Una de las responsabilidades más grandes del liderazgo del país en este momento histórico radica en decirle a la gente lo que se debe decir y no sólo lo que un grupo grande o pequeño -sin descalificar su alcance- quiere escuchar.
Así como es importante acompañar a nuestra gente en cada una de sus luchas, también es necesario orientar de manera responsable y realista la lectura del contexto político. No hacerlo sería dejarse secuestrar por la falsedad y sus consecuencias nefastas. Y en nuestra Venezuela debemos terminar de aprender de cuanto hemos vivido durante estas últimas dos décadas.
Entendido esto, hablemos de lo que significará este 10 de enero para el régimen de Nicolás Maduro y cuán importante es para nosotros, las fuerzas democráticas. Eso sí, pensemos juntos y desde la estrategia política, pero sin aspavientos ni exageraciones.
Ante los totalitarismos, no existen fechas ni fórmulas mágicas. Sin embargo, cada momento político de la Historia que ha tenido importancia se debe a que las acciones que se tomaron dependieron de la manera de leer el contexto, la responsabilidad a la hora de medir las consecuencias y la fuerza invertida en articular la mayor cantidad de apoyo político posible. Todo esto se aplica en el presente, en la búsqueda de una solución, porque el juego sigue trancado con las consecuencias y sufrimiento para el venezolano de a pie.
Y eso es el 10 de enero de 2019: un momento político sin precedentes que debemos saber leer para actuar en consecuencia y avanzar en la lucha por devolver la democracia y la libertad a nuestra amada patria Venezuela.
Empecemos por preguntarnos qué significa el 10 de enero para el gobierno de Nicolás Maduro.
El pasado viernes 4 enero de 2019 los gobiernos de los países que conforman el Grupo de Lima hicieron saber de manera oficial que no reconocerán el nuevo período presidencial de Nicolás Maduro en Venezuela.
Aunque a algunos pueda parecerle poca cosa, se trata de una declaración muy delicada e importante. Incluso representantes como Néstor Popolizio, Canciller de Perú, definieron la farsa electoral del 20 de mayo de 2018 como ilegítima, añadiendo que durante ese proceso no se cumplió con ninguno de los estándares democráticos mínimos ni se permitió la participación de todas las fuerzas políticas.
Ya no se trata de un liderazgo político local gritando en el desierto, confrontando a una petrochequera que iba por el continente comprando apoyo. Hoy existe un grupo de naciones cuyos gobiernos, constitucionales y electos democráticamente, entienden que el régimen que se ha implantado en Venezuela significa un peligro para la democracia de toda la América.
Y es importante que ese grupo de gobiernos sientan que tienen un interlocutor válido en la coalición opositora. Pónganle el nombre que quiera a esa coalición, pero debemos estar a la altura del Pueblo venezolano y de los gobiernos democráticos de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú, Santa Lucía, entre otros. En especial a la altura del apoyo que han brindado a la lucha democrática en Venezuela.
De modo que sería una equivocación imperdonable permitir que un hecho político con las dimensiones de este último pronunciamiento del Grupo de Lima se desperdicie y quede en un limbo porque las fuerzas de oposición no seamos capaces de articular una dinámica eficaz para corresponder a este tipo de acciones, hacer el acuse de recibo y emprender nuevas acciones, fortalecidos y con nuevos argumentos.
Y estamos a punto de cometer ese error una vez más.
En esta lectura del contexto político, no debemos dejar pasar por debajo de la mesa que México se negó a suscribir la solicitud del Grupo de Lima. Sin embargo, para entender esto políticamente no podemos quedarnos tan solo con ese hecho. Es necesario también entender que México ha admitido que pretende mantener relaciones diplomáticas con Venezuela después del 10 de enero, pero también que permanecerá como miembro del Grupo de Lima. Aunque en mayo de 2018 el gobierno de Peña Nieto desconoció los resultados electorales, la administración de López Obrador todavía no ha asumido el completo control de las relaciones bilaterales, algo que incluye las relaciones comerciales.
Por eso me voy a permitir una sugerencia, como parte del liderazgo democrático: es necesario que desde nuestra coalición opositora se tenga una comisión especialmente dedicada a hacer que el nuevo gobierno de México entienda los riesgos económicos y políticos que implica mantener esa tibieza diplomática, amparada en un frágil aparataje ideológico que se desmoronaría si se hace un buen trabajo de política de Alto Nivel.
México no necesita de ese petróleo venezolano que ya PDVSA ni siquiera alcanza a producir en las cantidades que le permitían al oficialismo comprar votos y complicidades, de modo que ha llegado el momento de ejercer la real politik desde nuestra alternativa y empezar a armar el tablero que deseamos tener para el momento en que seamos gobierno.
Y eso incluye prestarle atención al contexto político de países como Panamá y Argentina. Aunque parezcan políticamente distantes, ambos tienen elecciones presidenciales este nuevo año y resultarán unos aliados comerciales importantes cuando seamos gobierno. En especial cuando aún no se sabe el comportamiento que tendrá el nuevo gobierno de Brasil con respecto al Mercosur y todo lo que eso implica. Además, tanto Argentina como Panamá son tierras que se han convertido en el nuevo hogar de muchos venezolanos, de modo que es importante interesarnos en el destino de esos países y en las esperanzadoras alianzas que resulten de ahí.
De modo que así como hay que articular una dinámica para responder a gestos como el del Grupo de Lima, también es necesario tener representaciones oficiales en esos nuevos contextos políticos de la región.
