Entre los migrantes venezolanos que han logrado cruzar el Darién está Ángel de 19 años, quien emigró por segunda vez cruzando hasta Panamá, como uno de los puntos para poder llegar a los Estados Unidos.
La desesperación de los venezolanos por huir del país los ha llevado a tomar los caminos más peligrosos, trochas y zonas donde su vida e integridad están en riesgo.
Ahora, miles de venezolanos han pasado a formar parte de los suramericanos que cruzan la selva de Darién, la frontera que divide Colombia y Panamá.
Según Médicos Sin Fronteras el pasado mes de junio fueron 11 mil los migrantes registrados por Panamá llegados a país desde Colombia tras atravesar una jungla en la que arriesgan la vida sorteando montañas y precipicios, barro y caídas continuas o súbitas crecidas de ríos, a lo que suma la presencia de grupos criminales que les asaltan y les violan.
Si algo guardan en el recuerdo los migrantes que logran cruzar el Darién es las pesadillas por todos los que quedaron atrás, los que, con pies inservibles, con herida abiertas por fracturas, por cansancio y debilidad extrema se abandonan a la selva, algunos sin esperanza, otros confiados en reponerse con la ayuda de los que van pasando o a la espera de un rescate incierto.
Entre los migrantes venezolanos que han logrado cruzar el Darién está Ángel de 19 años, quien emigró por segunda vez cruzando hasta Panamá, como uno de los puntos para poder llegar a los Estados Unidos.
El joven salió del país a los 15 años, trabajó en la ciudad de Cali en Colombia, hasta que tomó esta decisión de emigrar e intentar llegar a EEUU.
“Vi al menos 10 cadáveres, pero lo peor es la gente que se queda atrás, las mujeres que no pueden subir las lomas, que se resbalan con la lluvia y el barro. Es una ruta en la que nadie espera, nadie ayuda a nadie. En la Loma de la Muerte vi caer una chica” contó, al rememorar aquellos terribles días que duró atravesando esta selva.
Para Ángel la caída de esta chica marcó uno de los episodios más fuertes, y es que a pesar de que la gente gritó, nadie hizo nada, “no se puede hacer nada”.
También recordó que en el camino “ves gente sentada, herida, que tal vez lleva días ahí, esperando la muerte. Eso es lo peor, no tener nada con que ayudar”.
Junto a Ángel cruzaban ciudadanos de diversas nacionalidades, principalmente haitianos, seguido de los cubanos, venezolanos y extracontinentales.
Ante esta situación Médicos Sin Fronteras inició actividades en el mes de mayo en Bajo Chiquito, la primera población panameña a la que llegan los migrantes una vez superado el Darién y en las cercanas Estaciones de Recepción Migratoria (ERM) organizadas por Panamá en San Vicente y Lajas Blancas. De allí surgen los siguientes relatos del camino.
“La selva te envuelve, no te quiere dejar ir”
Juan es un cubano de 59 años. Su familia sigue en La Habana. Salió de Cuba hace tres años y trabajó en Brasil y Uruguay. “En la siembra, en la construcción, como chófer. Pero la situación económica y el ser migrante, que te atropellan, me hicieron decidir salir hacia Estados Unidos”.
Sin embargo, nada de lo que vivió en el Darién era lo esperado. “Éramos un grupo de unos 20. Caminas de la cuatro de la mañana hasta las siete de la noche, siempre embarrado, los pies siempre mojados, con arena, no te quitas las botas y acabas sin poder caminar. Hay montañas enormes, la Loma de la Muerte, inmensa. Hay ramas por todas partes, mojadas, te resbalas todo el rato, precipicios y barrancos, ríos rápidos y crecidas súbitas, animales que escuchas toda la noche”.
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Con información de Tal Cual