Dos asistentes de nutrición y un enfermero del centro asistencial conversaron con el equipo de El Diario sobre las condiciones en las que ejercen sus labores diarias.
El despertador de Akaki Ospina suena todos los días a las 4:30 am. Desde esa hora prepara desayuno y almuerzo que solo alcanza para sus dos hijos. Además, arregla lo que necesita antes de salir camino al Hospital Universitario de Caracas.
En Artigas, cerca de la avenida San Martín, la trabajadora espera el transporte del centro de salud, pero al darse cuenta de que el autobús no llegará insiste en tomar una camioneta que la deje en Plaza Venezuela para luego caminar 20 minutos hasta su puesto de trabajo.
El pasado 3 de noviembre, Akaki cumplió 20 años como trabajadora de la institución que la vio iniciarse como repartidora de alimentos y posteriormente formarse para ser asistente de Nutrición y Dietética.
El centro de salud fue inaugurado en el año 1956, bajo el gobierno de Marcos Pérez Jiménez y con el diseño del arquitecto Carlos Raúl Villanueva.
El recinto fue instaurado como centro médico especializado para ejecutar cirugías de gran complejidad. Fue el segundo hospital de Venezuela en realizar trasplante de órgano desde un donante vivo.
Su estructura es considerada Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000, por formar parte de la Universidad Central de Venezuela.
Aunque estas dos décadas le dejaron un crecimiento profesional, Akaki asegura que el hospital solo ha empeorado en ese tiempo.
Lo que más me impacta es la soledad, hace unos años paseabas por el hospital a las 8:00 am y parecía el bulevar de Sabana Grande. Todos se saludaban, había gente en todas partes y consultas a todas horas. Ahora no, está todo oscuro, sucio, abandonado, hay mucha desidia y eso me da una gran nostalgia”, dijo la trabajadora en entrevista para El Diario.
Akaki aclaró que la pandemia por covid-19 es solo uno de los factores que marcan la decadencia del hospital. Agregó que los bajos salarios y la falta de equipos de bioseguridad desencadenaron la renuncia de varios trabajadores del sector salud.
Hambre en los pasillos y la hospitalización
La asistente de Nutrición señaló que la alimentación de los pacientes es inadecuada y poco nutritiva. Indicó que se le sirve el mismo menú a todos – sin excepciones- y ese es uno de los motivos por lo que ha visto morir por desnutrición a varios pacientes desde hace al menos 15 años.
“Todos comen lo mismo, así funcione o no es lo que tenemos para ofrecerle. Casi siempre se les sirve arroz, porque es lo que hay y a veces mal lavado porque si no tenemos agua deben enjuagarlo con el agua de los tanques que llevan almacenados varios días. Solamente cuando llegan donaciones es que podemos darle proteína a los pacientes”, añadió.
La mala alimentación no es solo una preocupación de los pacientes. El personal de salud del hospital batalla todos los días para rendir los alimentos que logran conseguir con 800.000 bolívares de salario (1,54 dólares, según la tasa del Banco Central de Venezuela), los bonos del carnet de la patria y la caja del Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP).
Muchos de nosotros llegamos al hospital sin comer incluso desde el día anterior. Yo soy testigo fiel de esto, porque hago lo posible para que no le falte una arepa a mis dos hijos así deba pasar hambre en mi trabajo”, explicó.
A pesar de que llega al hospital con el estómago vacío, usa las fuerzas que le quedan para subir y bajar siete pisos de escaleras hasta la hora del almuerzo. En ese momento recibe los alimentos de la iniciativa Ayudemos a Cuidarnos, que son enviados por distintas organizaciones no gubernamentales para apoyar el personal de salud.
Covid-19, hepatitis y tuberculosis
La trabajadora explicó que los equipos de bioseguridad escasean en el hospital, por lo que no todo el personal recibe los insumos para protegerse de un contagio por covid-19.
“Yo soy santera y vivo pegada a Dios y a mis santos para protegerme porque aquí tenemos que pelear para que nos den un tapabocas. Le digo a las licenciadas que tenemos que exigir los insumos porque aquí no descontaminan debidamente a menos que se muera un paciente con coronavirus’”, confesó la asistente de nutrición.
Akaki señaló que, además del coronavirus, en el centro de salud se han registrado brotes de hepatitis y tuberculosis en varias áreas.
Ante el riesgo que corre su salud y el bajo sueldo que percibe, su familia insiste en que abandone el hospital para dedicarse a otra cosa. Su hijo mayor es el más interesado en cambiar su situación, pero no ha logrado convencerla.
“Mi hijo me dice que espere que lo asciendan para que pueda darme todo y no tenga que ir al hospital, pero yo le digo que no es una cuestión solo monetaria, sino que yo amo mi trabajo. Cuando entiende que yo no voy a dejarlo solo me pide que me cuide mucho e incluso a veces me da a mí los tapabocas que le entregan en su trabajo”, indicó.
Por las noches el cansancio vence a la trabajadora quien, aseguró, debe acostarse y subir las piernas para mitigar el desgaste físico diario. A pesar del agotamiento, Akaki reitera que no piensa abandonar el hospital y solo espera que las condiciones en las que labora mejoren para poder cumplir con sus necesidades básicas.
Respeto al coronavirus
María Alejandra Tosta también es asistente de nutrición en el Hospital Universitario de Caracas. La trabajadora tiene 16 años laborando en el centro de salud, pero la pandemia por covid-19 ha sido uno de los retos más duros que ha atravesado.
Aseguró que hace todo lo posible por cumplir con las medidas de bioseguridad para evitar contagiarse. Detalló que siempre lleva entre sus pertenencias alcohol y cuando debe llevar alimentos al área de covid-19 pide ayuda a sus compañeros para conseguir una bata descartable.
