El jueves pasado, en plena Plaza Caracas y frente al Ministerio del Trabajo, hubo una protesta de varios gremios que tiene que ser tomada muy en serio, aunque el gobierno haya intentado invisibilizarla.
Las razones son muchas.
Empecemos por destacar quiénes eran esos trabajadores que estaban ahí, reclamándole a su patrono que no es otro que el más irresponsable y maula de los patronos de este país: el régimen de Nicolás Maduro. Quienes protestaban el jueves eran los trabajadores del sector eléctrico, del sector salud, de la Cancillería, de Inparques, los profesores y trabajadores universitarios, el personal del Palacio Legislativo y, además, la fuerza laboral del Metro de Caracas.
Las declaraciones de los líderes gremiales durante esta protesta fueron lapidarias. Dejaron claro que el régimen de Nicolás Maduro acabó con los derechos de los trabajadores, que pulverizó años de reivindicaciones y luchas de la clase obrera, que destrozó el salario y convirtió el poder adquisitivo de quienes han dedicado su vida a trabajar honestamente en una miseria, que hoy tienen que invertir en lo poco de comida que pueden comprar.
Ahí está todo lo que ya previmos y el régimen negaba.
Más hiperinflación, más hambre, más angustias en las familias venezolanas.
Son las consecuencias fatales de aquellas “medidas” económicas tomadas de manera irresponsable por Nicolás Maduro en agosto pasado y que muestran la ineficacia y la crueldad de quien ocupa Miraflores.
La importancia de esta protesta es aún más grande por lo que significa protestar hoy en nuestra Venezuela.
Fíjense en estos datos: sólo en el mes de septiembre hubo casi mil protestas en nuestra Venezuela. El régimen y su aparato de propaganda pretenden invisibilizarlo, pero es algo que está ahí: en cada ciudad, en cada pueblo, en cada calle.
El oficialismo sabe lo que significaría que su intento de apaciguar a la gente fracase.
Y está fracasando. Ya la violencia, el hambre y la extorsión no le están funcionando contra la verdad, contra la rabia, contra la arrechera de la gente.
Así que no les queda más que silenciar esas protestas. ¿Saben por qué? Porque creen que si usted no se entera de que en el país se está protestando, entonces también va a creer que aquí no está pasando nada o si pasa sólo le afecte a usted.
Y no. Aquí está pasando mucho. Muchísimo.
Las cifras del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social son más que evidentes: sólo en septiembre hubo 983 protestas en el país. Casi mil manifestaciones de reclamos y rechazos.
¡Estamos hablando de unas 33 protestas diarias!
Y aquí hay que hacer justicia con las enfermeras y los trabajadores de la salud. Su valentía y las acciones que han tomado durante más de tres meses han servido de ejemplo e inspiración para el resto de los gremios, que este jueves perdieron el miedo. Han reclamado las condiciones sanitarias del sistema público de salud, el estado lamentable de la infraestructura, la escasez y la falta insumos médicos, además de salarios justos, incluso después del desastre generado por Nicolás Maduro al llevar, de manera irresponsable sin tomar ninguna medida positiva, el salario mínimo a 1.800 bolívares soberanos que hoy ya no alcanzan para nada.
¿Cuán incompetentes tiene que ser el gobierno para que una cifra que en agosto parecía una locura menos de tres meses después resulte una miseria?
¿Quién se hace cargo de esto?
Ahora bien, ¿sabemos los venezolanos cuáles fueron las causas de esas casi mil manifestaciones de descontento? ¿Usted supo de esas acciones de protesta? ¿Por qué no fueron multitudinarias y difundidas, como otras en el pasado, si las causas permanecen ahí?
Y son causas que nos tocan a todos. Según el informe del mismo Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, y confirmado con lo que uno mismo experimenta en las calles, el eje central de esas casi mil protestas fue la demanda de derechos sociales. Y esos son los que más le duelen al régimen. A eso hay que sumarle otras causas que se han ido incrementando, como por ejemplo el colapso de los servicios básicos, el alto costo de la vida, la garantía de las contrataciones colectivas y los derechos laborales.
El asunto es que mientras los ministros que conforman el gabinete económico no atienden la crisis y se ocupan de echarle tierrita al guiso de las cajas CLAP, entre otras atrocidades de la corrupción, hay un pueblo articulado en las calles que no está esperando por organizaciones políticas ni coaliciones.
La gente sabe que los partidos están siendo perseguidos. Saben que los líderes están siendo secuestrados, inhabilitados, agredidos, desterrados e incluso asesinados. Así que muchos han sabido articularse. Y es evidente que esa persecución, además del rotundo fracaso económico de las medidas dictadas por Nicolás Maduro en agosto, sirve de acicate y estímulo al pueblo para no esperar más. Incluso puertas adentro de las organizaciones dependientes del Estado, cuyos sindicatos y trabajadores han sido comprados o extorsionados por el gobierno y sus cómplices.
Es la corrupción y la crueldad convertida en la Política de Estado central de Nicolás Maduro.
La corrupción mata. Hay que decirlo sin reserva: la corrupción asesina a los venezolanos. Mata de hambre en las casas. Mata en los hospitales. Mata en las cárceles. Mata en las calles. Nos matan.
Y contra eso hay un pueblo levantado, aunque no quieran mostrarlo, capaz de generar casi mil manifestaciones en un mes contra un régimen que ha sido especialmente feroz con quienes menos tienen, haciéndolos depender de un Estado fallido, culpable de toda la miseria que estamos viviendo.
