La necesidad de servir comida todos los días a sus tres hijos es lo que hace que Yenny Romero salga los martes de su casa a las 3:00 de la madrugada. Deja su vivienda en Las Minas de Baruta para recorrer supermercados y farmacias de La Trinidad, en el este de la ciudad, en la búsqueda de alimentos y artículos de higiene. Ayer a las 1:00 de la tarde ya había hecho dos colas y apenas pudo comprar un kilo de leche. Asegura que este año la escasez ha empeorado.
“Todos los días escasean más los alimentos y aumentan más las colas. Lo que uno ve son peleas cada momento porque lo que llega es muy poco y todos tenemos la misma necesidad de comprar. Este año la situación se puso peor. Yo no consigo pañales desde hace varias semanas, a mi bebé me ha tocado ponerle toallas clínicas”, decía a mediodía mientras se cubría la cara del sol con un cartón.
La percepción de Romero era compartida por otros consumidores que hacían cola en supermercados y farmacias del centro y este de la ciudad. Coinciden en que pese a que este año el gobierno decretó un Estado de Excepción y Emergencia Económica, lanzó los Comités Locales de Abastecimiento y Producción y creó la Gran Misión Abastecimiento Soberano, los productos de primera necesidad cada vez se consiguen con menos frecuencia.
“Que nosotros tengamos que venir desde Catia (oeste) hasta La Trinidad (este) habla de lo fatal que está la escasez. No es que nos guste estar cruzando la ciudad para buscar comida, es que donde vivimos no se encuentra nada. Aquí tampoco es que haya mucho, pero uno consigue algo después de hacer hasta cuatro cuadras de cola. Yo he ido a dos supermercados y conseguí arroz y azúcar”, dijo Dayana Reyes, otra de las consumidoras.
El recorrido que hizo María Rodríguez fue más corto que el de Reyes. Caminó desde La Pastora hasta la Candelaria cargando con su bebé de ocho meses a la que tampoco le consigue pañales. “A mí no me gusta comprarle a los bachaqueros, pero esta semana fui a ver si tenían pañales y ni con ellos encontré. Tampoco tengo leche, la que tenía vino en las bolsas de comida de los CLAP, pero hace dos meses que no nos llevan nada”.
Desconfianza verde. Dayana Reyes, al igual que Antonia Franco, una de las consumidoras que se encontraba ayer en Los Ruices, tiene poca confianza en el nuevo trabajo que el gobierno les asignó a los militares: supervisar la siembra, manufactura y distribución de los alimentos y artículos de primera necesidad.
“Los militares son muchas veces los que se llevan la comida de los supermercados para venderla luego. O dejan colear a sus familiares. Es muy difícil confiar en ellos. Además, a veces son muy groseros con uno”, afirma Franco.
FUENTE: EL NACIONAL
07 de septiembre de 2016