Después del 20 de mayo, Venezuela parece comenzar a asimilar el inicio de una nueva etapa de la crisis sistémica que aqueja al país desde hace poco más de cinco años. Un escenario donde la incertidumbre generalizada en torno al devenir de la política es más que compensada por la certidumbre de un mayor deterioro económico en el corto y mediano plazos.

A pesar de que los procesos electorales en Venezuela suelen ser percibidos como potenciales puntos de quiebre, el 20M, plagado de manipulaciones electorales, no representó más que un paso adicional en la consolidación y perpetuación de un régimen autoritario.

El recrudecimiento de la crisis económica jugó un papel central en la narrativa electoral. A modo resumen, la semana previa al 20M, el cuadro económico venezolano ofrecía lo siguiente:

1. La semana del 4 al 11 de mayo (11/05) los precios se incrementaron alrededor del 25,9% (1.661% acumulado en lo que va de año). 5,8 puntos porcentuales (pp) por encima del registro agregado del año 2012.

2. La producción petrolera acumula siete meses de caída a una tasa promedio mensual de 83.000 barriles diarios (kb/d), para ubicarse en 1,50 millones de barriles diarios (mb/d)[1]. Una caída de 1,4 mb/d (-47,9%) con respecto al máximo obtenido durante la gestión de Nicolás Maduro.

3. Tanto la República como PDVSA acumulan USD 4.426 millones en cupones vencidos (USD 3.615 millones formalmente en cesación de pagos), distribuidos en un grupo de 22 títulos, entre los cuales algunos acumulan más de 190 días de retraso a la par de un endurecimiento de sanciones, producto del rechazo de la comunidad internacional.

4. La economía venezolana, con una tasa de pobreza que supera con creces el umbral del 80,0%, acumula 17 trimestres de contracción (15,2% proyectado al cierre de 2018).

Creemos que no hay razones para pensar que, como consecuencia de la “contienda” electoral, la crisis económica vaya a mejorar. Por el contrario, el recrudecimiento de la restricción externa y el aceleramiento del proceso hiperinflacionario, en el marco de mayor incertidumbre política, provocarán un escenario más dramático.

La carencia de voluntad por parte del Ejecutivo y su incapacidad para implementar hipotéticos cambios estructurales, permiten aseverar que los padecimientos económicos actuales son leves frente al porvenir.

Indicadores alarmantes han dejado claro que la hiperinflación continuará acelerándose a medida que las expectativas empeoren, la oferta interna de bienes y servicios siga reduciéndose, aumente la dependencia de importaciones y continúe el financiamiento monetario.

Para el gobierno es necesario mantener cierto nivel de estabilidad para contener a los sectores más necesitados. Por ello, es probable que deba seguir recurriendo a la ampliación de los ingresos de las familias mediante transferencias directas y subsidios a bienes y servicios básicos. La presencia de “bonos”, subsidios y exenciones a través del “carnet de la patria” será una constante los meses por venir; no obstante, la inflación también mermará el impacto real de estos “incentivos”.

En estas condiciones, no se esperan cambios en la instrumentación de la política fiscal y monetaria. Por el contrario, el poco margen de maniobra del Ejecutivo conducirá a un trato más desordenado del gasto público en el marco de un discurso socialista.

A medida que el Ejecutivo siga optando por trasgredir la norma democrática, el panorama se oscurece ante la posibilidad de nuevas sanciones (adoptadas, inclusive, por un mayor número de países). Ello ocurre en un entorno externo donde el gobierno ha visto sus grados de libertad severamente disminuidos, producto del mal manejo económico y de su afán por intentar mantener, a toda costa, el statu quo. Si antes del 20M las opciones del Ejecutivo eran escasas, ahora se han reducido aún más.

Correr hacia adelante acarrea costos. La concreción del proceso del 20M y la reacción de los diferentes líderes oficialistas apuntan a pensar que la radicalización está a la orden del día y, con ello, un acercamiento cada vez más acelerado a un estado de autarquía y rechazo por parte de la comunidad internacional. Venezuela ha entrado, probablemente, en la etapa más compleja y árida de la crisis hasta el día de hoy.

Investigación: PRODAVINCI

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