Si leen estas líneas el mismo día de su publicación, sabrán que hoy en Venezuela se celebra el Día del Niño. Sin embargo, quizás el verbo que debería usar es otro, porque los índices y las cifras actuales, trágicamente, no son para celebrar.

Empecemos por una cifra general, pero que no por eso sea menos dolorosa: en este momento que vivimos, 1 de cada 3 tres niños en Venezuela requiere ayuda en nutrición, salud y educación. Es realmente una tragedia.

Y debe ser motivo de preocupación y ocupación para todos en el país que por culpa de unos indolentes algo tan terrible esté pasando con nuestros niños venezolanos. ¡Pero es que incluso el simple derecho de ser venezolano se ha convertido en una odisea!

Hablemos de las graves violaciones al derecho a la identidad que sufren nuestros muchachos.

Sepan que la corrupción del régimen ha hecho que obtener un certificado o una partida de nacimiento, así como sacarle la cédula de identidad o el pasaporte a un menor, sea una diligencia feroz y, prácticamente, un atraco a mano armada.

Pensemos en que un niño recién nacido que no sea reconocido ni identificado no tiene seguridad jurídica ni protección, entre otras razones que lo hacen mucho más vulnerable.

¿Cómo es posible que, por algo como la escasez de papel de seguridad, los recién nacidos en Venezuela no estén siendo identificados al nacer?

Nada más en Caracas, más de 32.000 niños nacidos el año pasado no tuvieron el derecho a su primer documento de identidad, simplemente porque no había material.

Y ahí es cuando sus familiares tienen que emprender un camino de sobornos, coimas y chantajes para que sus hijos tengan su partida de nacimiento, el documento que nos convierte en venezolanos y que debería llenarnos de orgullo y no de problemas.

Y más adelante, cuando toca sacarse la cédula, por ejemplo, los problemas continúan: sepan que desde julio de 2018 la cédula de identidad por primera vez ya no se estaba tramitando y el régimen no lo comunicó sino en septiembre, después de que un montón de representantes se quejaran por las redes sociales.

Esas redes sociales donde el régimen le pide a los ciudadanos testimonios en video después de sacarse el pasaporte, como si en vez de un documento al cual todos tenemos derecho se tratara de un favor.

Por cierto: aunque la Ley Orgánica de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes dice que debe el acceso a los documentos de identidad de los menores de edad debe ser gratis, entre 2014 y 2018 la emisión del pasaporte pasó de costar 7.200 bolívares a 160.000 bolívares. Un incremento de 2.200%, al que deben sumarle los miles de dólares que puede llegar a cobrar algún gestor a quienes acuden los padres, producto del desespero y un sistema que estimula la corruptela.

Y en esta estampida, en la que nuestros hermanos se están yendo del país por tierra, mar y aire, los niños venezolanos están migrando sin documentos de identidad, volviéndolos aún más vulnerables.

¿Se dan cuenta de todo lo que debe padecer un muchacho nacido en nuestro suelo, sólo para poder decir que es legalmente un venezolano?

Son niños que viven en un país donde tienen que entrar a su proceso escolar con retardo en su crecimiento físico y rezago cognitivo, afectivo y social, como consecuencia de la grave desnutrición.

Son niños que viven en un país donde la deserción escolar, tanto de alumnos como de docentes, está destrozando cualquier posibilidad de planificar el futuro de la Nación, con más de la mitad de las aulas de clase vacías.

Son niños que viven en un país donde, como denunció Cáritas Venezuela, “la violencia es la forma de intercambio social que atraviesa todas las esferas de nuestra sociedad y de nuestras familias”.

Por eso me pregunto si este Día del Niño se puede «celebrar” como seguramente querrá simular el régimen, cuando entes tan serios como la Fundación Bengoa deja saber que en Venezuela más de un millón de niños tienen necesidad de asistencia y que hay un 30% de desnutrición crónica infantil.

Yo pienso en las familias de esos cuatro niños que murieron en mayo pasado, en el Hospital J.M. de los Ríos, por trasplantes de médula que no pudieron hacerse por culpa de un régimen indolente que, además, maltrata y chantajea a los profesionales de la salud, y no puedo sentir más que indignación y dolor. Son casos y casos por toda nuestro país, donde la mayoría no se hacen visibles.

¿Cómo no sienten vergüenza los usurpadores en Miraflores al saber que hay niños cruzando solos y a pie las fronteras del país, huyendo de un lugar que debería más bien darle apoyo a sus deseos, a sus ganas, a sus sueños?

No se trata del lugar común ese de decir que «los niños son el futuro». Ya esa retórica quedó sepultada debajo de estos datos. El régimen y su mal llamada revolución convirtió la niñez en tristeza y necesidad, ¡y nosotros no podemos dejarnos llevar por esa simulación de normalidad que pretenden imponer todos los días!. ¡Es un crimen que atenta contra las oportunidades de generaciones enteras!

Es ahí cuando cada carajito se nos tiene que convertir en una razón poderosa para reiterarnos la transformación política que debemos llevar adelante juntos.

Acompañamos la causa de cada madre y de cada padre que intenta darle felicidad a sus muchachos. Acompañamos a esas maestras que siguen yendo al salón de clases por la fuerza de su vocación y por el amor que sienten por sus alumnos. Acompañamos el entusiasmo de cada niño y cada niña que nos acomoda el día con una ocurrencia o una travesura.

El asunto es que también debemos asumir TODOS la responsabilidad de transformar a nuestra Venezuela para que ellos crezcan en Libertad, en Democracia, en una República que le brinde oportunidades para que cada venezolano pueda sentir, desde chiquitico, que es un orgullo haber nacido aquí.

¡Que Dios bendiga a nuestros niños porque así también bendice el futuro de todos nosotros y de nuestra amada Venezuela!

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