En estos momentos en nuestra Venezuela vivimos una crisis económica sin precedentes. Hay hambre, el aparato productivo ha sido destrozado por las fracasadas políticas y la escasez de alimentos y medicinas que es noticia en todo el mundo se agrava.
En contextos económicos como éste, quienes menos tienen son los que más sufren. Y soy de quienes sostiene que la política debe hacerse sin dejar de acompañar a nuestra gente. Así es como entiendo yo las responsabilidades de un líder político: un constante servicio público a favor de los demás, en especial con quienes son más vulnerables.
Sin embargo, el afán de anclarse a la agenda política que tanto le conviene al gobierno está a punto de hacernos cometer un nuevo error imperdonable: no hablar de las terribles condiciones en las cuales los niños y maestros de nuestra Venezuela han iniciado el año escolar.
No podemos dejar de insistir en que ésta es una discusión prioritaria. Las circunstancias en las que el alumnado ha tenido que volver a las escuelas deben movernos a hacer algo, al menos para evitar que en el futuro nos toque llorar de vergüenza. Se está perdiendo una generación completa.
Hay datos que se han agravado de manera, además de lamentable, dolorosa. Empezando porque el Colegio de Profesores de Venezuela declaró que al menos 172.000 de 860.000 docentes que dependían del Ministerio de Educación abandonaron las aulas de clases. Y las motivaciones que hay detrás de ese abandono son vergonzantes: todos estaban inconformes con el salario que recibían, pero una buena parte dejó de enseñar porque migraron.
Nuestros maestros se están yendo del país y al gobierno lo único que le interesa es montar una pantomima llamada Vuelta a la Patria que nadie les cree, porque está cargada de mentiras y manipulación. En Miraflores se burlan de quienes, con mucho dolor, han dejado su país atrás por una crisis que no tiene más culpables que el régimen de Nicolás Maduro.
¿Puede haber una imagen más lacerante que un niño desmayándose de hambre mientras canta el himno antes de entrar a clases? Pues eso lo viven a diario las maestras y los maestros en las escuelas de toda Venezuela.
Desde hace mucho tiempo el gobierno ha dejado a un lado la Educación. Ha sido más que evidente que les interesa mucho más mantener contentos a sus cómplices y acreedores que educar. Sin embargo, una enorme cantidad de profesionales nacidos y educados en Venezuela han dedicado su vida a formar a nuestros niños, por encima de los obstáculos que el propio gobierno ha puesto a su labor.
Una de las iniciativas más respetables es la organización Fe y Alegría. Durante todas sus décadas de trabajo, han logrado fundar 170 planteles educativos. Todos están repartidos en zonas populares. Pues, bien: desde Fe y Alegría han reportado que en el último año 4.444 alumnos se han quedado atrás en su formación por la crisis.
Si ponemos como ejemplo las escuelas y liceos que construimos y fundamos en el estado Miranda, ese número equivaldría a la matrícula de alumnos de poco más de cuatro colegios grandes. Es decir: la crisis generada por el gobierno de Nicolás Maduro ha sacado de los salones a miles de niños, niñas y adolescentes de zonas vulnerables que estaban siendo atendidos con una educación de calidad, producto del esfuerzo de una iniciativa tan respetable como Fe y Alegría.
Incluso, desde el Ministerio de Educación se atreven a dar unos datos que deberían avergonzarlos. El ministro Aristóbulo Istúriz declaró que este año 4.500.000 de estudiantes contarían con el Programa de Alimentación Escolar. Y lo declara como si se tratara de una victoria, pero cuando revisamos los números resulta que, si las cifras que dan son ciertas, en tres años han dejado excluidos del PAE a unos trescientos cincuenta y tres mil muchachos. Y además, ¿Cuál es la verdad de lo que comen?
Además, a eso hay que sumarle los alumnos que han tenido que migrar de los colegios privados a la educación pública. Por cierto: Aristóbulo tuvo la desfachatez de asegurar que la migración de alumnos de la educación privada a la educación pública tiene que ver con la guerra económica. ¿Cómo se puede jugar así con la angustia de unos padres que se han visto forzados a romper el ambiente social y emocional de sus hijos, porque el dinero no les alcanza?
¡Y además se atreve a preguntarse en voz alta si el gobierno ha atacado la educación privada!
Pero hay más, en medio del abandono que se vive en nuestras poblaciones fronterizas, durante el año escolar que comenzó en octubre de 2017 y hasta hace dos meses más de 40.000 niños de los planteles fronterizos abandonaron sus aulas. Y eso que el año pasado se determinó que casi el 40% de la población con edades entre 3 y los 17 años no estaba asistiendo a clases. Sumemos a eso que desde 2011 la tasa de abandono de la escuela secundaria prácticamente se duplica cada año. Y este año será peor.
