“Es que el precio cuando tomas el producto en el supermercado, al precio cuando llegas a la caja para pagar, es otro”. “Hay que pedir la cuenta apenas pidamos la comida en el restaurante, porque si comemos y luego pedimos la cuenta el monto es otro”. Son cuentos que nos echaban amigos que viajaron a Argentina en aquellos momentos donde la crisis les afectó con fuerza. Para uno, venezolano, era inimaginable que eso pudiera suceder. Hoy la realidad nos golpea en la cara.
El año 2018 será un año muy duro. Si en el 2017 extrañamos el año 2016, imagínense como lo vamos a extrañar este año que está empezando.
Una de la informaciones con la que arrancó el año es con la afirmación de que los ingresos percibidos por la venta de crudo a Estados Unidos descenderán, algo que debe generarnos preocupación, ya que es el ingreso más sólido que tiene nuestra industria petrolera, tomando en cuenta que parte de la producción está comprometida en envíos que deben realizarse a China tras los convenios a los que llegó el gobierno con el país asiático, y que los envíos a través de Petrocaribe no generan ningún tipo de liquidez.
Siendo conscientes, además, de que esta caída en los ingresos no es generada por un descenso de precios del petróleo, al contrario, hoy el precio es superior al del año pasado, cuando el barril de crudo rondaba entre 39 y 45 dólares, hoy se cotiza entre 49 y 56 dólares.
Igualmente, en 2017 el precio del petróleo fue de 11 dólares superior que en 2016, sin embargo, hubo menos ingresos y eso agudizó aún más la crisis.
Y es que la reducción en los ingresos se debe a la caída de la producción de petróleo por la quiebra de la industria petrolera y los pagos de la deuda externa.
Esto conlleva, por ejemplo, a que entre enero y marzo de 2018 se venderán a Estados Unidos 22.974 barriles menos que en 2017. Los ingresos por la venta de petróleo a Estados Unidos serán de un aproximado de 2.266,1 millones de dólares en el primer trimestre de 2018, unos 447,7 millones de dólares menos que en 2017.
Nuestra industria petrolera atraviesa una importante crisis y no hay señales de que eso vaya a mejorar durante este año 2018, cuando Venezuela deberá pagar unos 8.300 millones de dólares por la deuda a la que nos ha llevado el régimen por su falta de capacidad para gerenciar el presupuesto de la nación.
Su falta de gerencia quedó más que en evidencia este año cuando los venezolanos, pese a ganar cientos de miles de bolívares, hoy son más pobres que nunca.
Y es que la reconversión monetaria cumplió 10 años y ese “bolívar fuerte” que nos vendieron ha sido golpeado una y otra vez por las malas decisiones económicas que ha tomado el gobierno, terminando desauciado y abandonado por sus propios creadores.
El régimen pretende resolver los problemas económicos del país imprimiendo más billetes sin ningún tipo de valor. Esto nos ha llevado a ser el país con la inflación más alta del planeta, por encima de 2.700% cerró el año 2017 y los pronósticos para el 2018 no son nada alentadores.
Somos el único país con una inflación de cuatro dígitos. Entre enero de 2008 y diciembre de 2015, la inflación acumulada llegó a 2.258%, es decir, que sólo en un año, el año 2017, se sumó una inflación más grande que la de 7 años juntos (2008 al 2015).
Por primera vez en nuestra historia estamos en una hiperinflación, y la cúpula que acompaña a Maduro pretenden solucionarlo generando más pérdida en el valor del bolívar, con aumentos de salarios que en nada ayudan a los trabajadores venezolanos porque no vienen acompañados de políticas que paralelamente busquen estabilizar nuestra economía.
El aumento del salario mínimo de los venezolanos se traduce en 7 dólares, si se toma en cuenta el cambio no oficial, que es con el que se rige realmente la economía del país tras la destrucción que realizó este gobierno del aparato productivo.
Ese aumento no es más que otra burla a nuestro pueblo, no servirá de nada porque ya la inflación se lo tragó. Dicen proteger el salario de los trabajadores, pero ninguno de los incrementos ha generado poder adquisitivo, que en teoría debería ser el objetivo. No han podido alcanzar la inflación, porque su velocidad crece rápidamente, evaporando la capacidad de compra de los venezolanos.
Es el colmo del cinismo de la propaganda madurista para ocultar su ineptitud o sus pocas ganas de realmente aportar una solución y bajar la hiperinflación. Aún con ese salario integral, somos el país con el salario mínimo más bajo de Latinoamérica.
Argentina es el país con el salario mínimo más alto, cerró el año con una inflación cercana al 21% y el salario base es de 544 dólares. Sólo el salario de México está en 139 dólares, pero el porcentaje que gana sueldo mínimo es bajo.
El bolívar pierde tan rápido su valor que nadie quiere tenerlo. En países como Brasil y Argentina, donde ya pasaron por esto, hicieron cinco y cuatro reconversiones, respectivamente, sin resultados positivos. Porque las “soluciones” inmediatas no solucionan nada si no vienen acompañadas de medidas serias que generen estabilidad.
Y sólo el 31% del ingreso mensual es salario, lo demás es bonificación. Un gobierno que pregona ser del pueblo y el pueblo trabajador es el más perjudicado con sus medidas.
En noviembre, un hogar con dos ingresos mínimos apenas podía comprar la cesta básica de alimentos de una semana. Para comprar la canasta básica se necesitan 14 millones de bolívares. Es decir, que una familia de cinco personas necesita más de 20 salarios mínimos. Es por ello que la gran mayoría de los venezolanos dependen de la distribución de alimentos subsidiados, que cada vez es menor porque la liquidez del gobierno también va en descenso.
No hay producción suficiente para abastecer a todo el país, se requieren importaciones y hay menos recursos para ellas. Las empresas no pueden traer masivamente productos porque las divisas están en manos del Estado y hay una política cambiaria asfixiante.
Cada vez habrá más cierre de empresas, lo que conlleva a menos puestos de empleo estables. Cada vez son más los venezolanos que terminan en el sector informal, pero este sector también se ve afectado porque cada vez hay menos efectivo en la calle, y cada vez se necesitarán más bolívares para adquirir los bienes y servicios que ofrecen.
El régimen juega con el hambre de nuestro pueblo y cada vez serán más las protestas que veamos por falta de comida. Las protestas son un reflejo de las calamidades que están pasando los venezolanos.
Se necesita un programa macroeconómico que se aplique cabalmente, acompañado de otras medidas como frenar la emisión de dinero electrónico que realiza el Banco Central para financiar el déficit fiscal que está por encima del 10% del PIB, esto hace que el problema no solo continúe sino que acreciente. Hay que tener rentabilidad fiscal y un manejo acertado del tipo de cambio.
Es evidente que se necesita un cambio de modelo en la conducción del país, pero eso sólo será posible si lo hacemos juntos. Sabemos que el año 2017 fue un año muy doloroso y de muchos sacrificios para todos, pero cada esfuerzo realizado debe ser una motivación más para que este año luchemos con más fuerzas por rescatar a nuestra Venezuela.
Cuando nos hemos unido hemos vencido, no dejemos que el oscuro régimen que hoy tiene secuestrado el poder acabe con nuestras esperanzas, esas son las que en días de tormenta nos mantienen vivos.
Unamos nuestras fuerzas y nuestra fe para tener un 2018 de avances en nuestra lucha democrática y de desenlace para finalmente abrir las puertas a un futuro mejor ¡Dios nos acompañe en el camino y bendiga nuestros pasos! ¡Seguimos!