Los conductores en la Venezuela socialista disfrutan desde hace tiempo de la gasolina más barata del mundo, con unos subsidios tan fuertes al combustible que llenar el depósito cuesta ahora una pequeña fracción de un centavo estadounidense. Sin embargo, la economía está tan hundida que los conductores han empezado a pagar en las gasolineras con algo de comida, dulces o simplemente un cigarrillo.

Los trueques en los surtidores se han extendido después de que la hiperinflación haya hecho los billetes de la moneda venezolana, el bolívar, difícil de encontrar, y reducido tanto el valor de algunos billetes pequeños que nadie los acepta.

Sin efectivo en la cartera, los conductores a menudo entregan a los dependientes de gasolineras un paquete de arroz, aceite de cocina o lo que puedan conseguir.

“Tienes un intercambio con un cigarro”, dijo Orlando Molina, que llenaba el depósito de su auto Ford Ka en Caracas. “Lo puedes dar aquí, pasa sin ningún costo ni nada. Para nadie es un secreto, pues”.

La gasolina es tan barata que los dependientes ni siquiera saben el precio. A algunos conductores sin dinero se les deja irse sin pagar.

El sistema de intercambios, aunque pueda ser envidiado por conductores sin efectivo fuera del país, es otro síntoma del caos en Venezuela.

El país suramericano, de unos 30 millones de personas, está sumido en una creciente crisis política y económica. La gente vive con la molesta sensación de que cualquier cosa, desde protestas violentas en las calles a un gran apagón, puede arrojar sus vidas al caos en cualquier momento.

El Fondo Monetario Internacional estima que la inflación alcanzará este año un descontrolado 200.000%. Venezuela quitó cinco ceros de su moneda el año pasado en un futil intento de seguir el ritmo a la inflación. Los precios disparados no tardaron en devorar los nuevos billetes.

El billete más pequeño en circulación, 50 bolívares, equivale aproximadamente a un cuarto de centavo estadounidense. Ni los autobuses urbanos, ni siquiera los bancos, los aceptan, alegando que haría falta un fajo tan grueso de esos billetes para pagar incluso cosas muy baratas que no merece la pena manejarlos. El billete más grande, 50.000 bolívares, equivale a 2,50 dólares.

Venezuela, construida sobre las reservas de petróleo más grandes del mundo, fue rica en el pasado. Pero la economía se ha arruinado tras lo que los críticos describen como dos décadas de corrupción y mala gestión bajo el gobierno socialista.

En la crisis económica actual, Maduro no ha subido de forma significativa los precios, una estrategia probablemente reforzada tras las violentas protestas en Ecuador que hace poco forzaron al presidente de ese país a renunciar a sus planes de retirar los subsidios al combustible.

Maduro ha reconocido que la petrolera estatal, PDVSA, pierde miles de millones de dólares al año por la discrepancia entre el precio de la gasolina y los costes de producción.

Como mucho, llenar el depósito en Venezuela ha costado de forma tradicional el equivalente a unos pocos centavos estadounidenses. La inflación y la devaluación de la moneda han reducido aún más el precio.

María Pérez, residente en Caracas, repostó en un día reciente y entregó al dependiente el equivalente a un centavo, el billete más pequeño que tenía. La mayoría de los conductores pagaría con gusto el precio real del combustible si el gobierno utilizara los beneficios para invertir en servicios, afirmó.

“Las carreteras de nosotros están inservibles”, dijo mientras hacía recados en su día libre, con su madre en el asiento del copiloto. “Hay unos huecos inmensos, cráteres”, señaló, indicando que el estado de las carreteras ponía en peligro los vehículos y a los propios conductores.

Las gasolineras en Caracas, la capital y mayor centro de población, se han librado por ahora del desabastecimiento y las largas filas registrados en otras partes del país, y en las que los conductores pueden tardar días en llegar al surtidor. Las autoridades atribuyen el desabastecimiento a las sanciones de Estados Unidos contra PDVSA.

El dependiente de gasolinera Orlando Godoy hizo un montón con la comida y la bebida que había recibido de los clientes: una bolsa de harina, aceite para cocinar, una botella de jugo de mango. Él gana el salario mínimo, que equivale a unos pocos dólares al mes, de modo que la comida ayuda a alimentar a su familia.

“Mucha gente viene y dice: No tengo real pa’ pagar”, dijo. “La idea es ayudar a la gente porque el venezolano está pasando una situación demasiado crítica”.

Con información de AP

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