Las recientes medidas tomadas por Nicolás Maduro sólo pueden explicarse como un reflejo de la desconexión entre su régimen y nuestro pueblo. Cuando en los barrios, en las urbanizaciones, en el campo, la gente está reclamando soluciones y manifestando su descontento de manera clara y contundente, a estos les da por exhibir unos aviones ajenos que así como vinieron se fueron.
¿A quién quieren meterle miedo con eso? Es decir: mientras en las familias venezolanas los niños se acuestan sin comer y en ninguno de los hospitales del país hay manera de atender a los pacientes con dignidad, llegan a nuestra Venezuela unos aviones bombarderos rusos y el gobierno se atreve a contarlo como una buena noticia y una demostración de un supuesto apoyo internacional.
Sé que muchos venezolanos estaban esperando anuncios como la llegada de medicinas, de comida, de alguna solución al menos para lidiar la crisis. Sin embargo, lo único que recibieron fue la profunda decepción de ver a unos oficialistas sacándose fotos al lado de bombarderos rusos.
Como si esta crisis se resolviera con armas.
Como si no se tratara de una crisis humanitaria insólita en pleno siglo veintiuno, sino un episodio perdido de la Guerra Fría.
Como si el patético gesto de demostrar apoyo militar sirviera de algo en un mundo globalizado, donde en cada rincón del planeta el régimen de Nicolás Maduro se ha convertido en sinónimo de corrupción, ineficacia y fracaso.
Desde que vi en los medios tamaño exceso, tamaña desvergüenza, no dejo de preguntarme cuál será la opinión del gobierno de Putin y del embajador de Rusia en Venezuela. Y no me refiero a eso que llaman «la real politik» ni a los parapetos que monta este gobierno para justificar la manera en la que han ido hipotecando el país. No. Me refiero a una opinión política, táctica incluso, sobre esta payasada de los bombarderos.
¿De verdad alguien cree que nuestro país necesita más armas para resolver la crisis? ¡Y armas prestadas, además!
¿De qué nos sirve exhibir unos aviones ajenos, como si todo pudiera resolverse con un bombardeo?
¿Saben en Rusia cuánto ganan nuestras tropas, para cuánto les alcanza, qué están comiendo o cuánta plata le puede pasar un soldado a su madre quincenalmente?
¿No es un despropósito derrochar la cantidad de dinero que implica darle una vueltica a esos aviones, cuando la familia de nuestros soldados se está también muriendo de hambre en los barrios?
¿O usted cree que la tropa vive como algunos generales, que están engordando a punta de estar en lugares claves para la corrupción?
Y esto, se lo pregunto por ejemplo al Embajador de Rusia, sin segundas intenciones. Usted vive aquí desde hace años y sabe que hay una crisis humanitaria, que la gente se está muriendo de hambre y en los hospitales. También sabe que el gasto que implica mover un bombardero ruso es una imagen militarista y cruel, cuando hay niños que se desmayan cantando el Himno Nacional en su escuela porque fueron a clases sin comer. Entonces, ¿a qué están jugando?
¿Ustedes son conscientes de la torpeza que significa negarse a aceptar la ayuda humanitaria de países vecinos, pero sí permitirle a unos aviones de guerra aterrizar en nuestro país? ¿Cómo se tomaría el gobierno que bombarderos de otro país aterrizaran en Colombia o en Trinidad y Tobago o en Brasil, como una simple y hueca exhibición de fuerza? ¿Acaso en Miraflores están tan perdidos que creen que estamos en 1962 y que el mundo les va a comprar la pantomima de una crisis de los misiles?
Es necesario rechazar de manera contundente contra esto. El asunto es que de nuestro lado, también hay que decirlo, lo que se hace no es menos preocupante. Los factores que podrían terminar de articular la solidez de una coalición opositora se distraen peleando entre sí, por unas elecciones a las que ni siquiera el CNE le prestó atención, porque ni siquiera un afichito en un poste se atrevieron a guindar.
Y esto lo digo, de frente y con franqueza, desde una posición muy difícil, porque todo el país sabe que yo he sido inhabilitado políticamente de manera arbitraria. Sin embargo, ver el extravío en que han caído las fuerzas democráticas, mientras el gobierno arma su farsa de apoyo internacional, debería preocuparnos.
