Esta semana, Nicolás Maduro ha vuelto a decretar el estado de excepción por emergencia económica. Aunque la Constitución prohíbe extenderlo más de una vez, su manera ilegal de gobernar ha convertido en rutina que cada dos meses se declare la Emergencia Económica, confesando además su incapacidad para tomar las decisiones correctas.
Así es como cada dos meses les da por hacerse los locos y corren la arruga, sin asumir que están hundiendo más y más la economía, y en paralelo matando al pueblo de hambre. Además, voceros de su equipo tienen la desfachatez de anunciar que ahora Rusia va a intervenir en la agricultura y en la minería, como si se tratara de una buena noticia. De remate, sueltan que ahora esos acuerdos que se firmen deben tener un tiempo de ejecución y “no quedarse en el aire”.
¿Y entonces, señores? ¿Cómo eran esos acuerdos antes? ¿A dónde fue toda aquella farsa de la contraloría popular y la soberanía nacional? ¿Dónde está la cantidad de billete que se ha gastado en proyectos que no han cumplido? ¿Van a decirnos que esa plata cayó en los bolsillos de otros porque al parecer nadie le puso fecha a cada negocio que se hizo con los rusos?
Esa declaración que leímos en días pasados es una de las más descaradas confesiones públicas de corrupción y malversación del dinero de la Nación. Y ahora, con ese antecedente, van a ponerles en las manos los negocios del oro, el coltán y la agricultura.
Así son los negocios que se arman en Miraflores. Y por eso es urgente que hagamos memoria los venezolanos.
Hace pocos días Transparencia Venezuela hizo público un trabajo importante donde queda evidenciado que hubo, al menos, 441 empresas expropiadas durante los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Y a estas alturas del partido no hay ni un dato que funcione a favor de Nicolás Maduro y su régimen.
Ni siquiera el militante oficialista más fanático podría argumentar algo a favor de aquellas expropiaciones.
Son un fracaso económico. Y ni los rusos, ni los chinos ni Mandrake el mago podría salvarlos.
La razón es muy sencilla: se robaron lo que había. Y en una cleptocracia no hay política económica posible, porque lo primero que hay que hacer es sacar a estos pillos del Poder.
El tamaño de la crisis que han generado las políticas de estatización y expropiaciones es tal, que hoy en día el 83,8% de las empresas del Estado tienen denuncias de corrupción y mala gestión.
¿Recuerdan que después de que Hugo Chávez implementara aquel Primer Plan de la Patria Socialista el gobierno se radicalizó en su afán de expropiación? Pues precisamente empezaron por ahí, por el negocio que ahora anuncian que pondrán en manos de los rusos: el sector agropecuario y metalúrgico.
En aquellos años, como recuerda el trabajo de Transparencia Venezuela, se intervinieron 1.168 empresas entre 2002 y 2012. Toda una década de malandreo expropiador, con el mayor número de expropiaciones en los sectores de construcción, agroindustria, petróleo, comercios y alimentos.
¿Es necesario revisar cuáles son los sectores de la economía que se fueron al abismo apenas el gobierno les puso la mano encima? ¡Pues precisamente esos cinco!
Una investigación de CEDICE explica que entre 2005 y 2010 las expropiaciones sumaron 1.167 empresas. Saquen esta cuenta ahora: 256 eran compañías del sector de alimentos, 155 eran comercios y 78 se encargaban de trabajos en el sector petrolero.
¿Qué hicieron con eso? Si lo simplificamos, entenderemos que, para empezar, quebraron el aparato productivo, permitiendo que el negoción de las importaciones beneficiara a sus peces gordos, chupándose las divisas mediante el corrupto mercado cambiario a punta de sobreprecios.
Y, por otra parte, asesinaron a la gallina de los huevos de oro: quebraron a PDVSA, una de las industrias más rentables en la historia económica de América Latina, convirtiéndola en la alcahueta y financista de una cultura del déficit y el robo.
En resumen: hicieron del hambre un negocio, mientras quebraban a la empresa petrolera.
¿Es posible ser más miserables?
Actualmente, existen 467 empresas que están en manos del gobierno y, supuestamente, con una nómina activa y un montón de gente cobrando sin trabajar. Aun así, de ninguna de esas 467 empresas se conocen los niveles de producción, de inventario o de ganancias. ¡Y ninguna es siquiera sostenible! Tan solo son negocios para quienes pasan por ellas, las saquean y luego las dejan en ruinas, para salir gritando que es sabotaje o cualquier otra mentira.
Por cierto, como un dato extra, sepan que 79 de esas empresas del Estado están en manos de funcionarios militares. En especial porque Maduro se ha encargado de fortalecer la presencia del sector militar en esas empresas, asegurándoles una buena cantidad de plata que les mantenga engordando los bolsillos y los aleje de la idea de rebelarse contra el evidente latrocinio que hay en el gobierno.
