bolso o morral lleno de esperanzas. Las amenaza de los militares y autoridades venezolanas de regresarlos a sus estados si no pagan el «Peaje» les genera mayor ansiedad e impotencia al ver que estando cerca de iniciar una nueva vida tengan que regresar a sus ciudades.
La pandemia no ha frenado la diáspora en Venezuela, cada día se ven hileras de personas provenientes de distintos estados del país intentando pasar alcabalas y cruzar la frontera. Solos o con su grupo familiar, la historia se repite, el miedo a morir de mengua en por la gravedad de la crisis económica que sacude a Venezuela sin trabajo, sin servicios públicos, sin gasolina y con una hiperinflación descomunal, la más grande y espantosa de cualquier país del mundo los lleva a realizar este aventurado viaje.
El tramo que va desde el Distribuidor de Puente Real en San Cristóbal, camino de entrada al oeste del estado que conecta los cuatro últimos municipios del Táchira (Capacho Nuevo, Capacho Viejo, San Antonio y Pedro María Ureña) con la República de Colombia, lleva a los integrantes del segundo éxodo más importante que ha tenido Venezuela en los últimos años a enfrentarse con un camino de ocho puntos entre alcabalas y puestos de control, donde la tarifa va desde 10 dólares o cualquier objeto de valor que lleven, todo depende de quién esté de guardia para dejarlos cruzar hasta Cúcuta.
Tal es el caso de Jackson Márquez, un joven de 26 años, quien trabajaba como caletero en el mercado mayorista de Maracay, quien asegura que no le duelen los pies de caminar durante cinco días hasta llegar a Capacho Nuevo sino «la matraca» de efectivos policiales.
El joven de poco hablar y con rostro de impotencia, soltó, «Nos quieren quitar lo que no tenemos. En todos lados nos quieren cobrar», salimos de Venezuela porque no tenemos futuro y tampoco llevamos dinero.
Para él y sus dos hermanos menores la vida en Venezuela no les resultaba, por eso decidieron emprender un viaje, mientras caminaban sin parar, repetían «Es muy difícil, la situación es ruda». En un bolsito pequeño llevan agua, una muda de ropa y junto a otro grupo caminan esperanzados de poder llegar a la meta, la cual no es otra que salir del país.
Jackson no lleva más que sueños de salir adelante, ya que Venezuela no le da opciones para ganarse la vida.
Muchas son las historias y lamentos que se escuchan en el último tramo hacia la frontera colombo-Venezolana, tal es el caso de la señora Yogreendy Silva, una mujer venezolana, embarazada que camina junto a cuatro de sus hijos y tres nietos, quien se lamenta de no haber podido alimentar a los pequeños en un día al no tener dinero, no sin antes quejarse del abuso de quienes se supone deberían cuidarlos al pretender que les paguen en divisas cuando no tienen ni para comer.
Frase que se repite una y otra vez entre los grupos de caminantes, donde abiertamente señalan a los funcionarios militares y policiales de pretender cobrarles «peaje» para dejarlos pasar.
El cansancio de seis días de camino, se le nota en el rostro a la desafortunada mujer. La grave crisis económica del país fue uno de los motivos que la llevó a tomar tan dura y arriesgada decisión de emprender camino a pie hasta la frontera con Colombia, donde dice que uno de sus ocho hijos, la espera.
«Si teníamos una harina para la mañana en el almuerzo y en la noche nos tocaba acostarnos a dormir sin comer». Así relata cómo pasó sus últimos días en Yaracuy en una pequeña población de la cual no accede a hablar, ni mucho menos recordar.
La mujer ha recorrió desde San Felipe, más de 617 kilómetros y tiene 125 horas de calor, frío, lluvia y mucho dolor. «Llevamos seis días caminando. Esto es horrible». En medio de su travesía va recibiendo caridad. Mientras camina va pidiendo para sus hijos, los que tiene marchando y para el que lleva en su vientre. Sus tres nietos los carga su hija quien también tiene en el rostro la resequedad de los días de sol y de las noches de frío.
«El camino es horrible. Hemos pasado hambre, frío. Vivimos de la caridad que nos dan en el camino».
Cuenta que vendió parte de sus pertenencias entre eso ropa de sus hijos. Cocina, nevera, camas, todo lo que pudo lo vendió para medio recabar algo de dinero y así poder aguantar los primeros días de destino.
Relata que el hambre en su sector es desgarrador. «Muchos de mis vecinos están igual. Unos migraron hace tiempo, otros están por hacerlo. No se aguanta el hambre que estamos pasando».
Quieren ocultar la realidad
Los envían por trochas. Fuentes militares aseguran que la orden es no dejar pasar a los caminantes por las alcabalas, no quieren verlos caminando, ni que se muestre esta realidad, por eso les hacen tomar algunas trochas para hacer invisible este nuevo éxodo que desnuda el padecimiento de miles de venezolanos
«La orden es no dejarlos pasar por la Trasandina, no los quieren ver en el camino. Nosotros más bien los estamos cuidando. Por eso los mandamos a que tomen un camino diferente al principal», reiteró.
Deben subir una montaña por el sector Apartaderos, por ese lugar van casi que escondidos de las miradas del Ejército que según el militar los están recogiendo y los están llevando a los albergues.
A lo lejos, se ven en filas caminar por la montaña, mientras otros burlan el control y logran volver a bajar. Nadie en el camino se atreve a montarlos en camionetas, otros más caritativos los acercan hasta los puntos de control.
Sin embargo, las trochas representan otro peligro, allí se encuentran con la guerrilla, la situación se torna incierta para quienes no tienen cómo pagar la tarifa que igual que la de algunos militares comienza en $10 por persona.
Camino incierto
La llegada a la frontera no es fácil. Terrenos empinados, vientos, un clima que generalmente no varía de entre 15° a 26° en la población de Capacho Viejo y Nuevo que es quizás el punto más álgido al que se enfrentan para luego descender en la búsqueda de la última población antes de dejar suelo venezolano: San Antonio del Táchira municipio Bolívar.
En la carretera Trasandina o Troncal 7, construida en 1925 por el expresidente Juan Vicente Gómez se quedan atrás los sueños e ilusiones de quienes un día decidieron emprender un largo viaje. Incierto y peligroso, pero que para los que decidieron huir del hambre y la miseria, valdrá la pena.
Es en San Antonio del Táchira donde hace más de 5 años, la primera diáspora venezolana salió sin mirar atrás. Enfrentados a camino empinados, xenofobia, miramientos y señalamientos.
Son estos 31,5 kilómetros de la también conocida Carretera de Los Páramos los últimos caminos de suelo venezolano que quizás no volverán a pisar en mucho tiempo, los caminantes, sólo se van con el sueño de buscar un mejor bienestar.
Con información de La Prensa del Táchira.