Le tengo respeto al virus. Yo procuro cuidarme al máximo porque en mi casa tengo a mi suegra de 67 años. Si yo llevo el virus a mi casa la mato enseguida. Además he tenido compañeros que han estado más de un mes hospitalizados con coronavirus”, expresó en una entrevista para El Diario.
La trabajadora explicó que prefiere tomar sus propias medidas, pues asegura que incluso los productos de limpieza del hospital como el cloro y el jabón son de baja calidad y están disueltos en agua.
Vocación sin recursos
Maria Alejandra detalló que a diario sale a las 6:00 am de su casa en Catia, parroquia sucre del Distrito Capital, para llegar al centro de salud. Usualmente la trabajadora invierte 70.000 bolívares en pasaje para movilizarse, a pesar de que su salario mensual es de 800.000 bolívares (Bs 25.000 diarios).
Aseguró que su sacrificio vale la pena cuando puede ayudar a los pacientes, aunque reveló que se le hace complicado cumplir con su labor debidamente por la falta de recursos en su área de trabajo.
Si hay un paciente diabético tiene que seguir una dieta específica, lo mismo pasa con un nefrópata o alguien que esté bajo de potasio. Aquí hace mucho no se puede hacer una dieta antidiarreica y la dieta licuada hace más de tres años que no la podemos hacer porque necesitamos pollo, verduras y aceite para eso”, explicó la trabajadora.
La asistente de nutrición indicó que un menú cotidiano en el centro de salud consiste en pasta o arroz con frijoles o perico. Agregó que en ocasiones solo se le puede servir arroz o pasta solo a los pacientes, las frutas están completamente ausentes en el plato desde hace algunos años y la dieta líquida está compuesta únicamente por agua de arroz.
El traslado de los alimentos también es un reto. María Alejandra mencionó que debe cubrir seis servicios distribuidos entre los pisos siete, ocho y nueve del hospital a los que debe subir y bajar por las escaleras constantemente.
Afirmó que, en cada sala que visita, presencia como la falta de insumos y presupuesto deterioran los servicios. Recalcó que el único servicio que recibe apoyo de la administración es donde permanecen los pacientes con covid-19.
“Esta es una lucha constante y muy dura. Tenemos meses pidiendo recursos y elementos de protección, pero al departamento de nutrición solo le dan un par de guantes, un gorro y un tapabocas a cada uno, cuando hay”, explicó.
Pocos enfermeros
A Yeison Moreno, con apenas 23 años de edad, le tocó asumir el rol de coordinador de enfermería en el servicio de otorrinolaringología en el Hospital Universitario de Caracas, aunque en ocasiones no cuenta con personal para coordinar.
Algunas semanas debo quedarme solo atendiendo de cinco a diez pacientes. El fin de semana pasado vino mi jefa y me preguntó cuántos pacientes había, le respondí que diez y no me mandó a ningún refuerzo, entonces es un compromiso muy grande ocuparme de diez pacientes solo”, explicó Yeison en exclusiva con El Diario.
El enfermero aseguró que la falta de personal en su área se debe a los pésimos salarios. Agregó que muchos de sus compañeros buscaron oportunidades en clínicas privadas para poder percibir mejores ingresos.
Durante la pandemia por covid-19, él también aceptó un segundo empleo en una clínica para poder mantener a su mamá y a su hermano menor. Sin embargo, no quiso dejar su labor en el hospital.
“Mi mamá es cocinera de un colegio y tiene epilepsia, por eso hace un tiempo le dijeron que no fuera a trabajar. Entonces ahora soy el encargado de llevar el sustento a la casa”, indicó.
Incertidumbre
Yeison explicó que a pesar de que su mamá permanece en casa todo el día, no está tranquila. Aseguró que varias veces le ha manifestado que no puede dormir hasta que él llega por miedo a lo que le pueda suceder.
La madre le pide constantemente que se retire del trabajo y se quede en casa con ella, pero el enfermero insiste en que tiene un compromiso con los pacientes y con su profesión.
No me voy del hospital porque sé que hay gente que necesita nuestro apoyo y a mí me gusta poder brindarlo, estoy ahí por vocación”, añadió.
A pesar de su insistencia, Yeison admite que el miedo de su madre es justificado. Contó que en varias oportunidades acudió a las áreas covid-19 del hospital por la falta de personal, pero en algunas ocasiones no le dieron el equipo de protección adecuado.
Hasta el momento, la salud de Yeison se mantiene fuerte, aunque sostuvo que el futuro es incierto. El enfermero manifestó su preocupación por la contaminación en distintas áreas del hospital.
“Nunca hay jabón ni antibacterial. Cuando hay alcohol nos dan un litro para toda la semana entonces tengo que equipar a los de la tarde y la noche y no nos alcanza. Me preocupa mucho que los baños no se están limpiando y tampoco se saca la basura”, señaló el enfermero.
Al llegar a su hogar, Yeison hace lo posible por dejar sus preocupaciones en el hospital. No quiere transmitir ningún pensamiento negativo a su familia por la situación crítica del centro de salud. También se esfuerza para que sus temores lo dejen descansar.
Lo que más me marcó es que en uno de mis días libres falleció un paciente que estaba delicado y cuando hablé con mi jefa me dijo que no había ningún enfermero. Eso es realmente deprimente que una persona muera en un hospital sin tener un enfermero cerca”, indicó.
Los tres trabajadores comparten el sentimiento de lástima por ver uno de los hospitales más importantes de Caracas en esas condiciones. Todos coinciden en que por los pasillos del centro de salud domina la oscuridad y el hambre, por encima la crisis que causa la pandemia por covid-19 en el sistema de salud venezolano.
Con información de El Diario