Otro de los elementos que hay que entender del espaldarazo brindado por el Grupo de Lima es que esos mismos gobiernos reconocen a la Asamblea Nacional electa en diciembre de 2015 como un poder constituido de manera democrática. Y eso es un elemento fundamental, porque articula de una manera clara que el Pueblo sí ha elegido autoridades, pero sobre todo al Poder Legislativo, el más representativo de todos los poderes, donde cada región y cada fuerza política tiene un espacio de participación legitimado por el voto de los ciudadanos.
Y ese espacio fue abandonado por los diputados electos por parte del PSUV, irrespetando la confianza que millones de ciudadanos puso en ellos. Negados a asumir que habían perdido el respaldo popular, no se atrevieron a quedarse en el Parlamento a intentar construir una mayoría, sino que se dedicaron a sabotear el trabajo legislativo. Al punto de crear y pretender mantener una ilegítima e inconstitucional asamblea constituyente como un parapeto que les permita violar la Constitución una y otra vez y no aceptar el mandato que el Pueblo venezolano le dio a la única Asamblea Nacional.
Llama la atención que, luego del pronunciamiento del Grupo de Lima, el oficialismo respondiera con un cinismo evidente que Nicolás Maduro y la Asamblea Nacional cuentan con la misma legitimidad. Su argumento fue decir que las garantías durante el proceso de diciembre de 2015 y la payasada que armaron en mayo de 2018 fueron las mismas, cuando el planeta entero se escandalizó al ver cómo inhabilitaron e ilegalizaron candidatos y los principales partidos políticos, manipularon las circunscripciones electorales y utilizaron toda la estructura del Estado para corromper los comicios y asesinar el voto libre en Venezuela.
No les extrañe que en esta coyuntura quieran usar el supuesto desacato de la AN y el no reconocimiento del 20 de mayo para disolver la legítima Asamblea Nacional y convocar a unas nuevas elecciones, como una manera de distraer y así ocultar la crisis política y humanitaria, el poderío militar, la corrupción, la represión, la censura, el fracaso económico, los presos políticos y los asesinatos que a diario ponen en evidencia su ilegítimo y desastroso ejercicio.
En Miraflores insisten en sostener el Poder en un país en ruinas. Muestran ser capaces de gobernar en un desierto, con tal de no soltar el Poder. Pero hay que insistir en hacerle saber a todos los actores políticos involucrados, nacionales e internacionales, cuál será el costo de mantener esta situación. Ha llegado la hora de accionar y de hacerle saber al mundo que tiene lo más pronto que se pueda que haber cambio político y para eso es necesario fracturar lo que sucede de aquel lado, donde más de uno se debe estar preguntando cómo salir del infierno en que están metidos, porque saben que en esa dirección no tienen chance de nada.
Eso sí: Cuando uno estudia sobre las transiciones democráticas en la historia contemporánea se da cuenta de que ninguno de los procesos exitosos fue sencillo.
Sin embargo, aunque cada caso ha sido distinto, hay una variante que permanece constante: la participación de todos los sectores de la sociedad, desde los partidos políticos hasta el pueblo sin organización, pasando por organizaciones, sindicatos, la iglesia y, entre todos esos factores vitales para la transición, el liderazgo político.
A mí siempre me gusta recordar que cuando en Europa se acabó la Segunda Guerra Mundial, aunque la opinión pública le hizo ver al mundo que el fascismo había sido derrotado, hubo dos países donde esa cruel manera de ejercer el Poder se mantuvo durante décadas: España y Portugal. Aun así, cada uno de esos países, con mucho sufrimiento de por medio y mediante vías muy distintas, recuperó su libertad.
Fue la Revolución de los Claveles un momento político que supieron leer todos los involucrados en el deseo de darle a Portugal la oportunidad de la democracia. Fue la muerte de Francisco Franco un momento político que todas las fuerzas políticas decidieron leer en conjunto, a pesar de sus visiones ideológicas y estratégicas distintas y, en muchos casos, hasta contradictorias con las decisiones tomadas. Fue un momento político el debilitamiento político de uno de los dictadores más cruentos de América Latina, Augusto Pinochet, lo que supo leer la coalición opositora que lo sacó del Poder. Y así las dictaduras militares de Brasil, Argentina, Uruguay.
A mí me cuesta creer que el aparato político que ahora sostiene de manera tan endeble a Nicolás Maduro en el Poder sea más robusto que el de tantos ejemplos que podría citar, uno por uno, de transiciones hacia la democracia. Y es necesario que demos desde ya, unidos, con esa idea de transición que genere esperanza en la gente. Es urgente: debemos accionar en sintonía, porque si no lo hacemos pasaremos a la historia de la política como una generación pusilánime que fue incapaz de articularse en contra de uno de los peores gobiernos que ha vivido la historia republicana de América Latina.
Aun así, cuidado con las expectativas que generamos: aquí no hay fechas mágicas. Nuestra Asamblea Nacional debe insistir, desde esa fuerza legítima que le da el voto de los venezolanos, y articularse como una de los pilares principales durante este momento político.
Hay que insistir en la unidad y en la estrategia común. Una idea que pueda aglutinarnos y ser eficaces en acciones como la del Grupo de Lima, así como en participaciones activas en la vida política de la región, como lo que se vivirá este año en los países donde habrá elecciones significativas.
Si no logramos eso, olvidémonos del resto. Nada va a cambiar en Venezuela hasta que no se concrete una solución política. Y eso es una responsabilidad nuestra. No va a haber recuperación económica ni salida a la crisis humanitaria hasta que no consigamos ese elemento de cohesión que sea capaz de responder con rotundidad a lo que la comunidad internacional y los venezolanos mayoritariamente demandamos: que vuelva la democracia, que se respete la Constitución y que en algún momento cercano el Pueblo elija de verdad su destino.
¡Qué Dios bendiga y acompañe a nuestra Venezuela este 2019! ¡Es la hora de que todos unidos busquemos la solución política para el renacer del país!