Porque la única causa de todo esto es la corrupción. Una corrupción que mata.
Cuando se asume que todo ese dinero que se roban debería formar parte de las políticas de Estado, se entiende cómo es que la corrupción mata a los pacientes sin insumos, a las familias con hambre, a la gente en manos del hampa.
El eje que ha permitido que la aceitada maquinaria de la corrupción funcione es PDVSA, la alcancía con la que estos ladrones, desde los gobiernos de Hugo Chávez, han decidido financiar su modelo cleptocrático. Y aunque juegan a la cacería de brujas, haciéndose los locos y persiguiéndose entre ellos, nunca terminan de establecer controles para evitar la corrupción porque es precisamente lo único que saben hacer bien: robar al pueblo.
Fue vergonzante ver a Castro Soteldo pasar esa pena, transmitida por televisión nacional, por preguntar una estupidez que parece sacada de los más trasnochados manuales de marxismo. Sus propios asesores chinos le dijeron que las expropiaciones fueron un error y que en esa China, a la que tanta plata le han pedido prestada, el 90% de las empresas pertenecen al sector privado.
Las expropiaciones, los controles de precio y de cambio, la debacle de nuestra industria petrolera, las leyes vinculadas con la producción y las importaciones, la persecución y el encarcelamiento de opositores, confiscaciones y saqueos, estrategias con fines políticos como el famoso Dakazo y otras maniobras similares, todos son elementos que configuran una agresión sistemática a nuestro sistema productivo, con la única intención de quebrar al país y aumentar la dependencia de quienes menos tienen.
Y lo lograron.
Negarlo sería irresponsable de nuestra parte. Ignorarlo también.
Hay que hacerse cargo. Nos corresponde a nosotros entender y atender de manera eficaz las consecuencias de este desastre. Si no lo hacemos de inmediato, será mucho más difícil dar con las estrategias para reactivar la economía, algo que debemos tener previsto en la dirección real y honesta de cambiar el modelo político y ser gobierno. Este gobierno no va a investigarse a sí mismo, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados y esperar a que desocupen Miraflores para estructurar las políticas que el pueblo reclama.
Por eso es necesario organizarnos y apoyarnos en insumos serios como las investigaciones que Transparencia Venezuela y CEDICE ya han adelantado. Es necesario diagnosticar la crisis de manera real e ir preparándonos. Nosotros debemos tener consciencia de cuánto tiempo nos tomará recuperar el sector eléctrico y ponerlo en condiciones para que se pueda producir, pero también cuáles son las acciones que deben tomarse para hacer eso posible.
Y lo mismo pasa con el servicio telefónico, internet, el gas y el agua. Todos son factores que deben ser considerados de manera eficiente y sin maquillaje, para que nuestra gente entienda desde ahora lo que vendrá cuando seamos gobierno. Ya hay ejemplos claros. Ideas como las conclusiones y estrategias que salieron el día de ayer en el congreso de Venezuela Libre, organizado por el Frente con gente luchadora de todo el país y representación de todos los sectores, y el plan de recuperación de la industria petrolera del cual ha estado hablando el diputado José Guerra son muestras claras de que tenemos el conocimiento y el talento necesario para asumir las riendas de un país.
No vamos a dejar que Venezuela se siga hundiendo. Somos muchos quienes estamos empeñados en que el cambio político signifique una transformación total. Sin embargo, las transiciones son procesos que, al menos políticamente, siempre se terminan decidiendo según el contexto histórico y político, pero lo que sí es innegable es que apenas esta gente se vaya del Poder dependerá de nosotros la velocidad de la recuperación económica, social y productiva del país.
Por eso invito a que cada venezolano de bien ponga, en este momento, sus conocimientos a la orden del país que estamos imaginando. Organizarse y agruparse de manera que cada quien pueda ayudar a aterrizar soluciones posibles, con la debida jerarquización y el soporte político que las haga viables y fáciles de comunicar, es una responsabilidad de todos.
Aprendamos de quienes ya pasaron por esto. Activemos las fuerzas democráticas en dirección a un elemento común, que se traduzca en la gobernabilidad y la construcción del país que estamos imaginando: libre, productivo y con justicia. Si convertimos eso en nuestro norte, y ofrecemos una mirada hacia el futuro capaz de inspirar esperanza y coraje, será el mismo pueblo quien se encargue de llevarlo a cabo. Ahí no hay equivocación ni error posible.
El que persiste, vence. Sé que hay un desánimo general, que es difícil sentir que ese cambio será realidad, pero nos toca sacar fuerzas y seguir adelante.
¡Que Dios y la Virgen de la Chinita hoy en su día nos acompañen a lograr esa Venezuela de paz y progreso!