Nuestros hermanos se siguen yendo del país, mientras los indolentes del régimen usurpador se hacen los locos y ni los nombran. Por nuestras fronteras salen y salen venezolanos, con la esperanza puesta en que las condiciones económicas de un inmigrante en cualquier país de la región son mejores que las de cualquier persona honesta en Venezuela.

El asunto de los millones de hermanos que han salido de nuestras fronteras es muy delicado y no merece ser utilizado desde la demagogia ni desde el populismo barato de algunos en redes sociales. Y por eso es algo que tiene que dolernos a todos, a cada uno de nosotros, pero en especial a cada líder político responsable, quienes debemos ocuparnos de las causas y las consecuencias, en lugar de utilizar la diáspora como un tema popular en el 2.0.

¿Cuáles son las causas que motivan a un pueblo a abandonar en masa su país, su tierra, sus afectos? Si hacemos una lista, verán que aparecerán guerras civiles, invasiones, catástrofes naturales, masacres, holocaustos, purgas, persecusiones, desmanes de la violencia, además del hambre y del desespero. Por eso es urgente que el mundo pueda comprender con claridad que todo lo que han hecho esta cuerda de ladrones irresponsables durante dos décadas ha tenido las consecuencias de una guerra, de una tragedia, de una masacre.

Porque en eso se ha convertido el régimen y las consecuencias de su indolencia: en una catástrofe, en una tragedia, en una masacre.

Basta con saber que el secretario de la OEA ha sugerido que se comparta el registro de los inmigrantes y refugiados venezolanos entre los otros países de la región, con la intención de facilitar las condiciones de vida de nuestros hermanos, porque se ha convertido en una crisis continental.

Basta con prestarle atención a las palabras y los datos que ha dado el canciller de Colombia, Carlos Holmes Trujillo: cuando un vocero del gobierno de un país vecino dice que el éxodo de los venezolanos es considerado como un fenómeno sin precedentes, tenemos que tomar conciencia real del tamaño de esta crisis.

Basta con leer que la migración venezolana a Colombia, en promedio, es de 63 mil personas diariamente, con 2.500 que se quedan en el país hermano y el resto que sigue fronteras abajo, buscando un destino en Ecuador, Bolivia, Perú, Chile o Argentina.

La situación en Perú, por poner uno de los lamentables ejemplos, ya demostró que 42% de los migrantes venezolanos que llegan a ese país tienen entre 18 y 29 años y que 71% requiere ayuda médica. Y cuando vamos más allá en los datos, conseguimos que más de un tercio ha padecido discriminación y xenofobia.

Y mientras eso pasa, en Miraflores están pendientes de comprar más armas y de llevar y traer a instructores rusos, preparándose para una guerra que ellos mismos inventaron y así mismo la perdieron.

Hoy en las fronteras de Chile muchos de nuestros compatriotas sufren un limbo diplomático porque las nuevas condiciones de migración y las medidas que han tomado los Estados que nos han recibido durante años han obligado a cambiar el escenario. Sin embargo, los voceros de Maduro niegan el dolor de nuestra gente, cuestionan las cifras de ACNUR o simplemente ignoran lo que viven quienes simplemente no pudieron soportar más.

Una proyección de los índices de la migración de venezolanos para 2020 la ubica entre siete millones y medio y ocho millones de hermanos de lo que el mundo ha llamado «la diáspora bolivariana». Eso es el doble de los habitantes de países como Uruguay o Panamá, si quieren calcular cuánto potencial y cuánto talento humano estamos perdiendo por culpa de un grupito de miserables que no permiten que el cambio político abra lugar para la Libertad y la Democracia.

Y aquí es donde quienes estamos haciendo política tenemos que darnos cuenta de que no basta con tener un plan para cuando nuestra gente vuelva, ni difundir los datos que el periodismo y las instituciones levantan, ni sentarnos a esperar que el viernes Michelle Bachelet diga cuántos se han ido según un informe que no hará magia.

Aquí la responsabilidad política radica en generar la certidumbre que la gente necesita para que irse no sea la mejor opción.

Y eso no es un trabajo sencillo. Menos cuando el régimen decidió instalar su espejismo de normalidad en Caracas e ignorar la tragedia del resto del país. Porque es importante que sepan algo: así como millones de hermanos se han ido de las fronteras, en este momento existe una enorme migración de gente de las regiones viniéndose a Caracas, porque la vida es insostenible en las regiones y sólo en la capital hay luz y agua… a medias, pero hay.

Y ese clima de éxodos en distintas direcciones sólo le conviene al régimen, porque atomiza la lucha y empuja a quienes menos tienen a ver cómo resuelven, mientras quienes ya resolvieron se apaciguan y dejan de protestar.

Nos toca hacer país, poner los pies en la tierra. Devolverle a nuestra gente el amor por esa montaña en la que nacieron, por ese mar, por ese campo. Darle la certidumbre que se traducirá en el cese de la usurpación, en la medida en que le demostremos a cada venezolano que vale la pena poner el pecho, que esta es la ruta indicada y que el país no seguirá siendo manejado por los miserables que hoy obligan a tantas familias a abandonar sus hogares, producto del desespero.

Hagamos que quienes tienen que irse vayan decidiendo si va a ser Moscú o La Habana o Minsk o Pyongyang. Son esos miserables indolentes los únicos que merecen tener que dejar atrás las pocas cosas que les importan de este país, un país que robaron y despedazaron a su antojo y para su beneficio individual.

Y que quienes hemos decidido luchar y poner la vida en recuperar a nuestra Venezuela tengamos el privilegio de verla convertida en el país que merecemos: democrático, libre y dispuesto para proteger a sus hijos y prepararles un espacio hermoso para la vuelta.

Suena bonito y soñador, es verdad, pero para que eso suceda no podemos quitar la vista del objetivo. Así que consigamos fuerza en cada uno de esos venezolanos que queremos que vuelvan al país y que ellos sean inspiración y causa para la lucha. Esta lucha que nos va a conducir al cese de la usurpación y el fin definitivo de la tragedia madurista.

¡Seamos el país que merecemos y tengamos los objetivos claros! Y que de ahora en adelante cada venezolano que salga de nuestras fronteras lo haga convertido en un embajador de la Libertad y la Democracia.

¡Dios bendiga a cada venezolano donde quiera que esté!

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