Esta semana las madres y los padres de Venezuela entran en una dinámica que Nicolás Maduro y sus cómplices ha convertido en un padecimiento: el comienzo de clases.
Aquellos días en los cuales nuestros muchachos se despertaban felices, pensando en ir a las escuelas estrenando con humildad pero mucha pasión sus uniformes y la alegría del olor de los útiles nuevos hoy es un espejismo.
Basta poner un ejemplo para describir a quien no lo sabe cómo están viviendo nuestros carajitos las consecuencias de este régimen indolente y cruel: en La Guajira, el número de niños que van hasta Colombia para poder estudiar ha aumentado, porque el estado de las escuelas y los liceos en nuestro país es deplorable y hasta inseguro para cualquier menor de edad.
Desde Guarero, Potrerito, Calié, Caujarito, Carretal, Neima, Cojoro, Kasusay, deciden irse a como dé lugar para poder cumplir los sueños que cualquier niño del mundo de hoy es una rutina: ir a clases y aprender lo que necesita para crecer en Libertad. Llegan hasta Maicao, hasta Uribia, hasta Manaure, para poder tener acceso a útiles, uniformes y hasta algo de comida.
¿Y nuestras maestras y docentes? Hablar con cualquiera es un dolor. Saber cuánto necesitan trabajar por fuera de las aulas para poder vivir se suma al testimonio de cuántos de sus compañeros han tenido que irse del país para poder seguir ejerciendo su vocación.
¿Ustedes han pensado lo que significa cada docente que se va para la sociedad que sigue batallando contra la dictadura?
Una noticia vinculada con esto que comentaba de La Guajira me conmovió enormemente: el incendio de la escuela Dalia Durán, en Cojoro. Unos delincuentes decidieron dejar a quinientos niños sin lugar para crecer y aprender, porque además saben que la impunidad de un Estado criminal los ampara.
Escuelas convertidas en escenarios de balaceras. Planteles sin agua ni luz. Edificios insalubres que ponen en riesgo la vida de alumnos que van a clases sin comer bien… y eso cuando pueden llegar, porque la falta de dinero o la crisis del transporte público también sabotea las posibilidades de tener un futuro de cada venezolano que está en edad escolar.
Mientras todo esto sucede, con un salario mínimo de 40.000 miserables soberanos, una lista barata para los grados menos exigentes y con útiles de baja calidad, puede estar en el orden de los 500.000 bolívares soberanos.
Ahora que alguien de Miraflores nos explique cómo hace la madre de tres muchachos para poder dormir tranquila, si sabe que no hay manera de mandarlos a la escuela como ella desearía mandar a clases a sus hijos, a su futuro, a las personas más importantes de su vida. Y no vengan con el disco rayado de la culpa es de las sanciones.
¿Qué es lo que pretenden? ¿Hundir al pueblo en la absoluta ignorancia que les permita seguir mandando? Eso parece. Y si no me lo creen, les voy a dar un testimonio de primera mano de mi experiencia como servidor público con experiencia de gestión.
Mientras estuvimos al frente de la Gobernación del estado Miranda, puedo decirles con certeza que construimos más de 50 escuelas. Cifra récord en la historia del estado. ¿Cuántas escuelas ha construido esta cuestionable gestión de la Gobernación, más ocupada en cuadrar el chanchullo del PSUV que en la calidad de vida de los mirandinos en edad escolar?
En una sola palabra: ninguna.
¿Más datos que pongan en evidencia el descalabro del país que han ocasionado estos irresponsables? Otra noticia contundente: estamos a días de que empiece el año escolar y el pírrico número de inscritos deja saber desde ya que el aumento de la deserción escolar va a registrar cifras récord en la triste historia de estas dos décadas de políticas públicas fallidas.
Yo mantengo contacto a diario con maestras, personal obrero, profesores y miembros de sociedades de padres y representantes, quienes siguen determinados a que el hecho pedagógico siga teniendo lugar, a pesar de la indolencia de la dictadura y de sus esbirros regionales y municipales. A pesar de la extorsión y las amenazas. A pesar de la corrupción y del dinero robado, entre otros, por quienes alguna vez iniciaron programas como los Huertos Escolares que hoy no aparecen por ninguna parte, pero a los que en su momento le asignaron millones de dólares y bastante propaganda. Un hermano de luchas que comparte conmigo la pasión por la Educación y su valor dentro de cualquier estructura exitosa de Estado, me enseñó una idea poderosa: si alguien quiere ver el futuro de un país, que revise el presente de sus escuelas.
¿Saben qué me llena a mí de esperanza cuando veo este panorama? Saber que en cada plantel que todavía puede abrir sus puertas hay maestras y maestros capaces de seguir yendo a las aulas porque no van a permitir que a Venezuela le roben su futuro. Y también sé que muchas madres y muchos padres harán lo que sea necesario, con honradez y sacrificio, para que sus hijos sigan estudiando y aprendiendo todo lo necesario para asegurarse un porvenir de gente buena y capaz de luchar por el futuro del país.
Y sé que la solidaridad de muchos se transformará en donativos, en libros de texto reutilizados, en útiles compartidos y en uniformes remendados, todo en dirección a que la educación de sus muchachos no se trunque.
Sin embargo, eso no me alivia el profundo dolor que significa saber que Venezuela, un país que pudo ser la más importante potencia de la región, hoy está en manos de unos miserables a quienes no les importa el futuro de sus niños sino el presente de sus cuentas bancarias en el exterior.
Aun así, a cada uno de ellos les digo desde aquí que no podrán detener el renacimiento de nuestra Venezuela, que hoy está encarnada en cada niño que deberá dejar su educación momentáneamente y en cada niño que será enviado a los salones de clase con sacrificio y esfuerzo, pero que simbolizan que el Poder no debe volver a sus manos jamás y que esta patria defenderá su cambio y la recuperación de su Libertad y de la Democracia, para que más nunca un niño venezolano se quede sin ir a aprender que su derecho a crecer y a ser libre no volverá a ser empeñado jamás.
¡Qué Dios bendiga a los niños de nuestra Venezuela!