Cuando hago un repaso de los lamentables fenómenos que estamos viviendo (deserción escolar, hambre, sueldos bajos, problemas severos de infraestructura escolar, sin transporte, éxodo de alumnos y docentes), me cuesta entender cómo es que hay quienes siguen prometiendo transiciones que nunca explican cómo conquistarán, pero son incapaces de reclamarle al gobierno esta crueldad que viven los más jóvenes. Dedican más tiempo a la fantasía y a atacar a la propia oposición que a visibilizar los gravísimos problemas que vive nuestra gente, en este caso la Educación venezolana.
A lo mejor como esos muchachos no votan por ellos ni usan Twitter, no les interesan. Igual que al gobierno. Y así como dejaron a un lado a las enfermeras y a los trabajadores de la salud, hoy ignoran a las maestras y al alumnado que abandona las aulas por una crisis que los tiene como víctimas indefensas.
Nadie puede solo. Y tenemos que hacer algo.
Es necesario que todo el liderazgo político y social se solidarice con nuestros maestros y con cada alumno afectado por la crisis. Puede hacerse sin perder el objetivo de que cambiar el modelo político es fundamental para que esta lucha tenga sentido. Pero no olvidemos que estamos hablando de niñas y de niños que están empeñando su futuro, que no podrán aprender sin comer, que terminarán hundidos en la violencia cuando les parezca que la escuela dejó de ser una opción.
Lo que quiere el régimen de Nicolás Maduro es que nuestros jóvenes se convenzan de que ser mejores es imposible. Quieren quitarle el Poder a la educación, hacerla desaparecer y que nuestros muchachos no vean en la preparación una oportunidad para progresar y hacer de este país un ejemplo de crecimiento y recuperación.
Por eso han asfixiado a las academias, a las universidades y a la educación pública. También la privada hoy está comprometida en seguir por la gravísima crisis económica que compromete su viabilidad.
Entre 2012 y 2013 recorriendo el país determinamos la carencia de casi mil liceos en nuestra Venezuela. Ese número ahora se agrava por razones muy distintas a las de aquel contexto. Sin embargo, ya teníamos identificados los terrenos y empezamos a trabajar con las comunidades para proyectar esos espacios.
Ayudemos a nuestra gente a imaginar: si alguien tiene una oficina de proyectos y quiere trabajar con alguna de esas comunidades, ésta sería una manera de ir pensando juntos en el cambio de modelo que necesitamos.
También durante ese tiempo trabajamos de manera exhaustiva en comprender que el déficit de docentes se convertiría en un problema aún mayor, ante el bajo incentivo salarial y las pocas oportunidades de crecimiento que brindaba la carrera docente y lamentablemente no nos equivocamos.
Ayudemos a nuestra gente a enseñar: esas organizaciones y empresas que siguen activas en medio de la crisis podrían ser un gran aliado para los docentes que trabajan en los planteles cercanos, ayudando en temas de transporte o cualquier otro ejercicio de solidaridad que resulte viable.
Todo mi pensamiento político orbita en torno a la Educación como un eje fundamental, porque es ahí donde adquirimos las ideas que nos permitirán formarnos un criterio y defender nuestras libertades. Sólo así podremos avanzar sin que ninguno se quede atrás.
Ayudemos a nuestra gente a decidir: cada alumno, cada docente y cada trabajador debe entender que depender de un ministerio no puede convertirse en un secuestro de nuestras libertades y derechos. Protestar, manifestarse y exigir que haya justicia social es algo que en nuestra historia ha sido fundamental para el respeto y la valoración del gremio docente. Hoy sus sindicatos y organizaciones están secuestrados por el Poder. Los extorsionan y humillan, jugando con el hambre. Pero nuestro pueblo está por encima de esa vileza, de esa crueldad.
Yo sé que juntos recuperaremos esa fuerza. Sé que hay razones para combatir al régimen y que la educación de nuestros muchachos y la dignidad de nuestros maestros son de las más grandes. Sé que la solidaridad del país honesto pronto estará acompañándolos en las calles, manifestando con firmeza que estamos hartos de la irresponsabilidad con la que el régimen de Nicolás Maduro sacrifica el futuro del país.
Necesitamos que eso suceda: será la lección que recibirán en Miraflores para hacerlos entender que su tiempo se acabó.
Que Dios bendiga a cada niña y a cada niño que llega a su salón de clases cada día, a pesar del hambre y del cansancio. Que Dios bendiga a cada maestra que hace de sus alumnos sus hijos y comparte con ellos un poquito de esa comida que no tiene. Que Dios bendiga a cada maestro que ha decidido convertirse en un ejemplo de honestidad para los muchachos expuestos a la violencia y al crimen. Que Dios bendiga a cada madre y a cada padre que hace hasta lo imposible por completar una lista de útiles y conseguir los uniformes para que sus hijas y sus hijos sean responsables con esa labor tan humana que es estudiar.