¿Cómo es que no les estamos dando hasta con el tobo al régimen, con acciones que vayan desde pronunciarse contra atropellos como lo de los bombarderos rusos hasta denunciar que, mientras hay una masacre contra nuestros indígenas, la alcaldesa del municipio más importante del país insiste en la estupidez de sustituir una estatua por otra, como si con eso aliviara la culpa de que estén asesinando a nuestros hermanos pemones?
¿El gobierno quiere demostrar apoyo internacional? Entonces que consigan una alternativa al canal humanitario de medicamentos que se han negado a permitir, por miedo a que se exponga su incapacidad para manejar cualquier emergencia.
¿En Miraflores quieren hacernos ver que Putin los apoya, como hacían los demagogos del siglo veinte cada vez que le sonreían al Kremlin? Entonces atrévanse a confesar que quebraron el aparato productivo nacional, que todo aquello de la soberanía alimentaria fue una gran mentira y llenen de alimentos rusos las despensas.
¿Quieren jugar a que en China consideran a Nicolás Maduro como un líder? Entonces háganle saber a la gente que aquello que le dijo el asesor chino a Castro Soteldo (y que se vio por Venezolana de Televisión) es verdad y que las expropiaciones fueron una estupidez política, económica e incluso estratégica.
Ahí está Goodyear y el cierre de sus operaciones en el país. Una crisis que, en lugar de ser atendida de la manera correcta, calca los errores cometidos en las experiencias previas. ¿O ya no se acuerdan de Kellog’s? ¿Y de Clorox? Y de un montón de plantas expropiadas más, que no sirvieron de nada. Han estafado al país en rubros que van desde la harina de maíz y azúcar hasta juguetes y pañales.
Todo lo que tocan se convierte en negocio para sus cómplices corruptos y tragedia para el pueblo venezolano.
Da la impresión de que ya ni siquiera les importa salir bien parados de toda esta tragedia. Lo único que pretenden es evitar que se les abra cualquier averiguación, porque ya les ha quedado claro que estarían perdidos.
Y por eso tenemos que pronunciarnos ante los rumores que dejan correr, como la posible visita de Michelle Bachelet a Venezuela, en nombre de la ONU, para investigar cuáles son las condiciones que se viven en Venezuela y cuál es el estado de los Derechos Humanos.
¡Que venga Bachelet! Me imagino que si en Miraflores tienen idea de quién es ella, no saldrán a acusarla de derechista. La carrera política de Bachelet es bastante clara en ese sentido.
Eso sí: cuando venga, si es que viene, que no la metan en uno de sus parques temáticos politiqueros.
Que vaya a los barrios y sepa qué está comiendo nuestra gente y cómo los extorsionan por una caja de miseria. Que vaya a los hospitales e intente hacerse un examen de rutina mientras oye los testimonios de quienes viven a diario esa tragedia. Que vaya al mercado con un sueldo mínimo e intente comprar comida para una familia. Que vaya a las cárceles y vea cómo funciona ahí el Poder. Que vaya a hablar con los presos políticos. Que vaya y pregunte cuánto gana una maestra, una enfermera, un bombero, un policía. Que vaya a sentarse con los liderazgos locales, sociales, comunitarios, para escuchar lo que las bases tienen que decir. Y, si puede, que vaya y le pregunte al Embajador de Rusia en Venezuela de qué sirve exhibir unos bombarderos en un país donde la gente se está muriendo de hambre.
Sin embargo, no podemos depender de que alguien allá afuera se apiade de lo que pasa en Venezuela. Duélale a quien le duela, si algo nos ha demostrado esta crisis tan compleja es que desde afuera puede haber mucho apoyo y mucha solidaridad, pero la opinión internacional es apenas un elemento de muchos. Lo importante es lo que logremos aquí adentro, en el país y con sus fuerzas vivas. Y ese es un terreno que debemos recuperar, para que la esperanza vuelva a movilizarnos políticamente.
Trabajemos en esa dirección. Si vienen unos pilotos a mostrarnos unos bombarderos rusos, igual debemos seguir trabajando. Y si viene Michelle Bachelet a ver cómo vivimos los venezolanos, también debemos seguir trabajando. Porque las soluciones deben venir de nosotros, así como cada una de las acciones que nos permitirán ser gobierno y empezar a transformar a Venezuela en una dirección de justicia y progreso. Y eso sólo vamos a lograrlo de una manera: cohesionados políticamente y respetando nuestras diferencias, entendiendo que recuperar la democracia es un bien infinitamente superior a cualquier otro.
¡Qué Dios bendiga a nuestra Venezuela!