Susana Raffalli es nutricionista venezolana, especializada en protección y asistencia humanitaria, formada en nutrición pública. Ha trabajado en casos de desastres alimentarios en distintas partes del mundo, como Guatemala, Angola, Afganistán, Camboya o Birmania, donde también documentó crímenes de Estado relacionados con la alimentación. Otros tantos casos los ha estudiado y nunca pensó que sería escenarios similares en Venezuela.

Según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, 32,2% de los hogares venezolanos está en situación de inseguridad alimentaria. Al cierre de 2019, el gobierno de Maduro había convertido a la nación en la más hambrienta de todo el continente americano con 9,3 millones de personas en emergencia alimentaria; la mitad del número registrado en toda América Latina y el Caribe.

En Palabra Hecha Podcast, Raffalli traduce el contenido de ese informe y echa un cable a tierra con respecto al retrato que plantea. Afirma que «nueve millones de nosotros están en situación de agotamiento de sus medios de sustento, y eso es gravísimo. No tenemos reservas para afrontar un agravamiento (producto de la pandemia). Ante un agravamiento puede venir la tan temida hambruna, que me cuidé siempre de anunciar, y una situación de desnutrición que va a producir una mortalidad infantil a nivel exponencial».

Por si fuera poco, el regreso de venezolanos migrantes agrava el panorama pues son ciudadanos que tienen derecho a alimentarse y ser sujetos de derecho, «pero va a generar una presión de consumo sobre unos bienes que no existen», y «representarán una remesa que no va a entrar». Según Cáritas de Venezuela, las remesas familiares se han convertido en el sostén de alrededor del 28% de las necesidades de alimentación familiar.

Las remesas también dejarán de fluir a la economía venezolana pues quien no vuelve está sin producir por la parálisis global, lo cual taería un hueco en la capacidad adquisitiva de muchos venezolanos de entre 60 y 70 por ciento.

Advierte que el mercado mundial de alimentos también está siendo afectado por lo que no se va a tener a dónde acudir para importar bienes. «Estamos metidos como una muñeca rusa en una crisis alimentaria mundial (…) el Estado se va a ver limitado, ni siquiera teniendo plata, en mantener un inventario de alimentos para distribuir».

La desnutrición infantil en Venezuela, medida por Cáritas en poblaciones más vulnerables, escaló hasta el 13,2% entre febrero y marzo, «con apenas unas semanas de cuarentena». Con el anuncio de nuevos controles, fiscalizaciones y consecuente escasez, el dato pudeira agravarse. Un contraste con el 8,2% al que había bajado «producto de la dolarización de facto y la estabilización de la inflación».

Con información de Tal Cuál

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