Una de las muestras más importantes de que el Pueblo ha decidido poner contra la pared al régimen de Nicolás Maduro es si comparamos el mes de septiembre de este año con un año tan conflictivo como 2017, que estuvo prácticamente determinado por las protestas y la represión.
En septiembre de 2017 se registraron 199 protestas. Es una cifra alta, pero palidece cuando la comparamos con las 983 manifestaciones contra el gobierno de 2018. En estadística básica, equivale a un aumento de las protestas en 394%.
Y el trabajo del Observatorio de Conflictividad Social es generoso y explícito en la data. Explica que 221 de esas protestas fueron exigiendo derechos sociales. También que 149 resultan de sumar las protestas de los trabajadores públicos del sector salud, sector eléctrico, sector telecomunicaciones, sector educativo y sector siderúrgico. El movimiento estudiantil lideró 133 manifestaciones. Los transportistas hicieron 14 y los liderazgos sociales de las comunidades sumaron 272 protestas por el colapso de los servicios públicos. Las otras manifestaciones resultan de sumar las protestas por las acciones de Estado contra dirigentes y partidos políticos, denuncias de violación de los Derechos Humanos y contra las condiciones de los privados de libertad.
A pesar de que el Poder sea ejercido por un régimen que insiste en invisibilizar el descontento, en especial el rechazo que ya tiene desde adentro de sus filas, hay un Pueblo que no tiene miedo de ejercer la protesta con toda su fuerza democrática y pacífica. Y es responsabilidad de las fuerzas políticas interpretar estas demostraciones de coraje y de valentía de nuestra gente.
Sin embargo, hay dolores que son imposibles de esconder. En unas semanas se estará cumpliendo un año desde que la Asamblea Nacional electa por los venezolanos se vio en la responsabilidad de declarar que en Venezuela habíamos entrado en el torbellino de la hiperinflación. Y así como está ese Pueblo valiente que toma acciones, existen muchas personas que sufren el desespero y la angustia propia de la crisis. Incluso con consecuencias fatales.
Esta semana la firma Bloomberg decidió publicar un trabajo alarmante: sólo en Caracas, ya se registran 786 suicidios. Si quieren tener una idea del incremento, la última vez que el Instituto Nacional de Estadísticas publicó cifras oficiales sobre suicidio fue en 2012: 788 en todo el país. Ya a estas alturas del año, sólo Caracas está a la altura del país entero hace seis años. Y es imposible separar eso de la crisis.
Este método de empujar al país hasta el límite ya forma parte de la manera de hacer política del régimen de Nicolás Maduro. Y al liderazgo político nos toca, a como dé lugar, darle fuerza y esperanza a la gente para reconducir el país hacia la libertad y democracia.
Desde Miraflores siempre quieren que nos dividamos, quieren que nos matemos. Ellos, Nicolás Maduro y sus cómplices, prefieren mandar en un país vacío antes que asumir su fracaso, su ruina, el fin de su hamponato.
El poeta Rafael Cadenas lo dijo, desde la sabiduría de un hombre que sabe nombrar las cosas, en su discurso de recepción del Premio Reina Sofía: “la palabra crisis aplicada a Venezuela es un eufemismo. Nuestra situación es algo que va más allá de la crisis. Es de salida muy difícil”.
Asumamos esta dificultad con el rigor y la responsabilidad necesarios. No podremos hacerlo a través de promesas vacías, sino acompañándonos, trabajando duro y explicándole a la gente que podemos articular la manera de llevar a cabo un cambio del modelo. Y me refiero a un cambio de modelo real, completo, no a que nos cambien unos ladrones por otros.
Y para eso no hay fórmulas mágicas. No basta con la buena voluntad: nos corresponde hacer política.
No basta con desear que entre tal o cual actor en el juego: esto debemos resolverlo nosotros.
No basta con revisar los modelos históricos de otras salidas de dictaduras y tiranías: debemos leer con responsabilidad y prudencia lo que pasa aquí, para luego accionar con valentía y decisión.
Hay dos lecciones que esta semana deben revelarse como una especie de epifanía para el liderazgo político: las palabras de Rafael Cadenas y las casi mil protestas que el régimen quiere que nadie conozca, que nadie atienda, que nadie respalde.
No podemos cometer el error de dejar que sólo los trabajadores de la salud protesten por el estado de los hospitales, que sólo las maestras y los docentes levanten la voz en nombre de la educación de nuestros muchachos, que sólo protesten aquellos que no tienen agua, luz, gas.
Porque cuando cada uno de nosotros no haga propia la lucha del otro, será imposible para el gobierno invisibilizar el descontento, la rabia de un país entero. Porque luchar juntos vence el miedo, sana las heridas y disuelve las divisiones.
No habrá otra manera: casi mil protestas en un mes es un mensaje claro y directo de un Pueblo que está negado a callar, a paralizarse, a sacrificar sus sueños.
Alcemos la voz juntos y hagamos propia la lucha del otro, empezando desde el liderazgo opositor.
Han jugado a dividirnos durante años: es momento de ganarles también en ese tablero. ¡Vamos! Que la solución hay que seguir bregándola. Personalmente creo que Venezuela está destinada para ser un gran país.
¡Que Dios bendiga a nuestra Patria!