Yo soy un convencido de que la educación es uno de los vehículos fundamentales para salir de la crisis, sin embargo hay preguntas que hacemos con la intención de medir las consecuencias de esta crisis que estamos viviendo y con la intención de que las respuestas nos hagan la reflexión inmediata sobre la urgente necesidad de unirnos y seguir buscando una solución juntos, porque se trata de la salvación de un país y de su gente. Una de esas preguntas es ¿Qué significa ser un niño hoy en Venezuela?.
¿Qué hacer con las generaciones que están en etapa escolar y sus profesores ante la crisis se están marchando del país? ¿Qué hacer con cientos de miles de niños a quienes hoy sus padres no pueden mandar a clases porque no tienen cómo darles de comer ni dinero para el pasaje?
¿Cómo influirá todo esto que están viviendo nuestros niños en su futuro y en el de nuestra Venezuela?
Hay datos que tienen que conocerse, que los venezolanos tenemos que tener presentes con la intención de que luchemos por cambiarlos.
Empecemos por un solo indicador. Existe un Índice de Peligros para la Niñez, registrado por una organización internacional llamada Save the Children, que se hace público cada año, con el objetivo de definir el contexto global que viven los niños en el mundo.
Evalúan indicadores como la mortalidad de menores de cinco años de edad, malnutrición, deserción escolar, trabajo infantil, violencia extrema y embarazo adolescente, entre otras variables.
Al leer a analistas responsables y serios, como Fernando Pereira de CECODAP y consultar las fuentes originales de los datos de ese Índice, es alarmante ver cómo nuestros niños están perdiendo una de las etapas vitales más importantes y el gobierno no está haciendo absolutamente nada para cambiarlo.
Estamos ubicados en el puesto 129 de 175 países evaluados: ser niño en Venezuela hoy en día significa crecer en uno de los cinco países más peligrosos para los menores de edad en toda América Latina y la región del Caribe.
Y esa no es la peor de las noticias del Índice de peligros para la niñez: resulta que nuestra tasa de homicidios de niños y adolescentes anual es de 26,9 por cada 100 mil habitantes, basándose en cifras entre 2012 y 2017. Es decir: en Venezuela tenemos la cifra más elevada del mundo entero. Estamos por encima de países como Siria y otras naciones donde se viven conflictos bélicos terribles.
Es para ponerse a llorar de puro dolor y vergüenza. Y el gobierno no sólo pretende ocultarlo: no hace nada por conseguir reparar el enorme daño del cual es el único culpable.
Fernando Pereira también señala algo importante sobre el Índice de Peligros para la Niñez: al referirse a Venezuela, advierten que hicieron el levantamiento sin evaluar la data de trabajo y explotación infantil, entre otras variables. Es decir, la situación de nuestros niños sin duda alguna es mucho peor.
Sumemos a esto que Cáritas de Venezuela alertó tener documentados casos de intercambio sexual por comida en caseríos y otras áreas rurales del país. En su mayoría madres desesperadas, mujeres de regiones donde antes se sembraban y se producían alimentos para alimentar al país entero.
Y una alarma que nos pone incluso por detrás de países africanos con crisis históricas: la Sociedad Venezolana de Infectología denunció que un 70% de los niños y adolescentes con VIH no cuentan con antirretrovirales ni hay tratamiento para la prevención de la transmisión vertical para las embarazadas.
Son datos que deben despertar en nuestra alma política la indignación y la urgencia por hacer algo para que los responsables de esto asuman su culpa y paguen las consecuencias. Porque a todo esto hay que sumarle una tristeza que nunca antes habíamos vivido.
Según lo que en UNICEF definen como un cálculo prudente, se estima que en el mundo hay casi cincuenta millones de niños que han tenido que atravesar las fronteras de su país y desplazarse por fuerzas mayores. Y las principales razones detrás de estos desplazamientos son el hambre, la violación de derechos básicos, la violencia y la inseguridad.
Estamos hablando de cincuenta millones de niños que son categorizados como desplazados, migrantes o refugiados, pero en el fondo no son sino eso: niños.
Venezuela nunca aparecía en esas estadísticas. Hasta ahora.
La desgracia del modelo político que tiene dos décadas destruyendo nuestro país nos ha llevado a estas cifras inéditas y crueles.
Interioricemos esto: hoy existen niños venezolanos que viven en condición de desplazados, porque las consecuencias de la corrupción y las políticas erradas de todos estos años nos han llevado al extremo de tener índices de guerra.
Y así como los niños no tienen la culpa de las guerras ni de la violencia, tampoco tienen la culpa de las políticas erradas ni de la crueldad de un gobierno que ha decidido llegar a cualquier cosa por evitar salir del Poder.
Incluso dejar morir a sus niños: dejar morir de hambre y de enfermedades a nuestro futuro.
No tienen la culpa, pero están sufriendo todas las consecuencias.
Las políticas de este gobierno, la corrupción y la impunidad está despojando a nuestros niños de su inocencia y han convertido en un infierno su niñez. Es parte de la visión de Miraflores para atornillarse en el Poder: rompernos el futuro, fracturar la capacidad para imaginar, matarnos la esperanza.
Hoy, que se celebra el Día del Niño, recordemos nuestra infancia y pensemos en cómo toda una generación está corriendo el riesgo de no tener otro recuerdo que el hambre, la miseria, el abandono.
Y es por eso que cada uno de estos niños debería ser razón suficiente para la lucha. Una razón poderosa para poner a un lado el odio y asumir la responsabilidad de sacar a Venezuela adelante. ¿Cómo? ¡Con Educación, mucho compromiso y trabajo!
Yo sé que a algunos críticos de oficio les molesta que yo insista tanto en la Educación como vital transformador que nos conduzca al país que merecemos los venezolanos.
Sin embargo, después de leer estos datos e intentar digerirlos, díganme si existe alguna urgencia más grande que devolverle a nuestros muchachos el derecho a vivir una infancia en la que aprendan y vivan felices su crecimiento.
Díganme si no es desde las escuelas y con las maestras que podemos asegurarnos de que quienes hoy viven su infancia con hambre y miseria sepan que hay gente buena y formada, capaz de imaginar un futuro que los incluye.
Díganme si no es urgente pensar y articular la manera de salvar una generación que parece condenada a perder su infancia.
A todos. Sin distinción. Asegurándonos de que nunca más un niño venezolano se quede atrás.
Esa es la razón de nuestra lucha: unirnos y convertir en una realidad la idea de que Venezuela sea un lugar donde traer un niño al mundo no sea una locura, donde la salud y la alimentación de cada muchacho esté asegurada, donde la capacidad para imaginar sea estimulada por los líderes porque, hablando del liderazgo político, no hay excusa válida para la fragmentación y la ausencia de un plan frente a todo el horror descrito en estas líneas.
Cada día que pasa el país se hunde más y vemos cómo la política pierde sentido para la gente. Seguir en la disputa por protagonismo o cálculos personales raya en la estupidez y en la desconexión con el país al igual que la tiene el Gobierno. La política no es tampoco un show ni debe limitarse a videos con consignas vacías sin plantear claramente cuáles son las soluciones. Debemos asumirla con seriedad y responsabilidad y especialmente ser sinceros con la gente. Yo por mi parte haré todo lo que esté a mi alcance para que haya unidad y una agenda que ponga – como siempre ha sido mi visión – a los venezolanos primero.
¡Dios bendiga a nuestros niños venezolanos y al futuro que tenemos que construir con ellos y para ellos!