Cinco años después de haber sido secuestrado brevemente en Venezuela, su país natal, el receptor de los Tampa Bay Rays, Wilson Ramos finalmente consiguió el papeleo necesario para que su familia pudiera vivir con él en Estados Unidos. Carlos Carrasco, un lanzador venezolano de los Cleveland Indians, aprobó la prueba para obtener la ciudadanía estadounidense en agosto y ha pasado varios años sin regresar a su país, publica The New York Times.
Carlos González, un jardinero de los Rockies de Colorado, se sintió muy incómodo el año pasado cuando, tras tres años de ausencia, visitó a su familia y amigos en Venezuela antes de la temporada 2016: por primera vez necesitó andar con guardaespaldas. José Lobatón, un receptor de los Washington Nationals, vive en Orlando todo el año y se preocupa constantemente por si su familia y amigos de Venezuela tienen comida suficiente.
“Sabemos lo bella que es Venezuela y lo mal que ha sido tratada”, dijo Miguel Montero, receptor de los Chicago Cubs. “Como venezolano me duele porque tienes a tu familia y a tus amigos de la infancia allí, y no puedes verlos. Afortunadamente, tenemos la bendición de haber ganado dinero en el béisbol, pero muchos no tienen la misma suerte”.
El creciente caos económico y político de Venezuela ha afectado todas las actividades del país, incluyendo al béisbol, que es una de sus principales fuentes de orgullo. A pesar de que algunos de los mejores jugadores venezolanos se han puesto el uniforme de su país para jugar en el Clásico Mundial de Béisbol este mes, el grupo tiene emociones agridulces sobre su país de origen.
Y el mismo béisbol ha sufrido en Venezuela. A raíz del deterioro de las relaciones con Estados Unidos, Nicolás Maduro ordenó en 2015 que los estadounidenses necesitan una visa para poder entrar al país, lo que dificulta que los reclutadores de las Grandes Ligas vayan a Venezuela y pone en aprietos a una fuente confiable de talento deportivo.
La Venezuelan Summer League, en la que solían jugar los prospectos firmados por equipos de las Grandes Ligas, cerró el año pasado cuando el número de equipos participantes cayó a tres. Y solo cuatro equipos de las Grandes Ligas todavía mantienen academias en ese país tan rico en béisbol, lo que refleja la preocupación por el deterioro de las condiciones de vida.
Todos los jugadores que hablaron de Venezuela lo hicieron en una serie de entrevistas durante los últimos meses. Algunos se negaron a declarar, recelosos de ser percibidos como partidarios de la polarización política del país. Tanto los que hablaron como los que no, de alguna manera están alejados del caos de su país natal.
Los beisbolistas utilizan diversas formas para enviarle dinero y suministros básicos a sus familiares y amigos de Venezuela, a veces le piden a la gente que visita el país que lleven los artículos. Sin embargo, viajar puede ser agotador; incluso los ciudadanos venezolanos han tenido dificultades para entrar y salir del país. Los secuestros son uno de los peligros que los jugadores experimentan cuando están en Venezuela.
En noviembre de 2011, Ramos fue detenido a punta de pistola en la casa de su familia en Valencia y fue liberado más de 50 horas después por la policía. Después regresó a Venezuela fuera de temporada para ver a sus familiares y jugar en la liga, pero los recuerdos del incidente seguían vivos. Después de que su esposa, Yely, tuviera su primer hijo en Estados Unidos en 2014, Ramos decidió que sería un lugar más seguro para criar una familia y un mejor lugar para entrenar durante la temporada baja.
Compró una casa en Davie, Florida, cerca del final de la temporada 2015. Con la ayuda de su equipo en ese momento, los Washington Nationals, y un abogado de inmigración, Ramos obtuvo la residencia permanente y la de su esposa, y visas de turista para sus familiares.
El jugador, que firmó con los Tampa Rays este invierno, dijo que quiere trasladar permanentemente a más miembros de su familia a Estados Unidos, pero señala que “traer a todo el mundo sería muy difícil”. Mientras tanto, Ramos todavía hace breves visitas a Venezuela. Dijo que su familia vive con altas medidas de seguridad, como también le tocó a él cuando regresó para pasar estancias más largas. Era necesario, dijo Ramos, pero se sintió como un prisionero en su propio país.
González, de los Rockies, dijo que sintió lo mismo antes de la temporada 2016. “Es triste porque en Estados Unidos todo es tranquilo y se puede caminar”, dijo González, que vive en Windermere, Florida y jugará como parte del equipo venezolano en el clásico este mes. “En mi país, es diferente. Es otro mundo. Es un mundo inseguro”.
Pero a pesar del crimen, la corrupción, la escasez de alimentos y el intenso enfrentamiento político entre el gobierno y la oposición, Venezuela sigue siendo una tierra fértil para el talento beisbolístico con más de 500 prospectos firmados por los equipos de las Grandes Ligas en los últimos dos años.
El primero que jugó en las ligas mayores fue el lanzador Alex Carrasquel en 1939, con los Washington Senators. Luis Aparicio, el primer venezolano elegido para el Salón de la Fama del Béisbol, jugó entre 1956 y 1973, pero la explosión de venezolanos en las Grandes Ligas no comenzó hasta los años noventa.
Según baseballreference.com, 358 venezolanos han jugado en las ligas mayores hasta la fecha, una cifra solo superada por República Dominicana (669 jugadores). En 2016, 102 venezolanos aparecieron en las listas de las Grandes Ligas.
Con información de: La Patilla
Fecha: 13 de marzo de 2017