El concepto de una “nueva normalidad” para los venezolanos implica tener que pernoctar en sus vehículos a las a fueras de las estaciones de servicio al menos una vez a la semana para, con suerte, acceder a gasolina subsidiada. Para muchos, el precio de medio dólar por litro del esquema dolarizado es simplemente impagable.
A las 6:00 p.m. de este lunes 8 de junio, la mayor parte de las 90 estaciones de servicio de Carabobo, subsidiadas y dolarizadas, que según el gobierno regional son abastecidas a diario, ya habían cerrado. Solo algunas pocas permanecían operativas, despachando gas vehicular y, en el caso de la estación El Prado, diésel para unidades de transporte público y carga pesada.
En los alrededores de los 17 establecimientos que fueron designados por Pdvsa en la entidad carabobeña para expender gasolina bajo la modalidad “premium”, sin restricciones de consumo y usando los precios internacionales como referencia, ya no se observan largas filas de carros a la espera. Aunque durante la primera semana se registró una asistencia masiva que generó colapsos incluso en estas bombas, este lunes no fue así.
En panorama es completamente diferente en las estaciones que venden el carburante a cinco mil bolívares por litro, las cuales son al menos 73 en todo el estado. A pesar de estar cerradas desde las 6:00 p.m. o incluso horas antes, cuando comienza a caer la noche ya se pueden observar filas de entre 200 y 400 vehículos que durante más de 24 horas se convierten en viviendas de cuatro ruedas.
Un punto notable es la avenida Universidad de Naguanagua, que tiene dos estaciones subsidiadas: Santa Ana y Paramacay. En la primera, pasaladas las 6:30 p.m. continuaban con la organización de las listas interminables que eran reconfirmadas una y otra vez, nombre por nombre. Durante el proceso de confirmación de las listas la aglomeración es evidente y el distanciamiento social para prevenir el contagio de COVID-19 queda en el olvido.
A la espera para abastecerse en Paramacay no había una ni dos filas, sino tres: la primera, de unos 30 carros con placas de 5 y 6 que quedaron rezagados de este lunes; la segunda; con placas 7 y 8, que comenzaron a organizarse desde el domingo para intentar surtir el martes y la tercera, con placas 9 y 0, que desde este lunes comenzaron a formarse para cuando les toque su turno el miércoles.
En los alrededores de El Carabobeño, muy cerca de Paramacay, los usuarios ya desarrollaron una dinámica propia para distraerse y pasar las largas horas de espera. Se pueden observar grupos de entre cuatro y ocho de personas reunidas, equipadas con pequeñas sillas y hasta mesas para jugar dominó. “Esta es mi nueva normalidad. En mi caso, debo hacer dos veces la cola porque primero voy a llenar mi carro este martes y el miércoles el de mi mamá”, dijo María Cedeño.
En la estación Bosqueserino, en la variante Naguanagua-San Diego, durante la semana pasada la fila de carros que buscaba abastecerse llegaba hasta la urbanización Tazajal. Esta semana ha mermado un poco. Para ser la primera en la fila de los carros a los que les corresponde abastecerse este martes, Jessica Ramírez tuvo que llegar a las 6:00 a.m. del lunes a esa bomba. Unas 12 horas más tarde se comenzaba a preparar para lo que sería su primera noche de pernocta en su carro, al borde de la autopista.
“Un primo me trajo café en un termo que me mandó mi mamá”, detalló Ramírez. “Sí me da un poco de miedo quedarme sola en el carro, pero como puedes ver, después de casi todo un día viendo a la misma gente que también está haciendo la cola uno comienza a hablar y a organizarse para la noche”.
Ya en San Diego, en la gasolinera conocida como la Porcheta, la fila era de unos 300 carros. Casi de último Carlos Ulloa se lamentaba junto a un grupo de personas porque desde el domingo se habían organizado y tenían una lista pero, luego del mediodía del lunes, tras un incidente entre los efectivos militares y los usuarios, ese orden se perdió. “Esto es una anarquía total. El problema comienza cuando dejan meter a terceros que no estaban en la cola”, apuntó.
Aunque Ulloa accedió a llenar el tanque de su vehículo la semana pasada con gasolina a precio dolarizado, porque tenía casi dos meses sin poder surtir, aseguró no contar con el dinero suficiente para siempre acudir a este esquema de precios con regularidad, por lo que se vio en la obligación de meterse en la fila para el combustible subsidiado, “que tampoco es que está muy barato porque son 200 mil bolívares en un país donde el sueldo mínimo son 400 mil bolívares”.
Durante un recorrido nocturno hecho por El Carabobeño en los municipios Naguanagua, San Diego, Libertados y Valencia, se pudo constatar la misma escena: expendios de gasolina cerrados, sin nada de movimiento las denominadas estaciones “premium” y con largas filas las subsidiadas.
Entre tanto, buena parte del mundo se prepara para retomar sus actividades con medidas preventivas para evitar la COVID-19, como el uso del tapabocas y el distanciamiento, lo que ha sido denominado como la “nueva normalidad”. Pero en Venezuela ese concepto incluye también tener que pasar la noche haciendo una fila en el carro cuando no se tienen los recursos para pagar 20 dólares por 40 litros de gasolina.