El magistrado Antonio Marval no quiere decir de dónde partió, ni quién pilotó la lancha de pescadores con la que abandonó la costa de Falcón, en el noroeste de Venezuela, la madrugada del 31 de julio. Pero nunca olvidará cómo comenzó su exilio en medio de un Caribe embravecido.

«Fueron seis horas y media», cuenta a AFP. «Llegamos a Curazao y todos estábamos muy mareados…Por suerte no llovió, Dios estuvo con nosotros porque el día anterior había llovido mucho y el mar estaba muy picado».

Marval, vicepresidente del Tribunal Supremo de Justicia designado por el parlamento de mayoría opositora, huyó de Caracas con otros magistrados de esa corte tras enterarse de que «grupos de la policía política del gobierno» querían su captura.

«Salimos a juramentarnos (el 21 de julio) y más nunca volvimos a nuestra casa. Terminamos aquí en Miami», cuenta, sin dar los nombres de sus colegas «para no comprometerlos».

Diez días estuvieron escondidos, casi incomunicados porque temían ser rastreados. Descartaron salir por la frontera colombiana. «Esa vía ya estaba muy utilizada. Yo sentía que esta era la más segura a pesar de que el mar estaba en su peor momento (en plena temporada de huracanes)».

De los 33 magistrados, tres fueron detenidos. El resto escapó.

Como Marval, otros están en Estados Unidos. «Nos fuimos comunicando con los que están en Chile, Colombia y Panamá y comenzamos la organización del Tribunal Supremo en el exilio».

Tres generaciones 

David Smolansky sabe de exilios: de la ex Unión Soviética salió su abuelo en 1927; de Cuba, su padre en 1970; y ahora él de Venezuela. «Tres generaciones hemos tenido que huir por dictaduras», dice el destituido alcalde de El Hatillo, un municipio de Caracas, condenado a 15 meses de prisión por no impedir los bloqueos de vías durante las protestas antigubernamentales que dejaron 125 muertos entre abril y julio.

Apenas supo de esa sentencia «inapelable», pasó a la clandestinidad. En las noches no dormía, «porque sabía que si venían por mí, sería en esa hora». Nadie en su familia sabía dónde estaba. A veces no cenaba, pero nunca pasó hambre.

Con una aplicación podía conectarse a internet de manera segura. Se informaba, veía deportes, leía, escribía, rezaba. Hasta que viajó 1.300 km hasta Brasil. «Mi huida no fue improvisada, había estudiado al menos siete rutas de salida», afirma.

El gobierno había difundido su foto. Entonces se afeitó la barba, se puso gafas y decidió «actuar» de «ayudante de cura con acento colombiano».

«Una vez, un guardia me preguntó qué hacía cerca de la frontera. ‘Soy seminarista y quiero ayudar a gente que no tiene comida’, le dije. ‘Eso es muy importante, aquí está faltando mucho la comida’, me contestó».

Al fin en territorio brasileño, viajó en taxi cuatro horas hasta la estación de policía de Boa Vista. «Era de noche, parecía una película. ‘Prefeito, usted tiene derecho al refugio’, me dijeron. Me hicieron un documento para poder volar a Brasilia y me llevaron al aeropuerto», recuerda.

Cinco alcaldes destituidos están en Venezuela, dos presos. Los otros siete se exiliaron.

Publicado por El Nacional

26/11/2017

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